La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

marzo 03, 2012

Elegía a Ramon Sijé

Si algo me deja perplejo en este mundo, es percatarme de que Miguel Hernández se murió con 32 años, y habiendo producido toda su obra poética entre los 20 y los 30.

Sí, Mozart, Janis Joplin, Jim Morrison y Jimmy Hendrix se murieron todos a los 27 años. Y yo, cuando cumplí 27, me dí un minutito de genialidad que no llegó, (o dejé ir abruptamente) Todos ellos músicos y compositores se cuadran ante lo de Miguel.

Lo de Miguel Hernández impresiona todavía más. Es una madurez absolutamente inexplicable.

Es algo así como esto:

"Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero."

febrero 24, 2012

Espejito, espejito...

Todavía recuerdo cuando abrí esta chingadera de blog en el 2004, ahogado en un dolor nauseabundo, pero también pudoroso de no vomitarlo con demasiado narcisismo (sin éxito). Y es que días antes de abrirlo, acababa de ocurrir el tsunami de Tailandia y Asia septentrional, así que mis pinches dolores semiadolescentes y pendejos de entonces parecían casi insultantes ante los 200,000 muertos (que luego fueron mucho más, creo) y que se contabilizaban por ahí de esos días.

***
Muy de vez en cuando me doy una vuelta por la que era mi mente en esos tiempos. Y es que -francamente- me da bastante penita ese tour, tengo que admitirlo. No porque mi narcisismo, que aún claramente perdura, me diga que yo debí estar haciendo o diciendo otras cosas en esos momentos. Sino más bien porque reconozco, y a la vez encuentro extrañamente ajeno, a ese personaje que era yo a mis escasos 24 o 25 años. Y honestamente me caga la madre.


Eso de no querer leer al yo de antes es, no cabe duda, como cuando uno no quiere verse en el espejo, a sabiendas de que el reflejo en turno está poco menos que de la chingada. Claro que, extrapolado sobre el tiempo, el espejo que te lleva a la que era tu mente de otras épocas, en ocasiones es mucho peor y más cruel que el que pudieras encontrarte hoy (pues hoy, precisamente, ya también te das las mismas licencias y te sientes medianamente en lo cierto respecto a ti mismo). Ya me decía mi loquero que el espejo siempre miente. O que en el espejo siempre nos veremos distintos a como somos. Es lo mismo.

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Lo que empezó principalmente por las puras ganas de seguirle la corriente a mis amigos blogo-Tijuaneros y a los otros muchos blogofílicos que azuzaban mi envidia o me llevaban incidentalmente a encender mis cachondeces fantasiosas con las blogueras de aquel entonces ( y le daría la mención honorífica a una de ellas, pero lo malo es que sigue activa y "no vaya a ser" que se entere); lo que comenzó con unos párrafos malescritos en minutos y que no tenían rumbo ni coordenadas coherentes, acabó por volverse -como para todos los que estuvimos entonces- un delicioso vicio. Y por más vergüenza que hoy me dé el mirarme en las páginas de aquel entonces, sería muy hipócrita negar que durante varios -muchos- años este blog se convirtió en una extensión bastante honesta -o cuando menos congruente- de mí mismo.

Conocí, en el proceso, a mucha gente verdaderamente deliciosa, frondosa, brillante, magnífica. Y toda inmersa en ese jugo impúdico e impertinente que resultaba ser la "blogósfera" de mitad de la década pasada (y también conocí a la bloguera esa, que -por cierto- resultó ser más deseable todavía en su carne y hueso, que lo que jamás será en sus personajes digitales).

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La cosa es que cuando en aquel entonces alguien me cuestionaba por qué demonios le encontraba placer alguno al bloguerismo intensivo, yo siempre respondía que -más allá del clarísimo beneficio de andar histeriqueando sexualmente con seres virtuales más o menos apetecibles- lo que me parecía que estaba por encima de todas las chaquetas mentales, era la posibilidad que seguramente surgiría años después (por ejemplo, ahora) de "leerme en el pasado" y entonces recapitular respecto a lo mucho -o poco- que quizás habría cambiado mi forma de ver el mundo, o de vivirlo a través de mi propia descripción de esa experiencia. Decía entonces que quizás así podría tener una prueba fehaciente de mis decadencias y mis epifanías: El poder mirar atrás como quien mira su propio diario adolescente y ridículo, y encontrar los puntos de convergencia y divergencia con el self del futuro. Y así trazar más o menos claramente el rumbo por el que cada quien había llevado su vida y sus decisiones. En ese punto -justamente- debo decir que no me equivoqué: Para bien o para mal, toda esa fantasía de autoanálisis resultó más o menos cierta.

