La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

octubre 15, 2010

Baby, it's cold outside...

Conforme pasan los meses y los años, cuando menos desde que abrí esta cagada de blog, en un arrebato de aburrimiento y desesperanza en las postrimerías de 2004, me sigue sorprendiendo la validez de aquello que me motivó desde el mismísimo principio. 

Pensaba, por aquellos días -y un poco todavía- que echar a andar un blog supondría una forma muy interesante de mantener un fiel registro de mi imbecilidad, entre otras cosas. Y la verdad es que se ha cumplido cabalmente esa expectativa primigenia. Hoy miro en retrospectiva todas estas idioteces y me puedo hacer, feliz e impúdico, una chaqueta mental del tamaño de lo que ha sido mi mundo en los últimos -casi- seis años. 

El poder de verse a uno mismo en retrospectiva, sin embargo, no sólo acarrea ese sentimiento de autodesprecio y ternura que uno puede sentir frente a sí mismo cuando se lee a la distancia. Pues es también una herramienta de apapacho y autoindulgencia, autocomplacencia -vaya- y fue esa la precisa razón que me inclinó a elegir la URL del blog desde un principio. Mi blog como un refugio para mi estupidez. Mi blog como un refugio para mi autofustigación, que no es otra cosa sino la forma más cruel de la autocomplacencia. 

Y evidentemente no me arrepiento en lo absoluto. Quizás me dan un poco de pena los muchos o pocos trolls que han criticado el valor literario de esta bolsa de mareo virtual. Y es que la expectativa de encontrar cualquier cosa rescatable, en términos literarios, es al mismo tiempo un halago y un mal chiste. Y a pesar de que me siento una persona radicalmente diferente a la que abrió este lugar en un principio, no tengo reparo en cobijarme en la cínica e igualmente primigenia aceptación de que esto no es ningún experimento creativo en el que pretenda erigirme a mí mismo monumento alguno. Pues, como en la vida, aquí yo sólo vine pasando. Iba pasando. Pasé. Y cuando de repente me dieron ganas de hacer un pequeño grafiti en una pared que ni siquiera es tan pública como parece, lo hice. Lo hago. Y esa fue la premisa desde el primer minuto. 

De cualquier modo, no puedo evitar asombrarme con lo distante que me resulto a mí mismo. No son siquiera 6 años, pero las diferencias entre lo que me cimbraba en aquel momento y lo que me inmoviliza ahora, son absurdamente divergentes. Encuentro pocas cosas en común con el mí mismo de hace 6 años, o por lo menos con el mí mismo que escribía ávidamente sus pendejadas casi a diario. De entrada, esa avidez. Ese hambre que ahora desconozco. Aunque eso es normal -según dicen- ya que "el 80% de los blogueros del lustro anterior, ya ha abandonado la práctica de bloguear disciplinadamente", según el último estudio que no conozco y me estoy sacando de la penúltima arruga del recto. Y sin embargo, es bastante constatable con cada click en el directorio que apenas hace unos añitos había que mantener "al día", y que era disciplina necesaria en una noche como esta. Hoy, eligiendo aleatoriamente cualquiera de los blogs que tengo enlistados allí, es sumamente probable que el último post tenga cuando menos 6 meses de antigüedad. Eso no pasaba antes. 

Pero bah, no pretendo establecer una diatriba puntual que denoste a los que eran "mis blogueros necesarios" hace tanto o tan poco tiempo. De entrada, no tendría autoridad moral para hacerlo, sobre todo si miro el decreciente contador de posts que aparece junto a cada uno de los años que este mausoleo blanco (o debiera decir gris, mejor) lleva reposando en la web. Quizás sería más adecuado asumir que, como todas las relaciones -reales o virtuales- nació envuelto en un idilio, creció resuelto en una convicción, se reprodujo absorto en el onanismo, y ahora muere, "lentamente, como cae un árbol"... Y aún así, me intriga. Porque así como los burgueses pagaban por sus retratos y lo colgaban en las paredes de sus casas veraniegas, nosotros los burgueses contemporáneos persistimos en perpetuarnos a toda costa -y casi siempre via el autorretrato virtual- y nos colgamos de estas paredes tecnoabstractas que nadie puede ver, pero que -chaqueteramente- asumimos aún que todos miran. Y eso, aparte de -nuevamente- onanista e irrisorio, no deja de ser fascinante. 

