Dejaré un lado, por primera vez en eras geológicas, mis densidades y latitudes acostumbradas, para hacer un pequeño paréntesis antifascista.
Pueden adivinar que se trata del hombrecillo del bigote, don Jose María Aznar, homonimio (sic) de José María Escrivá de Balaguer, el cerdo mayor, y también hijo de un connotado fascista asesino, además de empleador de muchos otros fascistas asesinos y/o protoasesinos, y de los hijos de otros muchos remuertos pero revivos fascistas y que también trabajaron de asesinos durante el franquismo. Don Asno, Don Bigotes, Don apólogo Hitleriano, el mismo que durante su "gestión" en la cima del poder Español revivió el franquismo y sus bondades bajo un nombre harto cómodo, mismo que los muchos ignorantes (que también se dan a manos llenas en aquel país) logró hacerles sentir identificados. Aznete, el supuesto gran hombre que hoy dedica sus días a atacar el supuesto "populismo". Él, quien a un partido evidentemente franquista y de ULTRA-derecha tiene a bien venderle como "Partido Popular" (vaya paradojas increíbles). El hombre que sacó del closet a todos los marranos fascistoides que se escondieron bajo las piedras desde la bendita muerte del Caudillo, y que ahí se mantuvieron hasta poco antes de la salida de Felipe y su PSOE del poder, resultado de escándalos que, tal como se sabe hoy mismo, fueron una trampa bien tendida por el propio Aznar y en la que Felipe (el de allá) cayó redondito. Gracias, Garzón...
No contento con apoyar abierta y cínicamente la guerra en Irak y Afganistán, nuestro bigotitos también alcanzó a provocar la peor carnicería posible en el metro de Madrid, y aun después, logró actuar y conducirse con cinismo total, arrogancia extrema, y en muchos casos, una ignorancia palpable (como suele pasar con muchos políticos de derecha, a los cuales les prohibieron muchas lecturas en su infancia). Durante sus torturantes ocho años de gobierno, el señorcito de bolsillo, el bigote más facha del mundo occidental, el mejor estudiante de inglés del pueblo de Soria (523 hab.), tuvo a bien venir, una vez más, a nuestro podrido país, y meter sus muy sucias manos en el ya de por si MUY SUCIO cochinero que tenemos por sistema de partidos aquí. Como un puerco en el más apestoso de los chiqueros.
No sé si Calderón haya pensado dos veces la brillantísima invitación que se le hizo a mister "Asnar" para tomar el podio, pero espero, honestamente, que sus palabras sirvan para quitarle a los ilusos, de una puta vez, la venda de los ojos. Pues lo que Pepito dijo, lo dijo y lo hizo: Asnar sus burradas a diestra y siniestra. Ojalá, oj alá, imshala, que la gente se dé cuenta, finalmente, de quién es Felipe Calderón y quiénes son también los que lo apoyan desde las cúpulas más apestosas del poder. Felipito (el de aquí), miembro del Yunque, hijo de un ex-cristero neo-panista michoacano radical, de ideas ultraderechistas preocupantes y repleto de convicción, nuestro ilustre Calderón se deja apapachar por el hijo de un asesino a sueldo del franquismo y defiende los mismitos valores que el caudillo impuso, bota al cuello, por toda España, propiciando la muerte y el éxodo de muchísima gente, apoyado en un desdén absoluto por las libertades civiles, sexuales y de expresión, tal y como durante sus 40 años de mandato, sin contar los que los "Populares" agregaron hasta que el electorado les puso una patada en el culo, lograra el caudillito.
A Felipito(el de aquí), quién se vende como un político moderno, se le puede ver ahora como lo que realmente es. Un hombre que recibe el cariño, el apoyo y probablemente el dinero de gente como Aznar y cualquier otro grupo ultra, pro-Bush y de cualquier otro tinte yunquiano. Felipito, el que seguramente dejaría al desequilibrado mental de Abascal en la SEGOB o cualquier otro puesto mayor, Felipito el que atacaría el laicismo, la "perversión" y la libertad religiosa y sexual que ya de por sí son sumamente magras en nuestro país. Felipito el grande. Grandísimo hijo de la virgen de salaverga todos los raros.
