La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

diciembre 27, 2005

Viraje de timón

Este ha sido un año que se ha revuelto para no desnudarse. Un año que no quiere una sentencia final que lo signifique todo. Un año de intensos golpeteos. Un año de incidentes voluminosos. Un año de misericordias escuetas. Un año aleccionador, a secas. Un año irrepetible, como todos.

Cuando alguien te pide que signifiques tus vivencias en una sola frase, está pidiendo estupideces. Es como creer que un año es un año. Como creer que un 2005 vale más que un 2006. Puras idioteces. Números impuestos sobre cosas que suceden a pesar de todo. Los años no son nada. A menos que uno quiera.

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Hacía mucho tiempo que no sabía lo que significaba tener hambre. Hambre. HAMBRE. Morder y dejar ser mordido. Morderse y desaparecer. Parece tan fácil. Resulta tan sencillo. No me atrevo siquiera a imponer ninguna literatura sobre esta hambre tan extrañamente nueva. La dejo suceder. Me callo y prosigo. Sin más.

Y luego pienso que ojalá el hambre se hubiera presentado entonces. Y entonces. Y entonces. Pero no. El hambre parecía ser algo comodino. Un hecho aledaño y resonante. Oh-oh. Resulta que no. La vida es un buen tango. No. Es un buen tango queriendo ser escuchado.

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Y el suceso de la semana:

- ¿Oye, te digo algo raro y no mamadas?
- Venga
- No. No creas. Es algo raro y NO mamadas.
- Bah. Échalo. Qué puede ser.
- Bueh. Nomás no te azotes.
- Venga
- Estamos aquí, ahora, hablando de esto tan intenso, ¿cierto?
- Cierto
- Bueno, ayer hablé exactamente de lo mismo, con gente que no tiene nada que ver con ustedes.
- Ahh. No te creo. ¿Y eso qué?
- Pues lo mismo. Nacieron el mismo día.
- ¿El mismo día?
- Sí, el mismo día que tú y que Jacky.
- No te la mames. No puede ser.
- Pues eso mismo. A mí también me resulta inverosímil. Son demasiadas coincidencias, ¿no?.
- Uhmm. No lo sé. ¿Qué día dijiste?
- 12 de mayo. Tauros todos. Tengo miedo. Parece que Dios sí existe.
- Putísima madre (silencio enfático). Mejor ni digas. Ni te creo.
- No me hace falta. Sólo me da miedo.
- Ejem. Cof, cof. Pos sí.
- Pos lo mismo digo.
- Y tienes razón.
- Sepa.

diciembre 20, 2005

Llamas gélidas

En estos días de ondas invernales, en estos días de témpanos y calles atestadas de compradores eructando navidades; en estas semanas de frío y frío venidero, es cuando más solitarias se sienten las sábanas de camas como la mía. Habitadas sólo por uno.

No por nada tanta gente se suicida en Diciembre. El patético sueño capitalistoide tercermundista y judeocristiano hasta la médula de hielo: la navidad, explotada en todas sus posibles y descarnadas fórmulas publicitarias (y que además tengo que estudiar for a living) sólo sirve como un contrapunto infernal para los que anhelan calor, caminos en común, algo de humo y vapores ígneos, o al menos un poco de sudores compartidos, un pinchurriento calentador eléctrico o cualquier otra extravagancia de la carne. No por nada muchos meten la cabeza en el horno y se dan muerte. Hacen demasiado caso a la vida que no tienen.
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Yo, por otro lado, me encuentro sólo. Sólo luego de toda mi vida. Sólo luego de pocas pero muy distintas compañías. Mujeres de fuego, mujeres de nieve, como diría la cursi trova. Mujeres de carne por sobre todo. De conflictos, como yo mismo. Mujeres de las que me arrepiento y de las que no. Mujeres que me han entregado sus días y sus pestañeos durante largo tiempo, o durante unos segundos. Mujeres todas irrepetibles y por las que he aprendido a estar sólo y tranquilo justo ahora: no pienso ni por un instante en meter la cabeza en el horno de la insatisfacción.