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Y no digo "para mal" porque me arrepienta de nada significativo. Digo "para mal" porque, de hecho, no sólo es que me lea a mí mismo tan estúpidamente categórico en muchos textos (los que más pena me dan, probablemente) o tan ridículamente poetuitero (valga la expresión actual) en otros. Digo "para mal" porque sin duda me genera mucha culpa y frustración el no haber persistido en la disciplina de vomitar con la frecuencia e intensidad que lo hacía entonces, y por dejar ese hábito tan inofensivo y dedicarme mejor a ser un esclavola contemporáneo. "Para mal" porque, poetuitero o no, cuando menos entonces era congruente con mi deseo de ir dejando migas de pan en el camino a casa de esa bruja antropófaga que resultó ser mi vida "adulta", tiempo después. Bruja que a diferencia de la que pensaba zamparse a los dichosos Hansel y Gretel, nunca encontró su extinción justito antes de engullirme, como en el cuento. Ésta brua me engulló y lo hizo (lo hace) varias veces (al día) y aún ahora me sigue rumiando como una cabra frenética y que no acaba por cagarme de una vez por todas en el retrete mentolado de su castillo de caramelos.

***
A todos los que fuimos criados con una pizca de Hansel y Gretel, nos queda claro que las migajas ingenuamente vertidas por Hansel sobre el sendero del bosque en que iban a abandonarle para siempre, no eran más que una ilusión muy bien intencionada y bastante estúpida por volver a los brazos de esos mismos abandonadores que le habían traicionado. Y claro: los buitres, los cuervos y los otros muchos animales del camino bucólico aquel, siempre estuvieron (y estarán) esperando al que pretenda dejarse indicios a sí mismo para encontrar el camino de vuelta a un lugar que no existe.

Cuando leí el "Viaje a Ixtlán", en el clímax de mi apetito mágico de la adolescencia temprana, obviamente no entendí del todo ese final tan aparentemente lúgubre en el que el ficticio Castaneda descubría -amargamente y siendo objeto de todas las posibles burlas de su "gurú" Don Juan- que no había tal cosa como el regreso. A ninguna parte. Y que una vez que se tomaba esa senda, no importaban las migajitas y los signos que uno quisiera dejarse a sí mismo en el trayecto, pues luego de partir no existía más la vuelta a casa (guiño casi psicodélico a los pobres chanchos de engorda que resultaban ser Hansel y Gretel) pues uno no puede volver a esa "casa" ni a ese lugar que resultaba ser uno mismo, años atrás, porque sencillamente, luego de muchas decisiones, todo lugar previo cesa de existir para hacerle espacio al próximo. Y al próximo.

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Lo mismo pasa ahora, con el blog y con sus migajas. No han sido propiamente engullidas por nadie, y sí, permanecen ahí, pero ya prácticamente han perdido todo significado capaz de devolverme a quien fui yo al momento de vertirlas. Y no, no es que nostalgice en lo absoluto respecto a volver a ser tan ridículamente categórico como lo era hace seis o siete años. Todo lo contrario: es más una nostalgia de esas estériles pero frecuentes y sabrosas, y que se vienen cada vez que uno siente ganas de haber sabido más cuando no supo, o de haber podido ser un tanto más parecido a como es ahora, pero justo mentalizándose como pasajero de esos pasados imberbes en los que hizo mal todo aquello que hizo porque simplemente lo consideró cierto y "natural" respecto a sí mismo. Esa sí una gran chaqueta mental (sin duda mi término favorito en todo el caló chilango que jamás haya existido). No mamadas.