Es increíble como la gente, no cansada de tener a Martita dando sus clases de moral por todo el país mientras sus hijos engordan la cartera robándole al pueblo, no cansada tampoco de Pro-Vida, ni de los Norbertos Rivera montados en automóvil de lujo y abriendo la boca más que nunca, se atreva, siquiera, a considerar su voto por Felipe Calderón o cualquiera de sus vástagos. Ojalá que, en el remoto y repulsivo caso de que este cerdito blanquiazul ganase la presidencia, sus votantes otrora indecisos no acaben siendo inmolados tras un baño de diesel en la mismita Plaza de la Constitución (violada por Aznar, Felipito y Fox hace breves días, otra vez), para diversión de domingo, y justo después de la misa en catedral.
Domingos Felipescos: Vamos Todos felices a quemar gays, drogadictos, lesbianas, y por qué no, también intelectuales de izquierda, Monsiváises (que cumple varios de los anteriores requisitos), científicos darwinianos y también gente que abra mucho la boca. Activistas, ecologistas (de verdad), zapatistas, indígenas, antagonistas del progreso y la productividad a rajatabla y cualquiera que se ponga en el camino. Así enseñó el caudillo Franco que debía hacerse. Así nos podrían destilar 6 años (más) de Gobierno Litúrgico, pero esta vez con mano libre para los enanos enjutos y miserables como Aznar, para que vengan a dictarnos cátedras de futuro y geopolítica (y de inglés también, probablemente).
DIOS NOS LIBRE de Felipe y de José María también. Dios nos libre del PAN y de la iglesia.
Que asco de gente, qué asco de país y qué bola de pendejos quienes consideren, a partir del Aznargate, la posibilidad de Realmente votar por estos fachitas de mierda.
Bah, bah, bah.
Y más puto coraje me da cuando gente que podía considerar "inteligente" me sale con que Calderón va bien y la manga del muerto. España va bien, les recordaría. España va bien hasta que los catalanes se cagan, los vascos se recagan y pa colmo, los mismísimos moros le rompen la madre sin mayor preocupación. Yo, cada que me topo a un puto calderonista tangencial, no puedo dejar de pensar en el buen Yísus gimiendo, desde la cruz: "Padre, perdónalos, no saben lo que hacen"
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
febrero 24, 2006
febrero 21, 2006
Incoherencias y contrapuntos. (Post largo, reflexivo e intolerable. Sátiros mejor abstenerse)
Antes de empezar con la tortura, hay que dejar constancia del imperdible y solemne acto de pericia, sabiduría y sacrificio solidario que realizó el ahora candidato único a superhéroe batiano, Anthre, alias Alfredo Mora, al cambiar con velocidad inusitada esa llanta frontal izquierda de mi carcacha mientras yo, que soy una bestia para esos menesteres, atendía una salvaje llamada telefónica. Y que Batio le provoque hemorroides al ojete habitante de Mixcoac que le quitó todo el aire a la inocente llantita, sin mayor motivo que sus putos huevos (el auto estaba aparcado en zona legal y no oprobiosa)
Salve pues, oh, gran Alfredo Mora. Que sigan los goles (en arco contrario), las tesis honoríficas (que hay que hacer) y las épocas de bonanza emocional (de las que ya gozas).
Salve pues, oh, gran Alfredo Mora. Que sigan los goles (en arco contrario), las tesis honoríficas (que hay que hacer) y las épocas de bonanza emocional (de las que ya gozas).
Y ahora sí: Parece que ya voy digiriendo al desierto y sus accidentados aterrizajes.
Dicen que no hay que arrojar demasiado peso sobre lo que uno considera como su propia "identidad" o "personalidad". Dicen que no hay que recrear cotidianamente los hábitos emocionales que suponemos que definen lo que somos, porque de ese modo nos volvemos adictos a nuestras propias debilidades. mismas que "subsanamos" a través de estímulos que creemos encontrar en el mundo exterior. Y esos que dicen no dicen pendejadas. Es algo fácil de constatar.