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Y aunque en horas como esta, en plena madrugada, y en días como estos, llenos de trabajo y terapia ocupacional para la supervivencia, mi cama pida a gritos otras tripulantes, compañías y tonalidades, yo abandono los lamentos. Sólo me cubro con todas las cobijas a la redonda y trato de soñar. Cosas diferentes. Tiempos nuevos. Viajes a lugares que quiero conocer antes de estacionar la nave y convertirme en musgo. Mapas y buques y huracanes deleitables.

No es que no quiera morder algunas bocas esta misma noche, o la que sigue, o la que sigue. No es que no tenga ansiedad de quitarme el frío a como dé lugar. Pero también estoy cierto de que no es momento para naufragios. Y mucho menos se me da rentar lanchitas en el lago de chapultepec, para subirme una hora y luego olvidarme de la travesía antes de que anochezca. No tengo prisa. Ni chinampas, ni trajineras, ni buques pesqueros. Vaya, ni el mismísimo crucero del amor me conmueven un bledo. Hay que ahorrar para un hidroavión mejorcito que el que se despatarró en Miami.
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Hay una llama gélida. Un pebetero helado que me mantiene incandescente y muerto de frío. Las manos entumidas, pero el corazón fortalecido. Seguro de que no hay que buscar nada fuera de mí. Nunca hay nada que buscar allí. El mundo ocurre fuera de uno, pero uno es el que transita sobre él. De mis pasos me ocupo ahora. Pasitos sobre la nieve que nunca cae en ciudad esmog, pero que, por lo pronto, parece atestar las calles y entumecerme los dedos, al punto de no necesitar estirarlos para sentir cómo me congelo lentamente. Y podría decir que incluso lo disfruto. Es una de esas sensaciones viejas que parecen nuevas bajo otra luz, bajo otra flama.
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Me siento fuerte. Sobreviviré a esta pequeña era glaciar como un eslabón perdido metido en su bloque de hielo. Ya vendrá el tiempo en que la llama gélida despierte, y se sacuda dentro del iceberg, derritiéndolo todo. El trópico se habrá dado una vueltita por el iglú y me descongelará. Mientras soñaré -sonriente aunque muerto de frío- dentro de mi solitario cautiverio.

diciembre 15, 2005

Economía de palabras.

Sí. Pudiera decir más de lo que escribo y con menos palabras. Quisiera. Es sólo que no lo consigo. Me abruma la floritura, el regocijo de perpetrar frase tras frase. No puedo contra eso. Unos me llaman contextual, otros churrigeresco. Unos más me consideran estúpido. Nada de eso me importa ahora.
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Quisiera poder decir, en dos palabras, lo sólo que se siente estar sólo. Lo acompañado que se está cuando existe una deliciosa compañía. Quisiera ahorrarme palabras y así ahorrarles tiempo a los que leen. No puedo contra eso. Unos me llaman absurdo, otros arquitecto sin escrúpulos. Nada de eso me ha importado jamás.

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Vivir es mejor que no hacerlo. Tener algo por qué sufrir es mejor que no tener nada. Convalecer la propia existencia es un deber de los que se consideran pensantes. No pretendo ser ahorrativo en términos de puntualizar mi experiencia vivencial. Unos me llaman azotado, otros me dicen intenso. Prefiero hacerme el sordo y seguir navegando.

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La felicidad no está en olisquear pantaletas y sexos. La felicidad no está en atormentarse por no lograr entrar en la mente de otros. La felicidad no es un destino. No es un discurso. No es una frase que tenga palabras de más, o palabras de menos. Unos podrán llamarme pesimista, otros realista. No me interesa. No es mi intención convencer a nadie.

