La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

junio 30, 2005

Yo no tiro los perros. I smoke them.

En muchas ocasiones se han criticado mis muestras de misantropía en este blogúsculo lugar. Y peores aun han sido los feroces insultos a mi escaso respeto por los derechos de los animales: Que si las focas, que si las odio, que si la crueldad animal, que si el derecho a vivir, que si el ser políticamente correcto, que si greenpeace me va a buscar y me va a sembrar la selva lacandona en el culo y luego le va a prender fuego. Inmutable, he defendido mi indefendible postura diciendo que, con todo y mi misantropía, soy un antropocentrista. ¿Existe mayor incoherencia, o al menos alguna más dulce? Amar y odiar a los hombres (y a las mujeres, obvio) es un acto de fé. Es lo más humano que se puede ser. Admitir la volatilidad de nuestros sentimientos frente a los otros es el cénit de la honestidad. La gente puede ser terriblemente insoportable, pero también, el fenómeno de estar-con-la-gente, puede ser absolutamente enriquecedor y delicioso. Pinche paradoja. Y lo mejor es dejarla fluir, porque para deshacernos de la gente hacen falta demasiados lanzallamas y mucha creatividad, para no aburrirse de tanta chaqueta cuando se logre ese objetivo.


Volviendo a los animalitos, he descubierto, gracias a un buen montón de gente hilarante y deliciosa, la manera canabinólicamente perfecta de conservarlos para siempre en el alma.

Tomen pluma y papel o preparen el copy-paste, porque esta idea innovadora trascenderá a la historia:


CAN-NABIS: Lleva a tu mascota en el alma.

¿Cuántos de nosotros (ustedes) no hemos (han) tenido un hermoso perrito? ¿Recuerdan aquel french-poodle que su madre les regaló en los albores de su infancia? ¿El hermoso pastor alemán que minaba su jardines, se comía sus bicicletas, violaba a sus vecinas y meaba sus mejores calcetines? ¿Qué me dicen de aquel bello Sharpey cuyas arrugas inundaban la sala y aparecían hasta en la sopa? (Una arruga en mi sopa, una arruga en mi sopa!) ¿O el dálmata, elegante y estoico que hacía juego con cierto abrigo? En fin. Sé que lo recuerdan. Todos los recordamos tarde o temprano, aun si no los tuvimos.

¿Existe una forma de trascender la muerte? ¿Qué pasa cuando el "alma" abandona el cuerpo y lo deja más triste que una caguama enmohecida debajo del boiler? ¿Es todo? ¿Existe la conciencia de ser una vez que los gusanos empiezan a construir apartamentos (lofts, de preferencia) en nuestra carne olvidada por dios?

Can-nabis, INC, consciente de la dureza de estos cuestionamientos, y de estos recuerdos imborrables, ha encontrado una solución práctica que, sin los altos costos de la criogenia, puede ayudarle a reencontrarse con su Brutus, su Fido, su Fifí, una vez que haya dejado el mundo de los vivos, y llevarlo en el corazón para siempre.

La receta es muy simple:

1.- Una vez que el pequeño Firulais haya dado el último soplo, limpie un poco ese desastre y llámenos.
2.- Nuestros sensibles técnicos no actuarán de forma mecánica e inhumana. Primero lo ayudarán con su pérdida antes de proceder a la siembra.
3.- Pequeños brotes de Can-nabis Indica serán colocados en una maceta de su elección, o, de acuerdo al presupuesto, en una tina, un armario o un jardín frutal. El catálogo es amplio. Su perro lo merece.
4.- Una vez preparado el terreno, una sencilla ceremonia marcará el inicio de su trascendencia final. Lagrimas después, su amado Trueno se hará uno con la tierra.
5.- Enterrado el perro, se siembra la mata. Podemos podarla y darle la forma que su amor por el caído decida. Tenemos expertos en "corte schnauzer" y "podado cocker", pero las posibilidades son infinitas.
6.- Después, es cuestión de días. Conforme la tristeza abandona su mente, el alma de su amado can se libera y comienza a fluir en los tallos y nervaduras de su ahora amada Can-nabis. No sea goloso: Espérese a que crezca bien.
7.- Todo será un asunto de tiempo. Usted sabrá cuándo (o sus amigos, no se preocupe). Llegará finalmente el momento de disfrutar ese momento de intimidad mística en compañía de Lassie. Y recuerde, no estará fumando una apestosa droga petatera que omnibulará su mente y apendejará su psicomotricidad, no. Usted estará fumando un híbrido espiritual, un pedazo de Fido, un poco de su alma, el recuerdo de su paso por el mundo.


Free-Samples disponibles!

Can-nabis Lazarillus: Con lo más selecto de los pastores alemanes más diestros en la conducción de invidentes, y las más finas mezclas de Mongolian Gem, Acapulco Golden y Socialista de Bombay. Fúmela y encontrará su camino en el mundo. Especial para ciegos: Recientes estudios comprueban que fumar can-nabis lazarillus, regenera su sentido de orientación e incluso puede ayudarlo a VER. (Nada de "ver", sino "VER") Úsela y deje de tropezar.