Es como la gente que se regocija autoafirmándose en cada discusión. Señalando cada posible incoherencia en el discurso del otro sin siquiera preocuparse por establecer un argumento convincente que valide una coherencia propia. O como la gente que encuentra goce en ser humillada, en perder todo el tiempo, provocar pérdidas para luego automachacarse la existencia con justificaciones y quejidos de víctima. Es igual con los que no concilian el sueño sin un valium. Igual con quienes no disfrutan una peda sin gramo y medio de coca para aumentar su perseverancia y su necedad. Lo mismo con quienes llegan a donde sea que lleguen para forjarse un toquecito de mota y encontrar una supuesta calma. E igual sucede con los que se fuman 29 cigarros al día, obsesivamente, y no se imaginan un sólo día de su vida sin la sanatoria succión de ese tabaco industrializado que sigue haciendo ricos a los envenenadores del mundo. O los que rezan cuadra tras cuadra. O los que peregrinan para pedirle bonanzas a la virgencita o al ratón de los dientes. Da lo mismo: Todos formando parte de una estable y conveniente simetría.
Ejemplos y analogías hay por millones. Todos nos podemos mirar sin mayor pudor en ese espejo. Todos carecemos, todos solicitamos, todos nos encontramos con algún satisfactor falaz en algún punto de nuestro viaje: Convicciones férreas, religión y dogma, droga y rockanroll, sexo patético o sexo súbito y clandestino. Distractores todos, y en muchos casos favorecidos por la maquinaria del poder y la productividad, y a los que prácticamente nadie logra escapar en cualesquiera que sean los años que dure su vida. Acaso a veces mutan, se permutan, se dejan y se retoman. El caso es que siempre vuelven, persisten, nos convencen solemnemente de que son parte esencial de lo que somos. Y lo peor es que no son "ellos". No están fuera de nosotros, esperando nuestra debilidad, nah. Son sólo la carnada que voluntariamente creamos para librarnos del dolor o el miedo o la exasperación o el vacío. Aun cuando a veces se trate, precisamente, de vehículos que nos llevan justamente hasta el dolor, el miedo, la exasperación, el vacío y cualquier otra barroca perversión que se nos va ocurriendo. A todos y a cada uno. Es igual.
Yo me puedo ver con suma sencillez en ese espejo, casi cada día. Victimizando, siendo victimizado, recurriendo a paliativos, evadiendo preguntas que sé y reconozco esenciales. Evadiendo también, y peor aun, la posibilidad de transformar lo que soy y lo que me rodea con un simple pero muy firme acto de voluntad y transición. Jugando al que no hay pedo. Estirando la tolerancia de otros, y la mía propia, hasta el punto en que se rompe o se proyecta hacia el lado contrario, dejándome una felizmente neurótica sensación de injusticia. Abusando de mi güeva. Abusando de mi capacidad de amar. Abusando de todo lo abusable y además sabiendo que lo hago. Hartándome de mí y luego de un par de llantos y temblores, volviendo tranquilamente al principio del proceso.
Pero hoy, hoy mismo, hoy cuando logro asirme en pleno vuelo, o mejor dicho, hoy que me capturo reptando nuevamente hasta el pantano, he decidido explicarme a mí mismo, palabra tras palabra, cómo es que hago lo que hago, cómo es que repito y repito lo que me daña y cómo es que, a través de esta exposición, de esta exhibición que podría compararse con sacarse el pito frente a una escuela primaria, y con la única salvedad de que las niñitas escandalizadas son en este caso yo mismo, renuncio a volver a esa comodidad neurótica-casi-perversa y asumo mi poder de cambiarlo todo. Me decido a no reptar más. Me atravieso con una lanza filosa y envenenada de contrapuntos, me cazo solo, me mato y no me dejo volver a ningún lado conocido.
Y sé que eso no significará rasgar mis vestiduras y escapar a la punta de una montaña en Naucalpan o los Himalayas. Volveré al bar, volveré a verme frente a una copa de mezcal, volveré a creerme situado enmedio de una injusticia. Volveré a engullir un cuerpo, volveré a besar una boca que no merezco, volveré a idiotizarme con los cuentitos del mundo. Es sólo que nunca volveré a hacerlo sin pensar. No será más un acto autómata. No será más un deleite sin rumbo. Seré lo que decida ser y no lo que rasguñe hacer. Pensaré antes y luego de ser. Gozaré con motivos y no por causas. Aprenderé, de una vez por todas, a guillotinarme antes de cometer algo atroz y a reinventarme sin culpas luego de que mi antigua cabeza ruede y brote una nueva.
