La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

septiembre 26, 2005

De la interpretación, el arte y el amor. (Ay qué mamón suena, lo sé)

Hace unos minutos, una parte importantísima de mi presente se acabó de desmoronar (ya tenía grandes grietas, sí, pero había un último chance de reconstrucción). En pocas palabras, todo fue culpa de mi último post, calificado de indecente, desdeñoso, negador de toda posibilidad de restauración.
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Lo negué todo. Negué que un post fuera algo en sí mismo. Las palabras amontonadas no construyen siempre ideas, no significan siempre una verdad inmanente, una certeza absoluta o una realidad necesariamente presente.
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¿Pero qué es presente? El presente de ese post tuvo lugar en la madrugada de una noche MUY larga, llena de sucesos inimaginables, una borrachera extraña, elementos sorpresa, y sobre todo, una noche en la que ella estaba ausente.

Y así, llega uno a casa, con la excitación en la punta de los dedos, dispuesto a escupir todo lo procesado, mal o bien, en una noche extravagante como esa, con ganas de decirse algo a uno mismo (remitirse al post anterior al del cataclismo), con ganas de resumir un aprendizaje que sucedió en tiempo real, mientras las neuronas iban sucumbiendo una a una en manos de un whisky malo, entre otros aderezos.
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Y escribes, y esta vez, qué cagado, te sale un post muy breve y muy conciso, a diferencia de los kilométricos y divagantes que sueles escribir. Y no pretendes darle un sentido definido: el sentido se lo da el lector. Esa es la condena (y la delicia) de las palabras. Que no tienen un significado fijo, ni una fórmula perfecta que le guste a todos. Por eso con las palabras se puede hacer arte, como cuando se pinta un cuadro. Ni el rojo es siempre lo mismo para todos, ni el rojo sobre verde significa algo en especial, ni la composición entera es un reflejo exacto y definido de la idea que el autor tiene en su mente. Una dulce condena, la de la interpretación.
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Alguien hermoso me dijo hace mucho tiempo: Beauty is in the eye of the beholder. (La belleza está en el que la contempla). La belleza no es inherente a las cosas, a las palabras, mal o bien dominadas, a los textos, a las pinturas. La belleza pude estar en el ojo de su creador, pero solo en el preciso instante en el que mira su creación y goza con ella. El placer, por otro lado, es algo distinto, ese puede existir durante todo el proceso creativo. Igual que el dolor y el tormento: No todos crean placenteramente o dolorosamente. Cada quien crea como puede. Cada proceso creativo es distinto.
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Lo único cierto y rescatable de todo eso, es que lo que para unos es bello, para otros puede ser el sinónimo mismo de la mierda, la expresión destilada de la indecencia, el desdén y la grosería. Y uno no puede siempre evitarlo. Ni cuidar sus palabras para que no sean interpretadas de uno u otro modo. No existe vacuna contra las interpretaciones distintas. Son distintas, no por eso malas. El sentido está en el que mira, no en el que crea.
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Y aunque la literatura sea algo mucho más constreñido, simbólicamente, que, digamos la pintura o la música, también está siempre sujeta a interpretación, desde el mismo momento en que alguien la escribe y otro la lee. No se puede siempre cuidar a los demás de las faltas de cohesión de uno. A veces esas faltas son parte del juego, a veces, como en el post anterior, son un sencillo error etílico. Pero aquí no se pretende la perfección, sólo el placer y la contemplación de la belleza. Solo la honestidad, incluso la honestidad con la propia borrachera. La honestidad de decir lo que se siente, en un momento dado (que en ese punto fue presente) y que no tiene que ser categórico, determinante, final, definitivo ni ningún otro adjetivo de esos que no dicen nada.
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Y ni hablar. El amor también está sujeto a la interpretación. También es un continuo descrifrar del otro. A veces se tiene éxito, a veces no. Y nada, nunca, es definitivo, determinante o final cuando se trata del amor. Puede volvernos a sorprender en cualquier momento.


Adolorido pero de pie.

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