Can-nabis Dálmata: Los alquimistas de Can-nabis, ayudados por 64 de los 101 dálmatas originales de Disney, y una fina selección de cola sin guarumo y pata, lograron producir un bálsamo capaz de hacerlo ver el mundo moteado, puntillista y panorámico que se ha perdido durante toda su vida. (La variante para ver motitas rosas todavía no es aprobada por la FDA, aunque Salubridad está cerca de darle el visto bueno, gracias a sus efectos idiozantes terapéuticos)

Can-nabis Labradorus:
Un sabor brusco, de entrada fuerte a la lengua, pero suave al corazón. Fume poco o la torpeza puede acabar con sus modales. Evite estar cerca de camas, sillas, vasos, ceniceros, computadoras portátiles y piernas humanas. Puede acabar mordisqueando cosas que no son sanas.

Can-nabis Salchicha: El nombre lo dice todo. De efectos colaterales elecrizantes, esta variedad está siendo muy apreciada en países del Asia Septentrional y cerca de los corporativos y las iglesias presbiterianas. El crecimiento es impactante. Compruébelo!

Can-nabis Rottweiler: ¿Harto de la pasividad? ¿Su mujer (o su marido) le dominan sin que pueda oponer resistencia? ¿Ganas de armar la revolución? Silvester Stallone en Rambo, Shwarzennegger desde temprana edad, acompañado de una mamila con esteroides, Martha Fox, Axl Rose, toda la cofradía death-metal entre otros incontables ejemplos han descubierto en esta variedad el toque iracundo y beligerante que calienta sus vidas. Pruébela encadenado.

*Pregunte por otras variedades.

Disclaimer:
Can-nabis
está impedido, por múltiples reglamentos internacionales, de realizar el procedimiento con seres humanos. Sin embargo, le recomendamos ampliamente que, en caso de poder hacerlo clandestinamente, no dude en sembrar una de nuestras cepas junto al espíritu de su seres más queridos. Los llevará por siempre en la bronconeumonía perpetua.

Can-nabis
no se hace responsable de ningún tipo de ladrido involuntario, demanda vecinal, problemas dentales asociados, cambio en los hábitos alimenticios, evacuaciones involuntarias, incontinencia urinaria, necesidad de ir al parque dos veces al día, proclividad por oler traseros de todos los sexos, autoerotismo oral o ninguna otra pérdida de miembros, brazos o piernas relacionada con el hambre. Este producto no es un medicamento, es la luz al final de la perrera.

CANnabis: Una mota bien PERRA.

si desea participar de la sociedad, envíe su colaboración, sugerencia, propuesta de logo, capital contable (en especie o efectivo), queja ecologista, acuse ante la sociedad protectora de animales (de cuatro patas) o cualquier otra comunicación haciendo click en el link de aquí abajito.

junio 25, 2005

Declaración de Guerra (que el miedo se prepare)

Gracias a J.

A mi miedo siempre le tiendo la cama. Le hago el desayuno. Le rindo culto, a escondidas, cada noche. Le llamo a diario, le pido consejo, le lavo los pies, le cuento historias, le quiero como a un hijo. Le estimo en demasía, a mi miedo le amo sin miedo. Le soy más leal que a mi valentía. Le soy más fiel que a mi coraje. Le entrego mis causas. Le cedo en ofrenda a mis doncellas, le sacrifico mis amores. Soy más esclavo de mi miedo que de mi hambre o de mi sed. Soy más mi miedo que yo mismo. Y eso, sin que explique ningún por qué, sucedió un día que no recuerdo, en que nos conocimos para amarnos grandilocuentemente y sin ataduras. A mi miedo le hago el amor todos los días, y aun no sé quién penetra a quién. Es ahora que lo confieso. Es ahora que lo lamento, sin misericordia, sin autocomplacencias, sin más treguas posibles.

Y todo por una mujer. Aunque, eso sí, no cualquier mujer. Una mujer que me ama al punto de haber descubierto, con una prontitud digna de los mejores torbellinos, al verdadero comandante de mi eterna desgracia autocompasiva. Una mujer capaz de desmantelar, sin hacerme la guerra, todo el aparato de espionaje dictatorial que el miedo opera en mi vida y en mi discurso. Una mujer generosa y guerrera. Una mujer ilegible, en cuyos ojos respiran los enigmas de las flores, las batallas de los sueños y, al mismo tiempo, la tranquilidad y la ternura de los días sin mañana. Una mujer que no es por qué, ni le importa. Domadora de chimpancés, terodáctilos y pulgas, pero indómita ella misma. Una mujer que es un gracias a. Un despertador, tan grande como el Bigben, y tan frágil y tierna como cuando se recuesta, sin claudicar, y dice te amo, como quien dice sólo la verdad. Llena la boca, llenos los ojos, pero eso sí, de puro presente. Nada más (y nada menos).

Una mujer se ha levantado en armas contra mi miedo. Con ella, las huestes más beligerantes de la certeza y la coherencia. Contra ella, los muchos años de cicatrices, derrotas y rendiciones que el miedo ha tomado de mi vida. Y sin embargo, cuando camino colgado de su mano, y caigo en cuenta que el miedo no sólo podría quitarme de sus ojos, sino de los míos propios, encuentro en su boca, tan roja y tan ácida y tan dulce, el recordatorio de que no he de perderme más en ningún tonto terror que me prive de vivir, nuevamente, lo que es estar vivo.