Sin piedad. Como el mismísimo sol del desierto.
febrero 15, 2006
De la ley inquilinaria
Supongo que la carencia de comentarios en este blog se debe, en buena parte, al exceso mamoneril de palabras que aplico cada que se me da la gana postear cualquier idiotez. Lo mejor es que ni me quejo. Asumo lo muy insoportable que resulto, rato tras rato, y nada más. Y no por eso dejo de aventar cualquier mamada al vacío, recurrentemente, y sin esperar nada a cambio.
Vengo de leer, sin nada bueno que comentar, claro está, un post del sacrosanto Chango. Un poco acerca de mil mamadas y ninguna, como siempre que se trata del buen KingKong batiano. Ya ni me quejo. Asumo.
Lo que me ofuscó, sin temor a represalias, fue una idea por demás esencial y que seguramente poco pensó el buen simio cuando la escribió en su chingadera: La idea de deshabitar a la gente, ergo, a las ideas o a cualquier pendejada. En sus palabras, and i quote, dijo: "No hay sorpresa tan miserable como deshabitar a la persona que amaste. Salir de ella, devolverle la parte que tomaste y llevarte lo tuyo. Estar afuera te obliga a contemplarla, y toda contemplación provoca una busqueda hacia dentro, una introspección parecida a la huida. Como un caracol. Como una tortuga."
El resto del post me resulta indiferente. Con ese brevísimo trozo, el pinche chango otra vez logró romperme la madre. Primero, porque la idea de "deshabitar" a las personas, léase aquello que amas o amaste, me resulta sumamente familiar. De hecho, no hay mejor manera de ejemplificar la ruptura que trazarla como un desalojo. Retirarse de alguien. Abandonar cada centímetro cuadrado de aquello que te significó una vez. Dejar dicho ser, sí, pero también dejar sus territorios. Sus ladrillos. Sus casitas de adobe y sus tormentas.
Y peor aun: tomar lo que queda de tu sacrificio, así fueren las cenizas. Y luego, para colmo, mirarte a ti mismo -y al otro- desde muy afuera. Contemplar los motivos que te hicieron incursionar hasta la puta médula de algo ajeno. Y también los que te hacen abandonarle. Claro, cosa que no logra decir el chango, también ocurre la risa. Cuando precisamente, y contemplando tu propia imbecilidad, alcanzas a carcajearte cagonamente de ti mismo. "Como un caracol. Como una tortuga."
Así es como la vida ocurre bajo una extraña ley inquilinaria. Habitas a algunos. Otros, a la vez, te habitan sin pedir permiso. Cada quien deja su depósito y promueve también sus demandas. Se sufre y se persiste. Y claro, también se logra permanecer callado y sobrevivir sin decir nada. Faltaba más.
Estás afuera. Contemplas. Eres contemplado. Te contemplas a ti mismo contemplando otras cosas. Abandonas todo sentido de verdad y corrección. Prevaleces.
Y luego los millares de historias. Todas cayendo sobre ti y sin previa solicitud.
Ríes si puedes. Si puedes, te ríes. Te sobrellevas como un idiota. Suspiras acaso.
Deshabitas. Abandonas. Te vas. Cargas tus muebles sin esperar que te devuelvan ni pío.
Y si demandas, coño, estás jodido. Aunque si lo haces siempre tendrás quien se ría de ti.
Y quien se siga riendo también.
Vengo de leer, sin nada bueno que comentar, claro está, un post del sacrosanto Chango. Un poco acerca de mil mamadas y ninguna, como siempre que se trata del buen KingKong batiano. Ya ni me quejo. Asumo.
