La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

noviembre 17, 2005

Intervalos

Escucho esa voz y es como una voz sagrada que retumba.

Ya, ya lo sé. Ya no es sagrada. Sencillamente retumba en las paredes que ha dejado ahí mi memoria. (maldita memoria, por cierto: selectiva pero intravenosa).

Pero como todas las cosas que pasan, pasa. Simplemente pasa. No pregunta, no anuncia, no supone: sencillamente sucede.

Y no estoy hoy con esa cara de pan recién horneado que me asignó la desidia. Hoy me levanté raro. Sintiéndome bien pero sabiéndome mal. Cual una pésima rola del jimmy lópez (pariente, i guess), y luego malcantada por la toussaint. Incapaz de sonreir sin transparencias. Y claro, la sabia ley de murphy tenía que hacer su aparición. El único día donde no eres capaz de sostener una cara que aparente dignidad, tienen que aparacérsete los labios de tu hecatombe. Aplausos para la vida. Podremos achacarle cientos de injusticias, eso seguro. Pero lo que no podemos es negar lo bien que sabe caer de sorpresa. Siempre. Siempre la vida. Siempre cayendo de puta sorpresa. Siempre invocando el punto y seguido.

Y luego piensas que tu intento por abandonar el blog era un simple y llano llamado de atención. Te das cuenta de tu propia soledad, de lo cuantiosa que resulta tu insatisfacción, de lo endeble que acaba siendo tu resuelta decisión de no exponerte más de lo que debes. Y mandas todo a la verga. Y brindas por ello: Salud -dices-. Tu proceso creativo era más complicado de lo que esperabas. Eres más de lo que puedes manejar.

Y llega ella, igual que siempre, quizás peor. Sitiada en su epidermis, como dijera Gorostiza. Sitiada en su sencilla manera de no sentir nada peligroso. Sintiéndose bien, por ende. Sonriendo envuelta en su bufanda rosa, tan llena de seda, tan repleta de nada. Pero -y desgraciadamente- hablando su voz.¡, su dulce y rasposa y egóica y deliciosa voz de sirena desparpajada y somnolienta. Diciendo sus palabras. Haciéndose escuchar a lo lejos. Provocando, quizás involuntariamente, quizás no, toda la ira de los maremotos venidos y por haber. ¿Quién te da derecho a ser feliz cuando el amor se te ha escapado de las manos?. Pregunta irresoluble. Necedad extrema. Anécdota sin chiste.

Llega el mar y el mar es ignorable. La ola ya no es la ola congraciada, repleta de espíritus recónditos y hambrientos, ávida de escucha. Llega la ola y es sólo un golpeteo de agua salada contra cierta superficie de cuyo nombre no quieres acordarte, porque eres tú mismo.

Llega el tiempo. Es más: El tiempo ha llegado. El tiempo ha ingresado en el edificio. Tus pocas canas merecen volverse muchas. Tus ansias perversas importan muy poco. Tu proclividad hacia lo sucedáneo termina abruptamente. No hay personaje que te salve de esa verdad. ¿Querías la verdad, no, putín? Ahí la tienes.

La verdad es un lento y suave cuchillo perforándote las ganas.

Ni una cosa más.

Sólo un lento, lento, lento y constante puñal que atraviesa las pestañas de tus breves esperanzas.

Ahora entiendes. Entiendes por qué es que siempre rechazaste la verdad (mientras la buscabas). Y se termina todo. Y su voz, inoportuna, insegura, temblorosa y también tersa como alas de niña incipiente, invita a todos (menos a ti) a presenciar un nuevo y más profundo entierro.

Y callas. Escuchas. Ríes nerviosamente. Sobrevives a tu imperiosa necesidad de decir alguna estupidez.

Y la miras marcharse a través del telón: plástico fino y transparente. Pantalla de lo que no pudiste. Película de lo que nunca serás.

Promesa autoinflingida de lo que quizá, y sólo quizá, podrás ser algún día. Agradece que resultas ser joven. De otro modo estarías perdido. Y no tendrías mayor solución.

Pero la tienes. En algún lado. En alguno de tus múltiples bolsillos.

Y la solución está esperándote.

Búscala, bébela, transgrédela sin pudor.

No estará ahí para siempre.

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