Pero ah, el miedo es siniestro y hábil como un gato sigiloso: Cada vez que despierto a esa verdad, me susurra, lentamente, todo el dolor que me espera en la vida. Todo lo que perderé cuando mañana se hayan esfumado las causas hermosas. Todo lo abruptamente sólo que estaría cuando ella se haya marchado. Todo lo que debiera importarme seguir sintiendo miedo. Hijo de Puta. Grandísimo Hijo de Puta.

¿Cómo demonios ensordecerme a las palabras del miedo, sin dejar de oir las mías, las de la mujer que ahora amo y las del coraje emancipador que puede acabar con tanta batalla exhaustiva? ¿Cómo hacerle entender al miedo que, por ahora, el dolor no es y no importa, y que el trayecto junto a sus ojos y el camino a los míos vale más que mil pequeñas muertes venideras? ¿Cómo explicarle a ella que, detrás del regimen opresivo y asfixiante que el miedo parece operar en mi, está mi corazón, dulce y despierto y directo y pasional, amándole mientras sucede, y nada más (y nada menos)?

Hoy dormiré sin miedo. Y dormiré también sin ella. Pero dormiré conmigo. Y juntos, yo y mi multiplicidad, buscaremos entre sueños alguna respuesta. Y si no se dignan a aparecer, nos iremos todos juntos a buscar su boca, que, entre sueños, es aun más aliada y exquisita.

junio 23, 2005

El amor es el trayecto

Dijo Claudia tajante, como si supiera algo del amor. Como si alguien, en realidad, supiera cualquier cosa. Luego compró unos calzones y se fue de la mano de un hombre que no ama, ni la ama tampoco. Cansada y cabizbaja. Pensativa. Con ganas -como todos- de amar y ser amada.

Y me dejó pensando largamente.

(Luego recordé que ya lo sabía. Sí. Ya lo había escrito, cuando menos: "El único premio por recorrer un laberinto es precisamente ese, recorrerlo y ya, sin alucinar soluciones...". El amor, esa estúpida y deseable palabra, es más una senda que un destino. Si fuera en realidad un lugar al que se puede llegar, todos estaríamos terriblemente aburridos, cansados, hastiados de él. Curiosamente, el amor se resiste, repela, se queja, forcejea: hace todo para que continuemos deséandole. Nada tonto. Nada tonta esa cosa innombrable que testarudamente seguimos nombrando "amor")

Luego volteé a mi lado izquierdo y miré a Ju. Como ayer, como anteayer, como desde el origen de mis sueños, sin sonar terriblemente Ameliesco. La vi y la recordé la noche anterior, y la anterior a esa, y otras más. La vi, encendida como siempre, antorcha inmanejable, fuego renuente de su domesticación (gracias al cielo lluvioso). La vi defendiendo como siempre, peaceful and quiet según ella misma, su nada serena verdad a grito y argumento pelado. Maravillosamente beligerante y certera. Mejor que me lleve la muerte si alguna vez toqué el corazón de una mujer más cierta y más real y más despierta - me dije - y luego pensé bien de mí y me acaricié silenciosamente el corazón-antes-ruinas.

(Y no, no era mentira. Como no es mentira -tampoco- que los hombres abusamos de las mentiras constantemente. Los hombres, varones pues, somos casi siempre un manojo de miedo. Es el miedo lo que impulsa nuestras búsquedas. Es el miedo lo que atormenta nuestros encuentros. Es el miedo lo que nos mueve a evitar el amor a toda costa, y sustituir ese delirio tormentoso con sexo casual, palabras vacías y poemas gratuitos pero intencionados. Es puro miedo lo que nos significa el abandono. Miedo a no ser suficientes. Miedo a tener y a no tener esperanzas. Puro puto miedo)


No supe cómo ni cuándo, pero la conversación dejó de ser una vulgar reivindicación de las convenciones sexuales (sí, el orgasmo, sí, las vergas monumentales, sí, las chichis grandotas, sí, las posiciones inimaginables), para volverse un verdadero cuestionamiento sobre el por qué y el qué es lo que buscamos cuando buscamos a otros.

Ella, sin dudarlo un segundo, afirmó tajantemente que el amor, esa rara cosa, no tiene fecha de caducidad ni tampoco garantías. Afirmó, hermosamente también, cómo es que resulta necesario redescubrir a diario los pedazos de eternidad que nos hacen vibrar con alguien, y que esa reinvención constante es lo que seduce y lo que mantiene vivos los corazones y los fuegos, y cómo sin ese juego, el más difícil de los juegos, una relación no significa otra cosa que un delicioso guiso que se esfuma en cuanto se eructa, para luego desaparecer del mapa, aun si es que deja un sabor de boca celestial e incorruptible. Luego me miró con esos ojos silenciosos y pacíficos. Luego caí, nuevamente, muerto ante su serenidad guerrera, y comprendí muchas cosas, otra vez.

Y no es que yo callara todo el tiempo. De hecho, fue ese mismo argumento el que vociferé infructuosamente mientras nadie hacía caso. Pero ella se dio cuenta, por un momento, y luego me miró así, y luego nos besamos por un instante, gozando el que, finalmente, habíamos estado de acuerdo en algo. Y luego caí en cuenta.

