La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

febrero 25, 2008

Tramposos!

Para la lumocana, y su abrupta aparición.


¿Sabes una cosa? Las historias más bellas, son las que hacen trampa. No. No creas que estoy pretendiendo convencerte de odiar al cine dogma, o de que los trucos mágicos, con todo y su prestige son mejores que la realidad. El asunto, querida dulciloca, es que la realidad no tiene muchas trampas más allá de las que ofrecen las historias. Y que es ahí donde existe ese único territorio desde el cual podemos pretender que la muerte no existe, o que la vida -en general- no es predominantemente mierda. O que de pronto, en una convergencia casual o causal o como se crea, uno puede encontrar su CORTE, y aparecer entonces en otra escena en la que ya han pasado todas las fricciones insulsas y tortuguescas como son el levantarse al baño, o el estar crudo, o el odiar -otra vez- al mundo entero, y en donde se puede aparecer en ese -nuevo set - donde todo es sencillo y maravilloso, como cuento de hadas -sí- aunque no necesariamente tiene que estar matizado por los efectos especiales.

No sé si me entiendas. No planteo una cosa sencilla, pero tampoco estoy suponiendo ninguna ciencia nuclear e impenetrable. Hablo de jugar y de lo lúdico. Hablo del amor, pero del amor despojado de todos los revestimientos de expectativa, aceptación y confianza y seguridad y buen sexo, etcétera. Hablo del amor sin eso que el mundo se empeña en poner sobre sus nuevos y sofisticadamente estúpidos ideales.

Hablo de poderse encontrar el amor en una alcantarilla (remember?), y no en un palacio. Hablo de poder construir verdaderos palacios coloniales con los más ilusorios y pendejos palillitos chinos, o de madera, o de humo. Hablo de construir con espejismos, en lugar de querer siempre erigir a partir de concreto ladrillo y abstracta solidez.

Hablo de olvidarse del deber ser y de aceptar que es la tierra magra la que nos conforma y que además es esa misma a la que volveremos alguna vez. Tan pronto dejemos de creernos mejores que ella.

Hablo de recular frente a la sociedad occidental, y frente a la oriental, y frente a cualquier conglomerado de expectativas que hayamos elegido a partir de nuestra debilidad de cachorros. Porque no elegimos ser lo que somos ahora, ni cuando éramos niños. Pero definitivamente estamos encadenados a una idea, a un supuesto y a un tránsito -mesurable o inconmensurable- pero que nos define insatisfechos. Y al que no hacemos otra cosa que regresar, una y otra vez, y a cada momento en el que nuestra cortina de humo cobra solidez y se desploma como una tonelada de plomo sobre nuestras imberbes e imbéciles espaldas.

Hablo, querida y melancólica ruda, querida y displiscente mujer que se empapa sobre una sábana ajena, pero que también se sabe mujer, y querida idea recóndita de hace 120 años, hablo acerca de mi cama del sábado pasado. Hablo sobre dejarse de idioteces y vivir. Hablo de no andar dibujando al carbón el mundo del que -finalmente- deseamos escapar.

Hablo de aflojar los músculos del corazón, como diría Sabines, y de volver -con la frente marchita- como diría Sabina, hasta la cueva, hasta el habitáculo de la piedad, hasta el lugar donde sólo somos uno, aunque seamos quizás dos -como digo yo- y aunque diga mal.

Y no genitocéntrico ni reverberante. Nada de ruido ni de presunción. Solamente en paz y tranquilos. Cansados de buscar lo que no obtendremos. Hartos de mirar la pantalla no tramposa del mundo, y haciéndole trampa nosotros. Corte, se queda: Esta escena puede ser pusilánime o puede ser perdurable. Y si existe un director, que entonces decida...




(Y qué importa. Es la que hay. Es la que queda. Es la de hoy.) Y es -siempre- la mejor que se puede. La mejor que se pueda. La única. CORTE...


y...salud.

febrero 13, 2008

Paradejas (paradojas pendejas) I: La Sociedad Masturbatoria

Hace unos días, una entrañable amiga y su roommate me acompañaron a tomar una cerveza. Entre tanta conversación, surgió el tema de los dildos, a lo que se acompañaron grandes y gráficas descripciones acerca de la maravilla tecnológica que resultan estos aparatitos de diseños cada vez más extravagantes, de cinco brazos, con memoria o sin memoria, y -próximamente- hasta acompañados de sonido surround 5.1 con frases personalizables como "te quiero mi amor" o "así o más fuerte, putita...".

Personalmente, soy un detractor de los objetos extraños como parte de la sexualidad. Respeto a quien disfrute embadurnar sus partes a pedazos de plástico que ahora (paradoja pendeja) resulta que hasta son "inteligentes". ¿Qué no era suficiente con los millones de cabrones que tienen un pitote y dos neuronas? Noooooo. Porque lidiar con humanos siempre es un pedo, aun cuando tengan el IQ de un perro faldero y la líbido de un semental después de sus vacaciones. Así que, de acuerdo a esta lógica, el aparatito on/off siempre será mejor. Y pues quizás en cierta zona (sic) lo sea. Y ya no sólo inteligentes, lo hay también místicos. Estos te han de absolver mientras pecas.