El siglo XX parece habernos inculcado no sólo la noción de nuestra propia futilidad, tanto individual como en proporciones de especie, sino también el deseo de colectivizarnos tanto como sea posible. Y aunque los absurdos y anacrónicos clérigos (de casi todas las iglesias) persistan en querer renegar de Galileo y sus consecuencias, cada niño que nace en un ambiente urbano y occidental (o cuasioccidental, para que los historiadores que insisten en que América Latina no es occidental no me estén chingando), nace en un mundo que ya se sabe finito y probablemente pusilánime en términos cósmicos (si bien le va). Y ese niño, aunque no lo sepa, de todos modos aspira a lo otro: A la hiperconectividad. A la tecnologización de su vida diaria. Aunque eso signifique tirarse un pedo y que las mariposas que aletean en el Japón, puedan tomarse un segundo para degustarlo, por caotizarlo de la forma más suave que se me ocurre ahora mismo. 

Lo mismo me pasa conmigo mismo. Y eso que ya tengo mucho tiempo de no ser niño. Y eso, incluso, que cuando era niño no tuve tiempo, ni ganas -en realidad- de ser un niño en el amplio sentido que implica ser "crianza" (como se diría en portugués), ya que mi neurosis ocupó el lugar de la fantasia desde las primeras horas cósmicas de mi vida. Pero es justamente eso: Mirar lo que ha hecho de mí esta colectivización voluntaria que yo solito adopté desde que empezaron a vender el internet en mi colonia. Y todavía más clara, y más fehaciente, desde que abrí esta chingadera de blog y comencé a evacuar dentro de él, hacia fuera y con dedicatoria para el mundo, todas mis pendejadas. Es al mismo tiempo deprimente y fascinante. Es un turn-on y un turn-off. Es, como todo este futuro que ahora vivimos y que imaginaron los cienciaficcionistas de los 60, y de los 50, y de los 40, y hasta Julio Verne, una ridícula, patética y al mismo tiempo abrumadora experiencia.

No me queda claro si lo que realmente deseo es poner punto final o persistir en el punto y seguido (o aparte, si bien me va). No sé cómo habré de mirar esto mismo cuando cumpla 35, o cuando cumpla 40 o cuando cumpla 115 años y me coma mi pastelito por via intravenosa. Tampoco sé si cumpliré ninguna de esas edades, ni tampoco si llegaré a ninguno de esos deadlines. No sé si miraré esto con la misma lástima y ternura con la que miro lo de hace 5 años. Y tampoco me importa gran cosa.

Puedo, sin duda, atisbar que hay un "core", un núcleo que me hace seguir siendo yo mismo y que me hace saber que el que escribió sus pendejadas hace media década es el mismo que escribe ahora. Gorostiza, por ejemplo: "aquí, sitiado en mi epidermis...". Y Efraín Huerta, dentro de cualquier poemínimo o trepado en las LSD Airways. Y otras cosas varias. Sigo detestando a Franco y a los fascistas. Al PRI y a los conformistas. Al PAN y a los cristeros. A Pinochet y a los culeros. Esas cosas no han cambiado en mis vísceras. Y no creo que cambiarán nunca. Espero (y si cambian, por favor péguenme un tiro si tienen chance y se consideran buenas "personitas"). 

Pero la parte deprimente es que, conforme pasan y pasan los minutos, y los meses y los años (recapitulando las primeras palabras de este mamotreto), detesto más y más cosas, y amo y disfruto cada vez menos. Y no me agrada el hecho de que crecer no termine de significar desaprender y desamar. Que no hay un tope para eso, y que las decepciones sólo sigan acumulándose sin que la sorpresa y la fascinación eufórica que abundaban en la infancia, vuelvan a aparecerse en lo absoluto. Abomino que hacerme viejo esté convirtiéndose, pues, en un vil proceso de amargamiento y desdén, en lugar de dar pie a que renazcan o aparezcan nuevas y mejores razones para vivir con gusto. 

Me han dicho que es porque no he procreado. Y que toda mi desesperanza reside en que a mis 31 años me he privado de esa parte de la ecuación biológica "natural". Procuro no hacer mucho caso a ese argumento, pero cada día cobra más sentido. ¿Qué otra cosa puede hacerse de forma más intrínseca que un hijo? ¿Dinero? ¿Obras de "arte"? ¿"Logros" profesionales?

Pero carajo. En mi pinche mundo pseudoliberal, tener un hijo no es "crear" una obra. En todo caso, el proceso de creación comienza eyaculando y termina con el parto de alguien más. Pero el resto no es ni responsivo ni predecible. Y sí, carajo, it's fucking cold outside. ¿Cómo podría atreverme a traer una persona a este universo si no tengo ni puta idea de cómo lidiar con él yo mismo?

Meh. Preguntas para leer en 5 años. Si todavía estoy por acá. 


Mientras...

"I really can't stay - Baby it's cold outside 

I've got to go away - Baby it's cold outside

This evening has been - Been hoping that you'd drop in

So very nice - I'll hold your hands, they're just like ice

My mother will start to worry - Beautiful, what's your hurry

My father will be pacing the floor - Listen to the fireplace roar

So really I'd better scurry - Beautiful, please don't hurry

Well maybe just a half a drink more - Put some music on while I pour"