Lo que me ofuscó, sin temor a represalias, fue una idea por demás esencial y que seguramente poco pensó el buen simio cuando la escribió en su chingadera: La idea de deshabitar a la gente, ergo, a las ideas o a cualquier pendejada. En sus palabras, and i quote, dijo: "No hay sorpresa tan miserable como deshabitar a la persona que amaste. Salir de ella, devolverle la parte que tomaste y llevarte lo tuyo. Estar afuera te obliga a contemplarla, y toda contemplación provoca una busqueda hacia dentro, una introspección parecida a la huida. Como un caracol. Como una tortuga."
El resto del post me resulta indiferente. Con ese brevísimo trozo, el pinche chango otra vez logró romperme la madre. Primero, porque la idea de "deshabitar" a las personas, léase aquello que amas o amaste, me resulta sumamente familiar. De hecho, no hay mejor manera de ejemplificar la ruptura que trazarla como un desalojo. Retirarse de alguien. Abandonar cada centímetro cuadrado de aquello que te significó una vez. Dejar dicho ser, sí, pero también dejar sus territorios. Sus ladrillos. Sus casitas de adobe y sus tormentas.
Y peor aun: tomar lo que queda de tu sacrificio, así fueren las cenizas. Y luego, para colmo, mirarte a ti mismo -y al otro- desde muy afuera. Contemplar los motivos que te hicieron incursionar hasta la puta médula de algo ajeno. Y también los que te hacen abandonarle. Claro, cosa que no logra decir el chango, también ocurre la risa. Cuando precisamente, y contemplando tu propia imbecilidad, alcanzas a carcajearte cagonamente de ti mismo. "Como un caracol. Como una tortuga."
Así es como la vida ocurre bajo una extraña ley inquilinaria. Habitas a algunos. Otros, a la vez, te habitan sin pedir permiso. Cada quien deja su depósito y promueve también sus demandas. Se sufre y se persiste. Y claro, también se logra permanecer callado y sobrevivir sin decir nada. Faltaba más.
Estás afuera. Contemplas. Eres contemplado. Te contemplas a ti mismo contemplando otras cosas. Abandonas todo sentido de verdad y corrección. Prevaleces.
Y luego los millares de historias. Todas cayendo sobre ti y sin previa solicitud.
Ríes si puedes. Si puedes, te ríes. Te sobrellevas como un idiota. Suspiras acaso.
Deshabitas. Abandonas. Te vas. Cargas tus muebles sin esperar que te devuelvan ni pío.
Y si demandas, coño, estás jodido. Aunque si lo haces siempre tendrás quien se ría de ti.
Y quien se siga riendo también.
febrero 14, 2006
Viajes
"Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan."
Julio Cortázar
Un hotel que siempre tiene cuartos libres y que carece de servicios médicos y aperitivos.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan."
Julio Cortázar
Un hotel que siempre tiene cuartos libres y que carece de servicios médicos y aperitivos.
febrero 12, 2006
Morir otra vez
Hay quienes viven para dar muerte. Y otros que prefieren propinarla sin mancharse los dedos. Tamién hay quienes han presenciado el rapto de la vida muchas veces. Otros que no. Multitudes que saben, claramente, que pronto o no tan pronto tendrán que asimilar adioses sin remedio.
Y el mundo que vivimos, ahora que se manda a sí mismo y que opera a pesar de nuestra cualidad de ser efímeros, no tiene ojos ni arterias. Morir, eso que le sucede cada 6 segundos a alguien que (casi) nunca conocimos, es un factor que no desequilibra su propia permanencia. Sólo quienes alguna vez viven se duelen de la muerte.
Muere Soriano. Mueren sus ojos y su divinidad forzada por el marketing. Mueren sus ganas de seguir siendo nadie y haciéndo todo lo que pasara por su antojo. Muere uno, un poquito más, cada vez que vislumbra los alcances de la muerte.
Pero aun así, y más que nunca, vivimos sin noción de nuestra muerte. Ni los mexicanos, que tanto nos jactamos de nuestra "humorística" y "natural" visión de la muerte, pensamos jamás en el hecho invariable que supone que, en 100 años, todos los vivos serán otros, y todos los que ahora estamos ya nos habremos esfumado sin remedio. Nadie lo hace. El poder menos. Y el imperio, ja, mucho menos. Todos siguen andando como si la cotidiana supervivencia estuviera ahí para siempre. Short-term profit. Inútil.