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Reduciéndonos a la carne, al hueso, al suave humo de las ideas, todos resultamos indefensos y en muchos casos mediocres. Adiós a las comparaciones. Ser no depende de nadie. Sobrevivir, llanamente, tiene muy pocos requisitos. Ligereza a la ligereza. Pesadez a la pesadez. Tan sólo dejémonos de confusiones.

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En arbitrario recordatorio del pacto, sírvome enviar una felicitación cumpleañera. (¿A quién se le ocurre nacer en diciembre?) Ups, me olvidé que el putín del Yísus también tuvo esa mala idea. Que la estrella polar los guíe por entre el oleaje de la vida. Y si no, cómprense una brújula y listo.

diciembre 08, 2005

Resumen de noticias (rolita cursi pero ponedora dixit)

Para mí mismo y el zigzagueo cotidiano. Juarsnif.

Este año ha sido uno particularmente hermoso. Hermoso no en un sentido mermeladesco pues fácil no es el tono general de lo vivido. Sin embargo, el aprendizaje, el reencuentro con el buen humor, la risa, los buenos amigos. Uno de esos años que se van rápido, pero que se sienten, al final de la noche, como si hubieran sido siete. O siete docenas.

Recapitularé todo lo significativo, de tal manera que no se me olvide que lo dije. Ahora que en un par de semanas este blog cumple su primer año de zozobra, vale la pena volver a hablar conmigo mismo, escribir para no olvidarme por completo, hacer como si no hubiera nadie enmedio de la multitud:

- Este año comenzó como estallido nuclear. Recuerdo mi apoteosis en Tijuana. Mi regreso aterrorizado en el avión (los odiaba hasta hace muy poco). El volver a la ciudad y sentirme vacío como nunca. Teclear las palabras mágicas y abrir un blog para matar el vacío con un poco de palabrejas.

- Perder un gran amor a principio de año fue la estocada final de un largo proceso de deterioro. Tocar fondo, como dicen los clichés más petateros. Me sirvió, sin embargo, para despertar de ese estúpido letargo que resulta la necedad amorosa. Aprender cuando largarme fue fundamental.

- Encontrar un trabajo más relajado, tomar chorrocientos aviones más durante el año y viajar, lo que no había hecho en mucho tiempo, fue una gran terapia para mi neurosis voladora (nada de galopante, lo mío lleva turbinas). Ver el mar Caribe, las montañas, las ciudades apestosas, las cabelleras de Guadalajara, las ajedrecistas más guapas de, mhmm, su cuadra. Todos esos viajes que, espero, se repitan y se repitan. Viajar es bueno para mi salud mental. Y no lo sabía.

- Celebrar el inicio de un amor que tuvo poco de amor pero mucho de aprendizaje. Fugaz, duro, difícil. Toda una temporada en el cuadrilátero de la incompatibilidad. Sin embargo, provechoso, estimulante muchas veces, fomentor de la creatividad y de las ganas de crecer un poco. Brindo por los amores perdidos que dejan cuando menos una cicatriz que funciona como un buen mapa para el futuro.

- Encontrar un lugar cerca de gente nueva, amigos nuevos que se sienten como viejos, gente maravillosa que había estado todo el tiempo ahí y que uno sencillamente no se tomaba el tiempo de mirar. Relajar la misantropía, levantar el vaso, llenar los ceniceros. Reencontrar antiguos vínculos, reparar puentes, tirar otros. Las relaciones humanas son lo poco que valoro en la vida. No soy un experto en cuanto a las relaciones íntimas y emocionales, pero mis amigos, a esos sí, les debo mucho de mi felicidad por intervalos. Gracias a todos ellos.

