Tengo un poco abandonadas las ganas de escribir aquí. No tengo mucho que contar, en realidad. Estoy en uno de esos puntos en los qu no se está bien ni se está mal. La vida marcha y te envuelve en una cotidianidad muy cómoda en la que hay muy breves contrapuntos y nada te interesa demasiado. No estás triste, ni tampoco rebosas de felicidad. Un vil y vulgar calambre existencial, tus ganas están enjutas, retraídas. No tienes hambre ni sed y sin embargo comes y bebes. Sin mucho deleite y sin mucha displiscencia. La cuerda floja deja de ser un sendero breve donde titubear, y se siente más bien como un freeway de seis carriles donde puedes poner el piloto automático y recostarte a no sentir nada.
Pero también sabes que cuando elfreeway se convierte en un estambre endeble, y tus pies se desequilibran al pisar, es que estás bebiendo algúna suerte de conflicto. El conflicto del amor, el conflicto del desprecio, el conflicto de la supervivencia. Sin ellos la vida no tiene sabor, pero con ellos a veces es intolerable, absurda, molesta, deliciosa, perversa. Lo que sea menos tenue o tibia. Es un dilema jodido. Si el cachondeo no fuera un cuadrilátero ritual, si la discusión no fuera una batalla campal, si la supervivencia no fuera una noche desnudo en la jungla, tal vez la vida no tendría mucho sentido. El punto es que, por ahora, prescindo de todo ello. Me acomodo en el sillón de la paciencia. Respeto mi anorexia vivencial.
Al cabo que los conflictos suelen llegar sin previo aviso. Pero no pienso irme a comprar guantes nuevos. No pienso buscar un bastón que me ayude a mantener mejor el equilibrio sobre esa cuerda floja. No pienso prepararme de ningún modo. Los banquetes no saben igual si te sabes el menú.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
noviembre 29, 2005
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