La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

enero 21, 2012

Credo freelancero.

Me queda clarísimo el abandono cuasitotal en el que tengo a este espacio de evacuación que en otros tiempos era patio de recreo. No es falta de impertinencia ni de ganas, debo decir, lo que me ha mantenido lejos de musitar letras a regañadientes. Tampoco es que no tenga nada que decir o que evacuar (mucho menos eso). Tampoco es que "haya perdido la fe" en los blogs (misma que fehacientemente podrían constatar que nunca tuve) o que "ahora esté más concentrado en Twitter".

La realidad es que me siento despojado de la capacidad de escribir esos textos largos (y muchas veces muy confusos) que antes me salían con toda naturalidad. Es muy probable que Twitter tenga algo de culpa, si considerásemos que la fragmentación en 140 caracteres pudiera hacerle daño a alguien. Pero la verdad es que estoy ocupado. Y no ocupado como antes lo estaba: ahora sí, muy ocupado. Resulta que me decidí (de una vez por todas) a ser "free lance".

Hay muchas mentiras contenidas en la esclavitud contemporánea. Innumerables, de hecho. Si empezáramos enumerando la cantidad de sueños (chaquetas) guajiros (mentales) que se sobrevienen con la capacidad de consumo (compras compulsivas) que acarrea el tener un trabajo más o menos bien remunerado, no acabaríamos nunca. Y es que, como bien se dice ahora en algunos afiches "contestatarios" de las redes sociales, no se debería (nunca) equiparar el nivel de consumo con la calidad de vida. Y sin embargo, lo hacemos. Lo hago. Lo sigo haciendo. Probablemente, además, lo seguiré...

Me resisto a pensar que "me han llegado al precio", sin embargo. Hoy bien podría estarme embaucando en créditos o compras falaces, mañana mismo, y decididamente no lo hago. Quiero pensar que es porque -en realidad- tengo un objetivo ulterior-superior-sublime, y que es el que me conduce a diario, cual si fuera el hilo mesiánico en la madeja de Ariadna, a través de este asqueroso laberinto corporativo que debo enfrentar todos los (laborables) días.

Puede todo ello, sin embargo, ser una vil y masturbatoria (perdón, pero no hallo otro adjetivo) justificación. Puede ser que en realidad "me han llegado al precio". Y que toda esta resistencia no sea más que una pantalla que preciso para mí mismo con el afán de hacerme la vida más llevadera en los andamios de la mentira. Y, SIN EMBARGO, me resisto también. Me resisto violentamente a creerlo. Me niego a decir que así es...

El objetivo ulterior-superior-sublime sigue allí. Es cada vez menos idealista y grandilocuente, eso sí. Hoy ya no creo que mis palabras puedan o deban convencer a nadie distinto a mí mismo. Quizás por ello evacúo menos en este blog (público) y más en mi universo (privado). Pero no por eso dejo de pensar o de actuar en favor de aquello que creo. Y creo en cosas muy similares a las que he creído siempre. Existe ese "core", ese núcleo de creencias, ese último dígito y común denominador del que he hablado siempre con aquellos que me conocen bien: Aquello que se mantiene puro e impoluto a pesar de las propias incongruencias "operativas" de la vida. Eso de lo que uno no se puede despojar jamás, por más que lo desee. Por más que lo intente. Por más que lo haga, incluso...

Entonces me detengo un segundo sobre mis paranoias masturbatorias, y me lo pongo todo claro (a mí mismo, principalmente). Para ello, siempre funciona escribir un credo:

1. Creo en un mundo menos cruel. Menos pragmático. Menos salvaje en su aproximación a lo que desea. Un mundo en el que el bienestar de unos no implica la pauperización de otros. Un mundo en el que amarse trasciende toda cursilería y se convierte en verdad inmanente. Un mundo en el que hacerlo está por encima de toda ideología y creencia y significado personal. Un mundo que no rechista respecto a quién o qué es lo que nadie ama, porque comprende que en el amar está el ser, en sentido filosófico, y luego entonces, deja de chingar y burlarse de lo fútil o estúpido que pudiera ser ese camino.

2. Creo en los significados y los preceptos que reposan bajo el término "izquierda". Pero no por ello creo en "la izquierda" como entidad política real-actual ni mucho menos mexicana. Creo que la desigualdad, sin duda alguna, es el gran problema social que ha acarreado esta contemporaneidad en la que vivimos. Creo en la innegable estupidez de quienes afirman categóricamente que los jodidos son jodidos porque quieren. Creo en la necesaria firmeza que hay que adoptar para que esos imbéciles categóricos se enteren que la vida no es así: que hay gente, a escasos kilómetros-minutos de todos ellos, que en una o dos semanas han trabajado más de lo que muchos lo harán en toda su vida y que, oh ironía, son y están y seguirán estando y siendo "jodidos", sin deberla ni temerla. Creo en un camino político que acuse esas cuestiones como las más importantes del mundo, y comience o termine por hacer algo al respecto. Y creo en que todos, los guapos y los feos, los jodidos y los pudientes, los enérgicos y los huevones, estamos donde estamos y somos lo que somos no por virtud o defecto, sino por circunstancia. Y de cada quien depende luchar contra la circunstancia o mamar comodinamente de ella. Elijo lo primero, aunque a veces haga lo segundo.