Y claro, no entiendo por qué el poder, y que es algo mucho más grande que los gringos, sigue viviendo como si todo lo que nos mantiene vivos fuese infinito. Y tampoco entiendo por qué la gente lo tolera como algo normal y sustentable. Ni modo.
Y el mundo que vivimos, ahora que se manda a sí mismo y que opera a pesar de nuestra cualidad de ser efímeros, no tiene ojos ni arterias. Morir, eso que le sucede cada 6 segundos a alguien que (casi) nunca conocimos, es un factor que no desequilibra su propia permanencia. Sólo quienes alguna vez viven se duelen de la muerte.
Muere Soriano. Mueren sus ojos y su divinidad forzada por el marketing. Mueren sus ganas de seguir siendo nadie y haciéndo todo lo que pasara por su antojo. Muere uno, un poquito más, cada vez que vislumbra los alcances de la muerte.
Pero aun así, y más que nunca, vivimos sin noción de nuestra muerte. Ni los mexicanos, que tanto nos jactamos de nuestra "humorística" y "natural" visión de la muerte, pensamos jamás en el hecho invariable que supone que, en 100 años, todos los vivos serán otros, y todos los que ahora estamos ya nos habremos esfumado sin remedio. Nadie lo hace. El poder menos. Y el imperio, ja, mucho menos. Todos siguen andando como si la cotidiana supervivencia estuviera ahí para siempre. Short-term profit. Inútil.
Y claro, no entiendo por qué el poder, y que es algo mucho más grande que los gringos, sigue viviendo como si todo lo que nos mantiene vivos fuese infinito. Y tampoco entiendo por qué la gente lo tolera como algo normal y sustentable. Ni modo.
febrero 11, 2006
¿Por qué será que la vida siempre nos toma por sorpresa?
Ya ni me atormentaré cuestionándomelo. Go with the flow. Go with the flow.
febrero 07, 2006
Cinco hábitos absurdos (que nadie me preguntó)
Nadie dijo. Nadie sabe. A nadie le importan.
Yet, unos que otros los padecen. Tough luck, heh!
1.- Digamos que amanece Y, curiosamente te despiertas temprano. Esto es, no más de tres horas después de que el sol sale. Digamos también que anoche tuviste la extraña suerte de que alguien, no importa quién, balbuceara alguna palabra o conjunto de (léase sustantivo, adjetivo, dicharacho insufrible, etc.) que te resulta muy dejavu PERO, muy "EXTRAÑO(A)". O, en su defecto, digamos que ayer alguien tararease una OBTUSA y OLVIDADA cancioncita.
Mi hábito extraño número uno goes like this: Es totalmente inconsciente/subconsciente. Sin embargo, justo al día siguiente del "supuesto" --- " hallazgo" --- muy probablemente voy a:
a) Escuchar la "obtusa y oscurísima cancioncita" al menos cuatro veces durante el día y en lugares absolutamente inesperados.
b) Soportar a los personajes menos soportables (sic) utilizando esa "extraña palabra" cuando menos ochenta y siete mil veces. Y si no, seguramente alguien repetirá ese "oscuro" refrán insufrible durante horas y horas.
Claro, mi hábito no depende de los demás. Mi hábito supone encontrar esta constante y repetitiva serie de curiosidades convergentes Y, obviously, sorprenderme tercamente por lo mismo. Incluso llego a decir que dios existe. Imaginaos la necedad.
2.- El hábito extravagante número 2 no me ha hecho jamás mucho bien. Y es que me enamoro. Me enamoro a lo pendejo. Y no. Nada de que me "enculo". No me "enculo": NO. Buenísimo fuera. Siempre me enamoro. Soy, como dicen muchas de las antiquísimas víctimas hoy en día, "una nena".
Un miserable besito y ya perdí. Imagínense hasta el hartazgo todas las atroces consecuencias.