- Recobrar la vista por segundos. Perderla. Dudar. Ir de arriba a más arriba, luego abajo, a un lado. Vivir casi como si uno le rascara la espalda a su propia existencia. Ahí, ahí, no, no, tantito a la derecha, ahí, sí, aaahhhhh, qué rico, ya no más. Ah, nada como la comezón. Caminar y no permanecer estático. Subir aunque sea falsa la escalera. Bajar aunque la resbaladilla esté engrasada con aceite para motores con más de 100,000 km. Echarse al ruedo. Salir corriendo. Regresar a veces. Tirar estocadas a diestra y siniestra. Vivir para no estar muerto. Finalmente lo prefiero. Como diría una vieja hermanastra, comadre, carnala: Gozar de los quinientos mil matices. Los quinientos mil y un matices los saliva nuestra propia boca.

Y finalmente, regresar al final del año. Sí, los calendarios son una construcción estúpida para la productividad y la simbolización chaquetera de fechas que, para el individuo, no suelen tener mayor significado. Y qué. Ahora mismo me importa un carajo desmenuzar las cosas. Prefiero olisquearlas, morder un poco, tragar, seguir con el buffet de la vida. Si los ingredientes no son saludables en todo momento, no me importa. El placer de la digestión y la sobremesa está por encima de toda la verdad. La "verdad" es un objeto inútil que reposa en la sala de los desesperados. Ya no me siento desesperado. La búsqueda, el trayecto, las piedras y los tropezones. Todo de pronto cobra sentido. Luego lo pierde. El sístole-diástole de la vida.

Inhala. Vives.
Exhala. Ya no.

¿Estuvo rica la bocanada?

diciembre 04, 2005

Speak Low

Habla suavemente. Dice lo preciso. Cubre su tristeza con un silencio dulce. Evita los cálculos. Defiende su corazón tras caudales de lágrima. Mira como un vendaval. Resiste cualquier caricia edificada sobre sus muslos de bronce. Cede, resiste, cede, resiste, cede, luego, finalmente, resiste con toda la fuerza del pudor más apetitoso.

No es su voz ni lo que dice. No es su temple, su blindaje de plumas. No es su textura, su olor frondoso, su ramaje que resulta ser una telaraña de nubes. No es un ave ni un pez. No es un ser goloso y necesitado de pedestales, micrófonos y furias. No es un vestido entallado o menos aún su talle siempre vestido de caricias mudas. No es tampoco su baile cuidadoso, en el que punta tras punta cuida siempre los helechos mustios culpables, que con sigilo de tempestad acarician el borde de sus pequeños dedos.

Es el amor que le profieren esas hierbas que pisa. Las miradas suculentas de las aves que le llueven y le llueven sobre el hambre desaliñada y tímida que sostiene su pelo salvaje. Son sus ganas de dormir, sus ganas de ser viento, sus ganas de no querer escuchar o decir o entenderlo todo a través de las palabras. Su prisa por ser causa de retoños. Sus besos diminutos. El desierto de sábanas coloridas y cobijas de piedra granito.

Mirarle es espectar la belleza en estado puro. Curiosear y preguntarse cómo es que en las fauces de la oscuridad que vomita el mundo día a día, amanecen a la par tantas pupilas tan dolientes como meritorias de ser perpetuadas. ¿Cómo es que no existen suficientes pinceles, suficientes colores, suficientes palabras para infinitar el deleite instantáneo de beberse suavemente los destellos que ocurren gracias y a pesar de la negrura?

Hay días que quisiera ser cien personas. y no las cien que ya encierra mi oscilante cabeza-cuerpo. No. Cien personas reales. Despertar cien veces. Vivir cien vidas, cien trayectos, cien incertidumbres. Rasguñar cien espaldas y morder cien entrepiernas. Oler cien mil perfumes cada veinticuatro segundos. Olvidar que se es sólo uno. Desvanecer toda frustración bajo el ruido de cien lamentos. Existir a cien entómetros por hora. Morir noventa y nueve veces antes de morir cien, y claro, extasiado por tanto y tan maravilloso ruido. Libremente. Suavemente. Sin una sóla voz cavernosa, debajo de las sienes, que recrimine con crueldad, murmullo tras murmullo, cualquier falta de coherencia.