3. Creo en la muerte. Es lo más creíble de la vida, de hecho. Se le ve por todas partes. A todas horas. Aunque sea siempre aplicada y definida por los otros. Sin embargo, sé que está. Sé que nos espera. Sé que se nos viene, encima, por debajo, como sea. Pienso constantemente en cómo será el instante en el que todo deje de existir para mí, en mi cabeza, y por ende, para siempre. Por siempre. De forma total, como no es, irónicamente, la conciencia. Creo, fervientemente, que vivir es un atributo de la conciencia y que por ende es un fenómeno causal y limitado. Vivimos en nuestra mente y por ende vivimos en lo parcial. Somos un punto ridículo e infinitesimal en una gigantesca esfera que hemos decidido llamar "universo". Pero morimos de forma total y absoluta. Es una balanza bastante injusta, si me lo preguntan. Condenados a darle significado a las cosas, todo por culpa del maldito lenguaje, esperamos más o menos hiperactivamente el momento en el que TODO habrá de terminarse. Creo en que las probabilidades de que algo de esa conciencia permanezca son ridículamente bajas. Quisiera creer otras cosas. Es más: me dan una envidia inenarrable todos aquellos que logran creer que existirán después de morir. Pero no puedo. Creo que todo se irá. Nosotros. Lo que pensamos de nosotros. Nuestras madres. Nuestros hijos. Nuestros amantes. Alguien apagará la luz y dejaremos de preocuparnos (aunque también de ocuparnos). ¿Ya habré amado lo suficiente el día de hoy? ¿Ya habré sido lo suficiente esta madrugada? Parece imperativo preguntárselo a uno mismo, a diario, a toda hora. Parece, digo. No lo sé de cierto.

4. Creo en los pleitos. En la pasión. En el conflicto. En el rascar y rascar las telarañas del ser hasta que sangren un poco de motivos. De ahí que se me tacha siempre de impertinente. Lo soy. Prefiero ser incómodo que prescindible. Prefiero ser molesto que insignificante. Y no es por hacerle el camino más difícil a nadie: no. Es más bien este deseo de tocar el corazón de aquellos que -circunstancialmente, si se quiere- resultaron vivir y ser en mi mismo cuadrante. Cuando muera (algún día, quizás pronto, quizás no) y si alguien que me odie termina por leer esto, que sepa que toda mi rudeza y descontrol no fue calculada ni maquiavélica. En general, todo ha sido con el afán de tocar el corazón o las entrañas de aquellos que me rodean. Nunca, por más grosero o violento que se me haya visto, he querido despojar a nadie de sus ganas de ser, amar, seguir viviendo. Y dudo mucho que en algún caso haya logrado tal cosa. Pero lo digo por si así fue. Nomás tantito.

5. Creo en el amor como ejercicio del ser tanto como creo en el dolor como ejercicio del estar. No existe el uno sin el otro. No es el ser-amar un camino "perfecto" y despojado de dolor, como todos lo sabemos. Es más bien todo lo contrario: porque ser-amar siempre está acotado por el ser-amar de los otros. Y es ahí donde sobreviene el dolor y donde tanta gente se ha montado (y se monta) para negarle todo sentido a la vida o -quizás- incluso suicidarse. Yo, personalmente, creo que el suicidio es una gran trampa capitalista y absurda, aun cuando puedo entender que haya mucha gente que a diario lo considere o lo ejecute. Para mí, el suicidio es impensable. Sin importar el estadío de dolor-estar al que el ser-amar pudiera llevarme, jamás podría encontrar el suicidio como alternativa o escape. Y sé que hay estares meritorios de mucho desprecio. He visto morir grandes amores de otros. He visto morir también grandes amores míos. He perdido yo mismo toda esperanza en seguir respirando, por momentos. Y lo comprendo. Pero nunca, jamás, podré justificarlo. O cuando menos no como un camino para ser-amar. Quizás sólo por el afán de lastimar a quienes se quedan aquí. Un último ser-amar quizás, pero demasiado volcado sobre sí mismo. Y ese hecho lo hace aún menos justificable, si me lo preguntan.

6. Creo en la ligereza. En las pequeñas cosas. En los pequeños placeres. Las pequeñas muertes que simulan ciertos orgasmos. Los pequeños renacimientos atados a ciertos postres, a ciertos besos, a unos cuántos pasteles. Creo en la imperiosa necesidad de no andar escribiendo credos para gozar de la vida. Creo en callarse y suspirar. Creo en no saber callarse pero también desearlo, y suspirar. Creo en dejar de pensarlo todo, aún si no sepa cómo. Creo en la poesía que no pretende explicarlo todo. Creo en imágenes y en fantasías. Creo en las nubes cuando se callan, porque están como presentes, y en su presencia no hay nada. Nada sino nubes. Formaciones vertiginosas de aire colorido. Transparencias potenciales. Silencios esperando a ser vividos. Balsas de viento abalazándonse sobre un mar de preguntas. Respuestas que no existen. Caminos que nadie conoce.

Senderos
que
no
serán.

Y sobre todos ellos,

la calma.