3.- Mi tercer mal vicio gira alrededor de mi incapacidad para llorar voluntariamente, ergo, a gusto y nada más. Y lo peor es que no crecí bajo ningún estereotipo machincuepo que me impida berrear en santa paz. Es nomás que no puedo. Tengo ganas, sí, el ojito vibra en modalidad Remi, sí, pero sencillamente no puedo convulsionarme como en la infancia. Y ahí es donde incursiona el tercer vicio weirdo: Cuando tengo ganas de despedazarme en paz, hacerme cachitos, llorar cual Magdalena y luego seguir llorando, yo, sencillamente, busco una película-lectura-historia o en su defecto una absoluta pendejada para llorar mediante. Todo me funciona: Desde Añejísimos Chick-Flicks como Casablanca o textejos tan pinches como el pusilánime Principito. Vale ñonga.
4.- El repeat one. Repeat one. Y ese viene desde tiempo atrás. Recuerdo grabar una rolita, que no pienso nombrar, unas 42 veces en el mismo casette. Y luego ponerlo y ponerlo y ponerlo. Necio. Y que Aburto bendiga el botón de "Repeat One". Por eso debiera vivir en "La terquedad" (y el que no comprenda que mire más abajo).
5.- Careciendo de ganas y de memoria, creo que el quinto mal vicio le corresponde a las ambulancias. Y no a las ambulancias per se. Sólo a las que pasan por enmedio de mi vida a cada rato. Las odio. Las desprecio someramente. Y cada que pasan no puedo evitar angustiarme. Como si me recordaran que también, e inevitablemente, voy a morir. No, gracias. Hoy no.
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Yet, unos que otros los padecen. Tough luck, heh!
1.- Digamos que amanece Y, curiosamente te despiertas temprano. Esto es, no más de tres horas después de que el sol sale. Digamos también que anoche tuviste la extraña suerte de que alguien, no importa quién, balbuceara alguna palabra o conjunto de (léase sustantivo, adjetivo, dicharacho insufrible, etc.) que te resulta muy dejavu PERO, muy "EXTRAÑO(A)". O, en su defecto, digamos que ayer alguien tararease una OBTUSA y OLVIDADA cancioncita.
Mi hábito extraño número uno goes like this: Es totalmente inconsciente/subconsciente. Sin embargo, justo al día siguiente del "supuesto" --- " hallazgo" --- muy probablemente voy a:
a) Escuchar la "obtusa y oscurísima cancioncita" al menos cuatro veces durante el día y en lugares absolutamente inesperados.
b) Soportar a los personajes menos soportables (sic) utilizando esa "extraña palabra" cuando menos ochenta y siete mil veces. Y si no, seguramente alguien repetirá ese "oscuro" refrán insufrible durante horas y horas.
Claro, mi hábito no depende de los demás. Mi hábito supone encontrar esta constante y repetitiva serie de curiosidades convergentes Y, obviously, sorprenderme tercamente por lo mismo. Incluso llego a decir que dios existe. Imaginaos la necedad.
2.- El hábito extravagante número 2 no me ha hecho jamás mucho bien. Y es que me enamoro. Me enamoro a lo pendejo. Y no. Nada de que me "enculo". No me "enculo": NO. Buenísimo fuera. Siempre me enamoro. Soy, como dicen muchas de las antiquísimas víctimas hoy en día, "una nena".
Un miserable besito y ya perdí. Imagínense hasta el hartazgo todas las atroces consecuencias.
3.- Mi tercer mal vicio gira alrededor de mi incapacidad para llorar voluntariamente, ergo, a gusto y nada más. Y lo peor es que no crecí bajo ningún estereotipo machincuepo que me impida berrear en santa paz. Es nomás que no puedo. Tengo ganas, sí, el ojito vibra en modalidad Remi, sí, pero sencillamente no puedo convulsionarme como en la infancia. Y ahí es donde incursiona el tercer vicio weirdo: Cuando tengo ganas de despedazarme en paz, hacerme cachitos, llorar cual Magdalena y luego seguir llorando, yo, sencillamente, busco una película-lectura-historia o en su defecto una absoluta pendejada para llorar mediante. Todo me funciona: Desde Añejísimos Chick-Flicks como Casablanca o textejos tan pinches como el pusilánime Principito. Vale ñonga.