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No es que a nadie de los que nunca leerán esto, le importe un pepino mi postura actual. Pero hoy sí que me siento mucho más claro que entonces, aunque no escriba tanto sobre ello y sin duda ya no lo haga de forma tan medida y tan "bonita" como en alguna u otra ejecución lo logré cuando este blog aún respiraba. Y sin escribirlo tanto, hoy más bien lo vivo mucho más y mucho mejor. Congruente con la noción de que todos esos aparentes "clichés" que entonces le atribuía a los treintas y a los treintones, son mayormente ciertos: Las crudas sí son mucho peores. Las pedas son también, mucho menos frecuentes e intensas. El sexo es notablemente más escaso, aunque no por ello peor. Los maestros que detestaba en la adolescencia, muchos son ya figuras que introyecté felizmente en mi cabeza y que hoy respeto con una nostalgia muy agradecida. Procuro no sentir o comportarme como si lo supiera todo o como si aquello que siento tuviera que ser, necesariamente, lo que debieran sentir los otros. He descubierto también los famosísimos "pequeños placeres", pero no por ello me considero un conformista que haya abandonado sus motivaciones, aunque quizás sí sus ideales más grandilocuentes y narcisistas. He aprendido a amar ciertas partes de mi trabajo, ciertos procesos de mi propio pensamiento. Tengo menos miedo a equivocarme porque sé que me equivoco bien y con frecuencia y aún así me lo permito y me lo perdono. También sé pedir perdón. Y no a la virgen, los ángeles ni a ningún otro amigo imaginario, sino a las personas. A las personas que como yo, también se equivocan y equivocándose todavía se sienten en lo correcto. Todo bien, vaya. Sin querer escribir libros de superación personal y todavía desdeñándolos, pero otorgando el beneficio de la duda y la cortesía de la disculpa tanto a los otros, como a mí mismo.

***
Me falta hacer y me falta vivir un montón inenarrable de cosas. Y sin llevar una lista de ningún modo precisa, hoy sé seguir mucho más mi propia pasión. No está aún en el lugar ni en el momento que me gustaría. Todavía me restan (si se puede) varios años de "vivir una juventud medio infame con tal de lograr una vejez digna". Pudiera parecer claudicación, pero no lo es. Porque debajo de las formas de hoy y del escaso chance que me dejo para sentir, gozar o escribir disciplinadamente y en un puñetero blog todo aquello que me pasa por la cabeza, la realidad sigo siendo el mismo, pero no. Soy el mismo que es también otro. El espejo presente que se pone de acuerdo con el otro espejo pasado. Y es que los espejos, si algo, saben hacer, es ponerse de acuerdo.

Aunque (se) mientan.

enero 21, 2012

Credo freelancero.

Me queda clarísimo el abandono cuasitotal en el que tengo a este espacio de evacuación que en otros tiempos era patio de recreo. No es falta de impertinencia ni de ganas, debo decir, lo que me ha mantenido lejos de musitar letras a regañadientes. Tampoco es que no tenga nada que decir o que evacuar (mucho menos eso). Tampoco es que "haya perdido la fe" en los blogs (misma que fehacientemente podrían constatar que nunca tuve) o que "ahora esté más concentrado en Twitter".

La realidad es que me siento despojado de la capacidad de escribir esos textos largos (y muchas veces muy confusos) que antes me salían con toda naturalidad. Es muy probable que Twitter tenga algo de culpa, si considerásemos que la fragmentación en 140 caracteres pudiera hacerle daño a alguien. Pero la verdad es que estoy ocupado. Y no ocupado como antes lo estaba: ahora sí, muy ocupado. Resulta que me decidí (de una vez por todas) a ser "free lance".

Hay muchas mentiras contenidas en la esclavitud contemporánea. Innumerables, de hecho. Si empezáramos enumerando la cantidad de sueños (chaquetas) guajiros (mentales) que se sobrevienen con la capacidad de consumo (compras compulsivas) que acarrea el tener un trabajo más o menos bien remunerado, no acabaríamos nunca. Y es que, como bien se dice ahora en algunos afiches "contestatarios" de las redes sociales, no se debería (nunca) equiparar el nivel de consumo con la calidad de vida. Y sin embargo, lo hacemos. Lo hago. Lo sigo haciendo. Probablemente, además, lo seguiré...

Me resisto a pensar que "me han llegado al precio", sin embargo. Hoy bien podría estarme embaucando en créditos o compras falaces, mañana mismo, y decididamente no lo hago. Quiero pensar que es porque -en realidad- tengo un objetivo ulterior-superior-sublime, y que es el que me conduce a diario, cual si fuera el hilo mesiánico en la madeja de Ariadna, a través de este asqueroso laberinto corporativo que debo enfrentar todos los (laborables) días.