Supone un trago difícil el lograr mantener su atención. Aquí no se trata de un solo laberinto. Ni yo ni ella podemos darnos ese lujo. Cada día supone un nuevo muro, un nuevo camino, un reencuentro totalmente reinventado con eso-que-creíamos-que-ya-sabíamos. Cada día un nuevo laberinto, cada día una misión suicida para re-reconocer el terreno. Una nueva seducción. Una nueva palabra y un nuevo recuento de daños y ganancias. Un nuevo juego, una nueva tensión, un nuevo motivo para odiarnos o para amarnos por instantes. Un nuevo poeta, una nueva musa. Nunca tan hacedores como ahora. Nunca un ahora tan importante y un mañana tan incierto. Menudo enigma.

Fallo en entender que ella está aquí solo porque quiere. Y que yo estoy aquí exactamente por lo mismo. Sí, lo admito, fallo como fallamos constantemente los hombres, y recurro también a las trampas del poeta. A los pequeños cambios semánticos que transforman el agua en vino, creyendo que con eso (o por eso) es que ella está a mi lado. Y aunque reniego falsamente de la esperanza (y ella también), sé que quisiera creer que pudiera pensar que podría esperar que fuera posible que mañana, o tristemente hoy, ella dejase de ser trayecto para volverse destino. Aunque fuese momentáneo. Y esto, lamentablemente, es un error. Una falta de rigor. Un tropiezo que no quiero dar.

Me niego a reivindicar una esperanza que se contraponga al juego de reinventarnos cada día. Y me niego también a reinventarme mentirosamente, porque ni yo ni ella lo merecemos. Basta de pequeños cuentos. Somos lo que somos. Si se me agota el combustible, shame on me. Si se me agota lo que soy, y no le basta, shame on her. Pero basta de suposiciones: Let's get this party started.

El amor es el trayecto: Más vale pedir un asiento con ventanas que mirar el piso todo el viaje.

junio 20, 2005

Atónitos


No es que sea incrédulo. No es que lo creyera imposible o que no me sintiera meritorio de su entrega. Sus ojos dentro de mis brazos dentro de la cama dentro de un instante que se distiende al punto de volverse infinito mientras sucede. Su voz, suave como nunca, dulce como sabe, un río de palabras tranquilas, un río de rendición momentánea. Yo rindiéndome a lo irrevocable (ella), ella rindiéndose ante la paz. Por fin, la paz. La paz entregándose, suavemente, duramente, deliciosamente, a la guerra que habita mi carne.


Las palabras siguen retumbando en mi cabeza. El sabor de su boca diciéndolas. Sus 15 minutos atónita, al escucharse a sí misma hablar. Salí en busca de la calma dominguera y ya no regresé. Al menos no yo. Regresó otro. Otro que también soy yo, pero que desconoce, por un momento, toda la infelicidad del mundo.

Salud.

junio 19, 2005

A pesar de...(o gracias a??)

Las mordidas, los pleitos intelectuales, la eterna beligerancia, los ojos encendidos por esa certeza que aun me resulta tan incomprensible como deseable, la báscula aguafiestas, el desayuno abortado, el celular que no para de sonar, la angustia en casa, los besos entre cumbia y salsa, los casi-nada de alcohol, el vino con prisa, el dormirse tan pronto, el gato guardián, la mañana bukowskiana, la escapatoria necesaria, las palabras suaves, las miradas envidiosas, nuestros hijos que no entienden, nuestros amigos incrédulos, las advertencias voz en cuello, Nina Hagen cantando country, Julie Delpy reforzando su discurso, Kieslowski siendo poco claro, Karol Karol que no deja de amarla, un round para encontrar las palabras naturales de un guión que parece autobiografía, las historias entrecruzadas, las inevitables comparaciones, un vuelve a la vida, un ceviche (chico), agua mineral con limón, y el poco tiempo entre que despierta mi mejor ansia y tiene que irse.

Orden, orden, orden.

Diría que no quiero enamorarme, pero no puedo ser tan cínico. Nadie me creería.

Ahora, que el domingo me rescate de seguir alargando esta nota hasta desquiciarme.

junio 17, 2005

Si me preguntan...

Yo les diría todo. O tal vez no.

Les diría que, poco a poco, me gusta más. Entiendo más. Escapo menos.
Les diría cómo funciona la telepatía: Acostaditos en la cama (o al revés??) Bailando en las azoteas. Mirándola a los ojos durante 15 minutos, sin decir nada. De pronto sin pensar, las cosas cobran mucho sentido. Se escucha ese murmullo (el mismo que se escucha incluso durante una explosión atómica). Se escucha, lentamente. Dice: Yes, I understand you (right now). Quién sabe mañana. A quién le importa. (A mi, me importa, grave peligro)

Asumo, pues, el grave peligro de estar sumergido en la fascinación. No confundir: No es onírica. No hay más que lo que hay. La ventanilla de las peticiones se cierra durante el rato en que de verdad nos escuchamos. Siguiente paso: Es posible el deseo. Comprobado tras un delicioso trago de suavidad vertiginosa. A pesar de tantas dudas.

Hola, abismo. ¿Trajiste mi almohadón de plumas?

Y si no, no importa. A caer se ha dicho.

junio 13, 2005

El big bang y las ensaladas. (Laberintos que chocan) -reeditado-

Let's dance on the rooftops some more.