Aquí unos modelitos para Panistas de hueso colorado, obispos e hijitos de los millonarios de Cristo. Tomados de una maravillosa página que pueden encontrar aquí.

Hay que decir que tratándose de la sexualidad femenina, comprendo el valor de una de estas maquinitas de multiorgasmia garantizada, sobre todo si se considera la estadística de hombres que follan displicentemente o que sencillamente no pueden comparar su mejor performance con la docena de orgasmos que uno de estos aparatitos parecen brindarle a sus usuarias comunes en cuestión de minutos (y ahí me incluyo, porque francamente tanta orgasmiza ya es material de supermán). ¿Pero será que de eso se trata toda la sexualidad? ¿De lo genital, de lo orgásmico y de recibir-recibir y luego recibir más?

La cosa es que me pareció paradójico y pendejo esto de que los dildos sean inteligentes. Es como pensar en una muñeca inflable que habla (aunque -sin pecar de misoginia- conozco varias en el campo de los vivos), o en esos muchos dildos vivientes que piensan lo suficiente para follar y no defecar mientras caminan.

Pero volviendo a los de los de plástico u otras aleaciones nanotecnológicas pluscuanperfectas, sí que me resultó patético el apelativo de "inteligentes", considerando que ninguno -me imagino- puede interactuar con otra cosa que no sean los genitales.

Es así que tras poco reflexionar, de mis labios surgió la única defensa del cavernícola que pude pensar y que constituye la

Paradeja Número 1:

"Los dildos hoy podrán ser inteligentes y la chingada. Pero si no pecas de genitocéntrica o clitoricéntrica y sabes disfrutar del sexo como un todo, podrás estar de acuerdo conmigo que ningún dildo todavía te puede jalar suavemente el pelo, estrecharte contra sí y decirte en la oreja "Qué buena puta eres, te amo..." o cualquiera que sea el piropo que te pone la piel de gallina..."


***


Otra de las paradojas al respecto de los dildos y la sexualidad, es la discriminación inversa que está generando toda esta cultura de los plastiquitos motorizados. En conversaciones como la que tuve (que tampoco es que sean sobremesa de la "gran familia mexicana" pero que ya ocurren a diario), toda esta gráfica descripción de las zonas erógenas que atacan con enjundia, o acerca de los diversos modelitos y sus beneficios particulares en términos casi matemáticos, parecía ocurrir con toda naturalidad entre las dos interlocutoras. Sin embargo, cuando la charla derivó hacia temas míos, pude constatar la cara de horror de una de mis acompañantes mientras les comunicaba alguno de los recuerdos que todavía me encienden la mecha y que no era más que algún cachetito contra el azulejo de cierto baño, con un par de pantalones abajo y mucho miedo a ser descubiertos. Bah, si hasta era un recuerdo fresa...

Paradeja Número 2:

Los dildos se anuncian por televisión, se hablan después o antes de comer y hasta se llevan a las escuelas primarias para ejemplificar algunas prácticas. De su uso y abuso se puede conversar abiertamente. Y sin embargo, ¡hay quienes todavía te ponen cara cuando hablas de un sano y divertido material que todavía patrocina una que otra pajita! Bah. Si para colmo estoy hablando de seres humanos...¿o será eso lo que transtorna? ¿Es mejor hablar de frotarse una maquinita que de las virtudes sexuales de un desconocido? Paradéjico y más paradéjico.

***
En otras cosas, y contestando a la petición encabronada y solemne que alguien me hizo hace un rato, se sugiere que hable de política en este blog. Le recuerdo al entusiasta y ojete comentador (que me suena conocido), que de política ya no escribo aquí sino en ESTE OTRO BLOG. Y ya, juro que al rato me pongo a escribir alguna pendejada sobre Juan Camilo Mi-niño o sobre los consejeros del IFE o lo que sea. Simplemente no he tenido ganas de escribir nada.

Paradeja 3:

Al pinche presidente del empleo ya se le está cayendo la economía. A Carstens lo corren de un restorán en Nueva York (A mint for monsieur??). El Osito Bimbo y Hugo Chávez se suben al ring. El gasolinazo es una ridiculez presupuestal que no servirá de un carajo. Las elecciones gringas están sabrosas. Las elecciones españolas están igualmente sabrosas. Y yo aquí de pendejo sin escribir un carajo. Bah!



Pero bueh. Al rato me pongo a hacer algo. Mientras tanto, les dejo estas reflexiones sobre nuestra sociedad masturbatoria y conmino a todos los que usen objetos extraños del tipo dildo, muñeca inflable, coño portátil o cualquiera de esos juguetitos mamertos a que -a menos de que asusten hasta a los niños de la calle con la jeta que tienen- se pongan en contacto con un ser humano de su agrado. La chaqueta es buena, sí, pero el mundo no se prende y se apaga como un dildo. También están los otros. Y por lo general, están sabrosos.


Salud!