Puede todo ello, sin embargo, ser una vil y masturbatoria (perdón, pero no hallo otro adjetivo) justificación. Puede ser que en realidad "me han llegado al precio". Y que toda esta resistencia no sea más que una pantalla que preciso para mí mismo con el afán de hacerme la vida más llevadera en los andamios de la mentira. Y, SIN EMBARGO, me resisto también. Me resisto violentamente a creerlo. Me niego a decir que así es...

El objetivo ulterior-superior-sublime sigue allí. Es cada vez menos idealista y grandilocuente, eso sí. Hoy ya no creo que mis palabras puedan o deban convencer a nadie distinto a mí mismo. Quizás por ello evacúo menos en este blog (público) y más en mi universo (privado). Pero no por eso dejo de pensar o de actuar en favor de aquello que creo. Y creo en cosas muy similares a las que he creído siempre. Existe ese "core", ese núcleo de creencias, ese último dígito y común denominador del que he hablado siempre con aquellos que me conocen bien: Aquello que se mantiene puro e impoluto a pesar de las propias incongruencias "operativas" de la vida. Eso de lo que uno no se puede despojar jamás, por más que lo desee. Por más que lo intente. Por más que lo haga, incluso...

Entonces me detengo un segundo sobre mis paranoias masturbatorias, y me lo pongo todo claro (a mí mismo, principalmente). Para ello, siempre funciona escribir un credo:

1. Creo en un mundo menos cruel. Menos pragmático. Menos salvaje en su aproximación a lo que desea. Un mundo en el que el bienestar de unos no implica la pauperización de otros. Un mundo en el que amarse trasciende toda cursilería y se convierte en verdad inmanente. Un mundo en el que hacerlo está por encima de toda ideología y creencia y significado personal. Un mundo que no rechista respecto a quién o qué es lo que nadie ama, porque comprende que en el amar está el ser, en sentido filosófico, y luego entonces, deja de chingar y burlarse de lo fútil o estúpido que pudiera ser ese camino.

2. Creo en los significados y los preceptos que reposan bajo el término "izquierda". Pero no por ello creo en "la izquierda" como entidad política real-actual ni mucho menos mexicana. Creo que la desigualdad, sin duda alguna, es el gran problema social que ha acarreado esta contemporaneidad en la que vivimos. Creo en la innegable estupidez de quienes afirman categóricamente que los jodidos son jodidos porque quieren. Creo en la necesaria firmeza que hay que adoptar para que esos imbéciles categóricos se enteren que la vida no es así: que hay gente, a escasos kilómetros-minutos de todos ellos, que en una o dos semanas han trabajado más de lo que muchos lo harán en toda su vida y que, oh ironía, son y están y seguirán estando y siendo "jodidos", sin deberla ni temerla. Creo en un camino político que acuse esas cuestiones como las más importantes del mundo, y comience o termine por hacer algo al respecto. Y creo en que todos, los guapos y los feos, los jodidos y los pudientes, los enérgicos y los huevones, estamos donde estamos y somos lo que somos no por virtud o defecto, sino por circunstancia. Y de cada quien depende luchar contra la circunstancia o mamar comodinamente de ella. Elijo lo primero, aunque a veces haga lo segundo.