En el principio, dicen, hubo una gran explosión. Una grandísima explosión donde toda la materia del universo, condensada en un punto poco menor que la cabeza de un tornillo, se encabronó a tal punto consigo misma, que decidio salir disparada, hacia todos los vectores posibles, y hasta llenar de nubes y más nubes de tiempo un espacio donde antes - y esto sí es de a de veras - donde antes no había nada. (No un recurso poético de segunda, no. Realmente no había NADA...putísima madre si hay algo más incomprensible)

El cuento es tan largo como los años luz que separan a las dos partículas subatómicas que comenzaron a hacérsela de pedo entre sí, provocando el big-bang y por ende, la creación del universo gracias a su riña (vaya pedo tan constructivo ¿no?).

Poniéndonos obvios, podemos afirmar que incluso esta piltrafa de texto provino, originariamente, de esa misma bronca (no sabemos si familiar, marital, triangular o meramente pedera). Todos nosotros. Los hombres, nombradores de cosas (casi todas pendejas) y en fin, todo lo que seguiremos desconociendo del universo (si es que este no resulta no ser un back projection de alguna producción divina que desconocemos) provino de una pesada discusión entre materia y antimateria. Puto universo maniqueista.

Y con nosotros, los nombradores de inutilerías, los glorificadores de nuestra pequeñez, los miedosos perennes, vino también, incluída en el paquete, la opción del libre albedrío con queso y el dogma que ciega, con pepinillos. Todas envueltas en pan de lenguaje con ajonjolí y catsup genética.

Cada quien su laberinto. Cada quien su embrollo.



La individualidad no es más que una barra de ensaladas en un California de la Narvarte. Betabel, (no, betabel no), lechuga romana (hmm, tal vez), cebolla (claro, y mal aliento who cares), champiñones (si no son azules, no), tomate (¿cherry o sinaloense?). La vida como un laberinto de legumbres. Ah, qué lindo es delirar en la hortaliza.

O como diría el tionasty, en su delirio:

me quedo con las capas de la cebolla (no con el aliento), con la intensidad del betabel, con la corriosidad del apio, con la ligereza de la lechuga romana, con el corazón de pollo del jitomate saladet, con las constelaciones de la tuna, con el olor a lluvia de los champiñones de mercado, con el pecado de la manzana washington, con la contundencia de las viznagas, con la modestia de un chícharo, con la peligrosidad de los frijoles, con la sofisticación de una coliflor, con la audacia de un queso panela en medio de puro pinche vegetal (qué bárbara tanta blancura en tanto verde, totalmente indefenso y a la vista para que cualquier tenedor lo pinche sin tregua -de pechito, de pechito), con la piel de un melocotón, con la jocosidad de un cebollín
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Yo mi laberinto, como una partícula subatómica, directo al encontronazo con otro laberinto. A veces son choques suaves, a veces supernovas, a veces el choque resulta una falsa alarma, y tras un simple roce, los dos laberintos corren a esquinas opuestas del universo. En cada uno un minotauro, en cada uno una solución que escapa al primer golpe de vista. En cada uno reglas distintas, muros distintos. Unos de piedra, otros de arbustos espinosos. Algunos incluso del más cursi y repugnante algodón de azúcar. Otros tienen una fuente de mezcal en el mero centro, esperando a ser desecada. En lugar de asteroides, laberintos. Choques múltiples, laberintos que cambian día con día. (Oh, yo recuerdo que había un muro justo aquí, ayer por la noche...)

Y a veces, las menos, los laberintos respiran por un instante y se estudian. Duermen juntos y esperan. Esperan, sin temor a la calma. Se sorprenden a ratos, refunfuñan otros, murmullan al unísono cosas como Hay alguien ahí??. Y luego callan. Eso es lo mejor que puede resultar cuando chocan dos laberintos: nunca saber, a ciencia cierta, qué ha pasado con ellos. Que no haya mapas que sirvan. Ni madejas de hilo que funcionen siempre.

Solo hay que procurar estar preparado con las viandas. De preferencia ensalada. Arme la suya y adéntrese en el primero que le llame la atención. Al cabo que no hay mayor premio que el simple hecho de recorrerle un rato.

Prohibidas las fotos con flash.

Febril

Tengo una fiebre furiosa. Una fiebre que no es retórica, una fiebre de verdad. No podría calcular la temperatura, pero sé que me tiene aletargado. Acompañada de un dolor de garganta (tal y como yo lo estoy, pero por una bolsa con huesos de pollo, una grabadora con trabajo sin terminar y unas ganas locas de estar con alguien que hoy no está)

Entre la fiebre y los últimos acontecimientos, la temperatura de mi mente es poco menos que inestable. Un verdadero zafarrancho mental. Que se me perdone lo escueto. Vivir sin alcohol tiene a mis anticuerpos totalmente confundidos. Imagino que ellos, como yo, se fortalecían un poco de esas noches salvajes de jackdaniels, deseo irascible y valentía artificial. Tendré que aprender a vivir conmigo mismo, por unos meses. Nada de paliativos.

