A los niños hay que romperles la madre seguido. Nada de tolerancias jipitecas: "Cariño y Rigor". A los viejitos hay que ayudarlos a morir, mientras más pronto mejor. A las mujeres hay que golpearlas hasta que queden enjutas e inservibles. A los hombres hay que mentirles y si hay oportunidad, castrarlos. Y no simbólicamente. A los bugas hay que violarlos hasta que les nazca el gusto, entre lagos de sangre rectal y amor propio hecho moronga. A los gays hay que exhibirlos en los aparadores hasta que se aburran de ser tolerados y asimilados. A los políticos hay que darles de comer frijoles de olla y huanzontles crudos. Luego mandarlos a la milpa hasta que les caigan los dedos. A los futbolistas hay que obligarlos a leer toda la obra de Kant y si siguen igual de estúpidos, les damos a Yépez. A los judíos hay que hacerlos carnitas y cocinarlos junto a los cerdos. A los musulmanes hay que cortarles el glande para aderezar con él uno que otro martini. A los católicos hay que seguirles vendiendo porno puerco, para que sigan entretenidos mientras gozamos con sus esposas, sus hijas y sus madres. A los new-age solo hay que emborracharlos, sus creencias son tan flácidas como sus mentes oportunistas. A los amigos hay que mentirles, embaucarlos, robarles cuando se les visita, venderles por el menor precio posible, matarlos si es preciso. Hay que robar, hay que mentir, hay que matar, hay que hacer sufrir al prójimo. Hacer sufrir es la mejor cura para evitar el sufrimiento propio.
Bajo esa premisa, me pregunto qué debo hacer conmigo. ¿Dejarme vivir o dejarme morir? Ambas soluciones me resultan intolerables.
Qué paradoja. Qué pendejez.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
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1 comentario:
pégate un tiro y luego préstame la bala que ando corto de parque
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