3. Creo en la muerte. Es lo más creíble de la vida, de hecho. Se le ve por todas partes. A todas horas. Aunque sea siempre aplicada y definida por los otros. Sin embargo, sé que está. Sé que nos espera. Sé que se nos viene, encima, por debajo, como sea. Pienso constantemente en cómo será el instante en el que todo deje de existir para mí, en mi cabeza, y por ende, para siempre. Por siempre. De forma total, como no es, irónicamente, la conciencia. Creo, fervientemente, que vivir es un atributo de la conciencia y que por ende es un fenómeno causal y limitado. Vivimos en nuestra mente y por ende vivimos en lo parcial. Somos un punto ridículo e infinitesimal en una gigantesca esfera que hemos decidido llamar "universo". Pero morimos de forma total y absoluta. Es una balanza bastante injusta, si me lo preguntan. Condenados a darle significado a las cosas, todo por culpa del maldito lenguaje, esperamos más o menos hiperactivamente el momento en el que TODO habrá de terminarse. Creo en que las probabilidades de que algo de esa conciencia permanezca son ridículamente bajas. Quisiera creer otras cosas. Es más: me dan una envidia inenarrable todos aquellos que logran creer que existirán después de morir. Pero no puedo. Creo que todo se irá. Nosotros. Lo que pensamos de nosotros. Nuestras madres. Nuestros hijos. Nuestros amantes. Alguien apagará la luz y dejaremos de preocuparnos (aunque también de ocuparnos). ¿Ya habré amado lo suficiente el día de hoy? ¿Ya habré sido lo suficiente esta madrugada? Parece imperativo preguntárselo a uno mismo, a diario, a toda hora. Parece, digo. No lo sé de cierto.

4. Creo en los pleitos. En la pasión. En el conflicto. En el rascar y rascar las telarañas del ser hasta que sangren un poco de motivos. De ahí que se me tacha siempre de impertinente. Lo soy. Prefiero ser incómodo que prescindible. Prefiero ser molesto que insignificante. Y no es por hacerle el camino más difícil a nadie: no. Es más bien este deseo de tocar el corazón de aquellos que -circunstancialmente, si se quiere- resultaron vivir y ser en mi mismo cuadrante. Cuando muera (algún día, quizás pronto, quizás no) y si alguien que me odie termina por leer esto, que sepa que toda mi rudeza y descontrol no fue calculada ni maquiavélica. En general, todo ha sido con el afán de tocar el corazón o las entrañas de aquellos que me rodean. Nunca, por más grosero o violento que se me haya visto, he querido despojar a nadie de sus ganas de ser, amar, seguir viviendo. Y dudo mucho que en algún caso haya logrado tal cosa. Pero lo digo por si así fue. Nomás tantito.

5. Creo en el amor como ejercicio del ser tanto como creo en el dolor como ejercicio del estar. No existe el uno sin el otro. No es el ser-amar un camino "perfecto" y despojado de dolor, como todos lo sabemos. Es más bien todo lo contrario: porque ser-amar siempre está acotado por el ser-amar de los otros. Y es ahí donde sobreviene el dolor y donde tanta gente se ha montado (y se monta) para negarle todo sentido a la vida o -quizás- incluso suicidarse. Yo, personalmente, creo que el suicidio es una gran trampa capitalista y absurda, aun cuando puedo entender que haya mucha gente que a diario lo considere o lo ejecute. Para mí, el suicidio es impensable. Sin importar el estadío de dolor-estar al que el ser-amar pudiera llevarme, jamás podría encontrar el suicidio como alternativa o escape. Y sé que hay estares meritorios de mucho desprecio. He visto morir grandes amores de otros. He visto morir también grandes amores míos. He perdido yo mismo toda esperanza en seguir respirando, por momentos. Y lo comprendo. Pero nunca, jamás, podré justificarlo. O cuando menos no como un camino para ser-amar. Quizás sólo por el afán de lastimar a quienes se quedan aquí. Un último ser-amar quizás, pero demasiado volcado sobre sí mismo. Y ese hecho lo hace aún menos justificable, si me lo preguntan.

6. Creo en la ligereza. En las pequeñas cosas. En los pequeños placeres. Las pequeñas muertes que simulan ciertos orgasmos. Los pequeños renacimientos atados a ciertos postres, a ciertos besos, a unos cuántos pasteles. Creo en la imperiosa necesidad de no andar escribiendo credos para gozar de la vida. Creo en callarse y suspirar. Creo en no saber callarse pero también desearlo, y suspirar. Creo en dejar de pensarlo todo, aún si no sepa cómo. Creo en la poesía que no pretende explicarlo todo. Creo en imágenes y en fantasías. Creo en las nubes cuando se callan, porque están como presentes, y en su presencia no hay nada. Nada sino nubes. Formaciones vertiginosas de aire colorido. Transparencias potenciales. Silencios esperando a ser vividos. Balsas de viento abalazándonse sobre un mar de preguntas. Respuestas que no existen. Caminos que nadie conoce.

Senderos
que
no
serán.

Y sobre todos ellos,

la calma.