A manera de excusa, todo lo anterior. Sin nada que poder pensar, en estado febril casi en trance, les dejo un textito que me encanta y que muchos conocen por la película de Eliseo Subiela, "El lado oscuro del corazón", cuya autoría pertenece a uno de los más grandes locos febriles de la literatura: el buen Oliverio Girondo. Increíble que ya sean 13 años desde que se hizo. Esto se va en chinga, y yo que sigo sin comerme la carne. Necio. Necio.

Ahora que recupere la lucidez (si es que algún día la tuve) continuaré con las revisiones conductuales y las metáforas de mujeres que quisieran ser plantas (pero no se han dado cuenta). ¡Vaya que eso sonó febril! (Espero que no me cueste otro delicioso round de conflictos...mi salud ya me tiene noqueado de antemano)

En fin. Dejaré de divagar (públicamente).

Salud.

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NO SE, ME IMPORTA UN PITO

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

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junio 09, 2005

Pausa (Intermedio musical para el silencio)

Awake

Shake dreams from your hair
My pretty child, my sweet one.
Choose the day and choose the sign of your day
The day’s divinity
First thing you see.

A vast radiant beach in a cool jeweled moon
Couples naked race down by it’s quiet side
And we laugh like soft, mad children
Smug in the wooly cotton brains of infancy
The music and voices are all around us.
Choose they croon the ancient ones
The time has come again
Choose now, they croon
Beneath the moon
Beside an ancient lake
Enter again the sweet forest
Enter the hot dream
Come with us
Everything is broken up and dances.

The Lizard King

junio 07, 2005

Punto de Restauración

Para J. antes de que salga el sol


Para todos los neófitos que ignoran el cúmulo de posibilidades de la virtualidad, aquí les va una de las más envidiables (con respecto a la vida común):

Billy Gates, o bien, su séquito de soldados de la creatividad contraproducente, inventó (y no hace muy poco) algo llamado "Punto de Restauración" y decidió añadirlo a sus mal-logrados pero adictivos sistemas operativos de nombre Windows. (Mi tracker público puede constatar que casi un 70% de los que visitan esta chingadera de blog, utilizan la versión más nueva de dicha plataforma, léase Windows XP)

Pues bien, desde aquellos tortuosos tiempos de Windows Millenium Edition, al buen Billy se le ocurrió una idea genial, inspirado por todos los usuarios bobos pero aventurados que decidían moverle demasiado al atole, hasta que lo acababan jodiendo irremediablemente. Para ellos, Billy ideó el "Punto de Restauración", o como el vulgo lo conoce, la herramienta para "Restaurar el Sistema".

No es nada del otro mundo. Solo hacía falta ser un poquito arrepentido, en términos generales, para ser capaz de idear semejante genialidad. Una herramienta capaz de tomar una fotografía precisa de nuestro sistema, antes de que decidiéramos darle en la madre. Así, si después de nuestras piruetas resultaba estar todo hecho mierda, podíamos (y podemos) regresar todo a la normalidad previa. Volver en el tiempo. Regresarlo todo al momento último antes de que, pendejada tras pendejada, lográramos darle en la madre a nuestra vida, ejem, quiero decir, a nuestro sistema.

Oh bendito señor Gates tan metafórico y consciente de la problemática virtual, lo hizo antes que nadie. Miles de computadoras pertenecientes a cualquier similar número de aventureros, pudieron salvarse de ser formateadas irremisiblemente gracias a semejante herramienta. Incontables MP3 salvados de la aniquilación. Varios miles de poemas (y por qué no, de amores toruosos) que lograron escapar de la ignominia eterna. Bendito Windows y benditas las manos que lo confeccionaron. Salve, oh, señor Puertas.

Pero habemos quienes queremos llevar toda esa sabiduría más allá de la nimia salvación de la pornografía barata de los millones de internautas amantes de Microsoft. Habemos quienes, atisbando el potencial de la "Restauración del Sistema", queremos consolidar ese poder en una única y esencial herramienta para la vida. Nada de chingaderas: Si es posible en la virtualidad, debe ser posible en la realidad. Punto y aparte.

Tras múltiples ensayos (erróneos, claro) ha quedado fehacientemente comprobado que el "punto de restauración" de la vida tiene los siguientes requisitos:

- Procesador de marca indistinta, pero capaz de reformular su propia existencia sin pasmarse, quedarse congelado, o volver la vista atrás para cobrar cuentas pertenecientes al lapso de tiempo que será reconstruido.
- Memoria incapaz de recriminaciones. Si no la halla (es difícil y cuesta mucho), se recomienda conseguir una que cuando menos sea veloz y versátil, dispuesta a llenarse de nuevas ambiguedades tan pronto suceden. Nada de recuerditos.

