La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

noviembre 04, 2006

Épica y Cuántica del Amor (Love me or leave me)

Épica:

Siembro una semilla luego del último desencanto y -contrario a lo que pensaría- sencillamente crece y se cuelga de la vitalidad otorgada por agua y sol, río y piedra, tiempo y ganas. Siembro una semilla a la que equiparo con mi forma de amar. Creo en ella como creo en mí, como creo en la aleatoriedad de la vida, como creo en la no aleatoriedad de la vida, como creo en mi motor emocional, con todas sus emisiones subrepticias de vapor. Con toda la sorpresiva expulsión de material incadescente. Creo en mi semilla porque quiero que germine. Y germina justo en el momento en que -aleatoria y no aleatoriamente- ciertos labios aparecen.

Luego pienso en la manta que Penélope teje desde hace siglos. Pienso en que no dejó de tejerla porque, sin saberlo, sé perfectamente la textura que empuña, la suavidad que otorga, la niebla que recrea. Pienso en ella y germino mi corazón al punto de afilarlo hasta la punta de una lanza. La tomo. Me pongo mis ropajes guerreros y -sin más- me lanzo esperanzado hacia el vacío que luego llenarán otros cuentos, otras musas, otras guerras. Mi amor épico y germinal ha logrado avizorar, entre las filas enemigas, a quien debiera ser atravesada por la impecabilidad de mi corazón lanceta. De mi corazón en racimos.

Y aunque en tiempo cinematográfico parezcan minutos, me toma tiempo llegar hasta donde ella se encuentra. Y aunque la mire, no realmente la miro. Desearla épicamente requiere mirarla desde los ojos de los héroes, desde las manos de las historia, desde las ganas del absoluto. Y pocas veces ocurre. Y pocas veces fructifica.

Pero digamos que la miro así, y la deseo. Y la pongo justo en el centro de la mira, bullseye!, para luego sólo seducirla suavemente. Y digamos que la seduzco, y que entiende. Y que ella es la Helena de una Troya harto prescindible. Luego habré de tomarla, delicadamente pero con fuerza, cual si fuera la ciudad que quiero avasallar sin destruir ni un poco. Y luego ella coincide, se deja tomar, reniega tantito nomás, y ocurre conmigo. Habremos hecho de esas ganas una épica. De esa coincidencia una floreciente semilla nada germinal. De esas ganas una historia incomparable. Y de esa historia, luego, muy luego, haremos lo que realmente importa en la vida: Prevalecer amando. Amar prevaleciendo. Padecer, gozosamente, una larga historia.


Cuántica:

Como el hombre, la molécula. Como la molécula, el cristal. Como el cristal, la célula. Como la célula, el átomo. Así te encuentro. Somos dos que no somos nada. Sabemos que somos dos, pero sabemos que no sabemos nada. Somos menos que el átomo aun, pero más que el hombre. Somos la casualidad causal. El orden del Caos. Lo que realmente importa.

Te miro revolotear sin querer descifrarte. Me miro andar de un lado a otro, sin saber porqués o cómos. Sucedo como la vida me supone que suceda. Y estoy herido, ¿sabes?. Estoy tan herido como tú. Estoy tan herido como cualquiera.

El asunto es la sorpresa: bien lo dijiste. Si el amor no es una épica, luego entonces debe de ser necesariamente una sorpresa. Un momento incalculable. Un microsegundo en el que dos miserias se encuentran sólo para edificar una no-tan-miseria.

Bajo el microscopio estamos. Aunque no haya microscopio lo suficientemente fuerte. Estamos, todos lo saben. Y gozamos del impromptu, y gozamos del instante infinitesimal en el que se libera toda la energía del Universo. ¿No te resulta curioso que todo ese poder cósmico esté guardado en una suma tan sencilla como es uno más uno?

Nuestro amor, sin embargo, esa coincidencia cuántica tan ajena al timing, tan ajena a la épica, tan ajena a nuestras propias ganas, terminará por destruir el Universo. Acto de fusión es como nos llaman sin conocernos. Acto de vigilia. Acto de desdén. Acto fortuito entre dos partículas subatómicas que se encuentran milagrosamente, y que al compartr el mismo espacio-tiempo despiden una vorágine de energía capaz de hacer hablar a los mudos.

Y, encontrados en la órbita subatómica, y luego de amarnos y desamarnos, chocamos inevitablemente. Y en el choque la reinvención. Y en la reinvención la fuerza explosiva. Y en la fuerza explosiva, la aniquilación.

¿A quién le importa ser aniquilado si dicho exterminio termina por suceder cerca de tu boca? A mí no. A mi paciencia tampoco.

Soy yo esta fortuita adivinanza que reparaste en contestar: No más.

Y de la explosión dependen los linderos del universo. ¿Seremos capaces de recrearlo?

Quien sabe. No importa. Todo ha chocado y todo se ha perdido para siempre. Pero nos ha dejado ganar otros quince minutos. Para estar. Y para no estar.

Y a la vez, no.

1 comentario:

Loana dijo...

Mira lo que ocasionas:

http://losmildemonios.blogspot.com/2006/11/que-lo-pari.html