El resto del sistema es poco importante, siempre y cuando se cubran los anteriores fundamentos. Una vez completado lo necesario, procure continuar como sigue:

1.- Cuando todo vaya marchando "de puta madre", respire. Respire hondo. Respire otra vez. Relájese. Abandone por un segundo la euforia. Mire a su alrededor. Analícelo todo.
2.- Consígase un bolígrafo, un pincel, un lápiz sin punta: Vale Madres. Consígase algo capaz de detallar, cartográficamente, todo lo que dentro y fuera de sí mismo está sucediendo. Apúntelo, reapúntelo. Sea minucioso. No sea huevón.
3.- Para evitar ambigüedades, lea el ejemplo siguiente:

- Soy ciertamente feliz. Estoy fascinado de no conocerlo todo. Siento hambre de saber más, querer más, dar más, recibir más.
- A mi alrededor todo parece fluir adecuadamente: Hay chamba, hay proyectos, hay ganas de futuro, hay un par de ojos telúricos que no puedo descifrar y que me invitan a querer hacerlo. Hay chance. Hay paciencia. Hay deseo.
- No estoy omnibulado por la presencia de nadie. Tengo perfectamente claro que sigo siendo yo y que, también, algún día voy a morir. Sin embargo, elijo no abrumarme. Elijo continuar sin que me importen las consecuencias. Elijo apostar en lugar de lamentarme.
- Hay un gran agujero en mi vida que no va a llenar nadie. Es más, es igual que el agujero de los otros. Mi vacío no me es exclusivo. Es el vacío de todos. Todos nos colgamos de ese vacío: algunos para seguir llorando, otros para mantener el paso. Elijo lo segundo.
- No aspiro a ser salvado. No aspiro a salvar. No aspiro a otra cosa que la suave correlación entre mis dudas y certezas y las dudas y certezas de los otros. Sin lastimar. Sin ser lastimado. Motu proprio.

4.- Hecha la cartografía de ese instante de sabiduría, prosiga a delinearlo perfectamente. Escríbalo, píntelo, componga una melodía inolvidable, apártelo de su propia destructividad. Protéjalo de su temor. Aíslelo de todo lo que pueda dañarlo.
5.- Logrado eso, puede usted seguir viviendo. Ah, y no se olvide, siga viviendo. Nada de andar leyendo una y otra vez las características de su "punto de restauración". Nada de vivir en la añoranza pendeja. Atrévase a madrear su sistema (o a mejorarlo notablemente). Viva, no recuerde. Sueñe, no extrañe estúpidamente. Y menos aun lo que no ha tenido. Téngalo, después laméntese, si quiere (o si puede).

Gracias, Billy. Gracias.

Salud.

junio 01, 2005

Si no te comes la carne, no hay postre (y otros escenarios absurdos)

Para J. (y sus tentaciones gastronómicas)

El esteta negador

Esto sería un mandamiento inútil para alguien que insistiera, casi esquizofrénico, en no poder ver la carne. Alguien que negara la existencia de la propia carne:

- ¿Cómo me puedo comer la carne si no está...? Ya dame mi postre
- Psst...psst...llámale al doctor Ojeda. Está delirando de nuevo.
- Sí, pero, ehm, ¿me puedo comer su carne?
- Seguro. Y te espera el postre.

El idealizador insalvable
Imagino que sería imposible querer comerse un concepto, ya fuera para llegar al postre o para saciar cualquier tipo de hambre:

- ¿Carne? ¿Qué es carne? ¿Es ésta la carne, mamá? A mi modo de verlo, la carne es algo más sublime y trascendental que este trozo de chuleta de segunda que pones ante mí. La carne que esperaba, la esperaba suave, sin hueso, sin implicaciones de "sí y sólo sí..."
(Cachetada)
- Cállate ya y cómetela escuincle pendejo. Y te chingaste, ya no hay postre.

El tramposo redentor
A sabiendas de la putiza (probable autoflagelación también) que le espera en caso de negarse a comer la carne, el tramposo siempre encuentra la forma de no comerse la carne, llegando al postre sano y salvo. En términos prácticos esto funciona para muchos (pero en esta ocasión, quisiera descubrir los innumerables matices favorables que pueden aparecer si se come la carnita -hasta el tuétano-)

- (jugueteando con la carne en el plato) Uhm, sí. Ahorita me la como. Es que...en realidad no tengo hambre...¿Qué hay de postre?
- Trufas de chocolate, zoquete.
- ¿De verdad? ¿Me las enseñaaaas?
- Nada más para ver si te animas a comerte la carne...

(Al voltear la espalda de la autoridad divina, toma la carne y la esconde como puede, en sus calcetines...poco después está atiborrado de trufas, claro, pero algunos se preguntan si en el fondo los tramposos merecen tantos placeres)

El eternizador de los sentidos
Huele la carne. Ya la está paladeando. Es más, la paladea desde hace horas. Quizás días, cuando se enteró que la cocinarían en esa ocasión. Lleva preparándose mentalmente para este momento desde siempre, el momento sublime de atacar con fiereza, para finalmente morder el hueso hasta quebrarlo. Espera enardecido y loco el ángulo ideal para succionar el tuétano hasta que los ojos casi se le salgan de tanto placer malsano. Hasta que, finalmente, está ahí: La mira, sobre el plato. Humeante. Sudando ese jugo de una opacidad casi cristalina. Y la carne, nerviosa pero orgullosísima de ser real, expectante (no es cualquier pinche carne, no).

- ¿Vas a estar viendo el plato toda la pinche tarde? Si se enfría no va a saber igual. Y si luego no te gusta, ya sabes, no hay postre.
- Mira esta carne: tan perfecta, tan
(huele) histórica, tan (la remueve un poco en el plato) consistente, tan (sus ojos siguen el contorno magistral del platillo) única...comerla sería una transgresión, una atrocidad, una afrenta a todas las otras carnes...¿Qué tal, por ejemplo, si al masticar resulta estar demasiado dura, o demasiado blanda? ¿Qué tal si te pasaste con la pimienta, o si la salsa de mostaza sencillamente te quedo dulzona y sin chiste?
- Si no te la comes, no vas a averiguarlo. Apúrate, se está enfriando.

Evidentemente, jamás consigue convencerse de maltratar esa imagen (suya y absurda) de perfección. Es capaz de olvidar el postre, la carne e incluso, convertirse al vegetarianismo. Por supuesto, escribe un ensayo magistral: "La carne de un día de Junio", donde pretende metaforizar y eternizar el momento inspirador al que lo llevo dicha contemplación del platillo, mismo que que (él cree), murió inmaculado (mentira, terminó siendo engullido por el cocinero, un neanderthal de poca monta, unas horas después). Por supuesto, el ensayo resulta un fracaso. Patético.


El coleccionista de humo
- Detengan el rotativo. Alguien que mire esta carne.

Los comensales absortos, no paran de comer. Bien, sí, la carne parece ser una pieza única, un verdadero portento entre las carnes. ¿Pero eso importa acaso? ¿Está hecha para comerse, no es así? ¿A quién podría ocurrírsele hacer tanta alharaca, en lugar de simplemente degustarla lentamente, como debe hacerse cuando la comida es buena...?

- Señor, ¿sería tan amable de tomarnos una fotografía?
- ¿Cómo? (tose) ¿A usted y...?
- Sí, a mi y a la carne. Por favor. Esto debe pasar a la historia.
- Si usted lo dice...

Acto seguido, el coleccionista pide que, cuidadosamente, envuelvan el platillo en un recipiente digno de su perfección. Lo lleva a casa. Ahí toma más fotografías, rueda un poco de filme, incluso graba los micro-sonidos que produce la carne al ser empujada levemente por el tenedor. Eso sí, sin hincarle diente ni de broma. Sin dañar el cuadro inicial en lo más mínimo. Bebe unos vinos. Brinda por la carne. Habla con ella. Entrada la noche, el sopor del vino lo lleva a la cama. La carne se queda quieta, fría y enjuta, sobre la mesita de cristal.

No siente tristeza al tirarla la mañana siguiente. Un archivo fehaciente ha quedado registrado. El coleccionista, en toda su idiotez, prefiere que la roan los indigentes que espulgan el basurero, cada mañana. Menudo objeto de adoración.


El incrédulo enamorado del pavor

(Silencio sepulcral, ruido de cocción)
El plato de osobuco yace ante él. Se esconde tras la silla. Asoma la cabeza, solo un poco. Regresa, aterrado. Vuelve a asomarse. Aspira el dulce olor, saliva. Se paladea. Se esconde de nuevo. Acto seguido se pone de pie: Está a punto de comprobar con su tenedor si ese trozo de fabulosa carne es tan real como huele. Lo es. (El osobuco se retuerce un poco ante los piquetes miedosos de ese tenedor pavoroso). Mira a su alrededor:

- ¿Señor?
- ¿Sí?
- ¿Ya vio usted esa carne?
- ¿Sí?
- ¿La quiere?
-¿Cómo?
- Sí, que si quiere comérsela. Es demasiada carne para mi. Si me la como, seguro me enfermo. O peor aun, seguro me gusta. O quizás ni sea carne. ¿Qué tal si es una botarga de soya?
- ¿Está usted loco? ¿Por qué me habría de comer SU carne?
- ¿Quién le dijo que es mi carne? ¿Acaso usted y la carne se pusieron de acuerdo? ¡Nunca fue mía! ¿Entiende? Nunca. ¡Maldito traidor!

Acto seguido corre despavorido por la calle. La carne se queda en su plato. Se recuesta. El hombre, perplejo, se sienta. Luego toma el tenedor y el cuchillo. "Pobre idiota", piensa.

El despistado con suerte
Iba pasando, sin más, y de pronto siente hambre. Entra en el merendero y pide, como cualquier otro día, el menú regular. Omnibulado por sus pensamientos, come la sopa sin siquiera percibir su sabor. Sigue pensando, aunque no sabe qué piensa realmente. Son tantas cosas sin ser ninguna.

Es así que, de pronto, ante él, aparece el soberbio hueso, rodeado de carne de verdad, aunque no perfecto, no. Pero cerca. Muy cerca.

El despistado continúa absorto y en tanto, el olor penetrante del bocado llega a su nariz. Despistado, mas no insensible, percibe la sutileza del aroma.

- Voy a comer como magnate. Ya era hora.

Dejando a un lado sus pensamientos, olvida las consecuencias e hinca el diente sin pudor. "Cada bocado mejor que el anterior" - piensa - y continúa hasta bebérse todo el plato. Se mancha un poco la corbata, pero sigue. Se limpia los bigotes. Bebe un poco de vino. Goza. Eructa.

Inmediatamente después llega el postre, pero por este día, se encuentra satisfecho.

- Déjelo así: la cuenta, por favor.

Inmediatamente después paga y se marcha. Por la noche, no cena. Sus sueños son espléndidos. Despierta. Comienza un día nuevo. Tal vez extrañe comer tan bien como el día anterior. Tal vez no. Lo sabrá cuando tenga hambre, otra vez.