4.- El repeat one. Repeat one. Y ese viene desde tiempo atrás. Recuerdo grabar una rolita, que no pienso nombrar, unas 42 veces en el mismo casette. Y luego ponerlo y ponerlo y ponerlo. Necio. Y que Aburto bendiga el botón de "Repeat One". Por eso debiera vivir en "La terquedad" (y el que no comprenda que mire más abajo).
5.- Careciendo de ganas y de memoria, creo que el quinto mal vicio le corresponde a las ambulancias. Y no a las ambulancias per se. Sólo a las que pasan por enmedio de mi vida a cada rato. Las odio. Las desprecio someramente. Y cada que pasan no puedo evitar angustiarme. Como si me recordaran que también, e inevitablemente, voy a morir. No, gracias. Hoy no.
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febrero 02, 2006
De palabras putas, palabras princesas y palabras subvaloradas.
Para empezar, tengo que aclarar que no es culpa propia el que las palabras, en el idioma castellano, pertenezcan al género femenino. Y también hay que asumir que ese detalle, en lo que respecta a toda la cultura hispanoparlante, parece hacer una diferencia casi tétrica frente a otros lenguajes-idiomas , y sobre todo ante los que no imprimen géneros en los sustantivos como sucede con el inglés, principalmente.
Pero sucede que no nací en un entorno anglófono. Crecí hablando con una boca, femenina, ayudado por una lengua, también femenina, expulsando el aire desde una garganta, femenina igualmente, entonando las sílabas con las cuerdas vocales (o bucales??), femeninas de cualquier modo. El habla, per se, resulta ser una acción femenina, cuando menos gramatical y sintácticamente. Y he ahí que cuando alguna vez dije que las palabras son putas, semejante improperio pudo ser interpretado como un revuelco misógino. Pero no lo era. Sencillamente quise decir que, dado el contexto posmoderno, salvaje y desinteresado en el que vivimos, las palabras, que resultan propiedad de quienes las dicen, sirven así a los intereses de nosotros, los padrotes del lenguaje. Y la verdadera responsabilidad recae en quienes las emitimos, sin duda alguna. Las palabras, como el aire, como las flores, como la propia música o el propio silencio, resultan no ser nada si no les escucha, se les lee, se les acaricia o se les muerde. Nada si no se emiten o se consuman bajo el fuego de sus escuchas. Objetos inanimados que flotan en derredor de nuestra interacción cotidiana. Mariposas esperando ser cazadas y destripadas sin remedio. Víctimas inocentes de lo que queremos hacer con ellas.
Todo este preámbulo es para llegar hasta una nueva prostitución del lenguaje y que supone ser la premisa de este breve texto. Parte proviene del viaje, parte no. Reduciéndome a mi conmoción emocional, debo decir que esta vez descubrí estar harto. Harto de descubrirme (sic) escuchando y diciendo abstracciones a diestra y siniestra. Harto de utilizar adjetivos a falta de mejores sonidos o semblanzas. Harto de decir "hermoso" como quien dice "pan tostado". Harto de decir "amor" como quien dice "buenos días, buenas tardes, buenas noches". Harto de usar las gafas de la grandilocuencia. Harto de navegar pegando de gritos y sin pudor para decir cualquier cosa. Harto de la exarcebación, harto de la solemnidad. Harto de mis propias expectativas pero también, paradójicamente, harto de mi propia desesperación. Harto, precisamente, de mi carencia de esperanzas. Harto de mi conflicto. Harto de la complejidad. Harto de las palabras, aunque no, y definitivamente no, de lo femenino.
Y no es que me atreva a despojar de significado a la hermosura, ni mucho menos de hermosura al pan tostado. No se trata esta vez de esa constante rebeldía-afrenta a la que juego cada que me siento tembloroso. Esta vez es muy distinto. Esta vez es humildad.
No me atrevo a asegurar que esta es la gran digestión de mi reciente viaje. Estúpidísimo sería aseverar semejante cosa. Digamos que este es el breve terremoto que tocó a mi puerta. Diré que lo hermoso se vistió de colores indecibles y de palabras que no existen todavía. Diré que enmudecí al mirar el sol derretirse dentro del horizonte. Diré que miré todo por primera vez, otra vez. Diré que respiré nubes y nubes de alivio y que luego me inundó un montón de fuerza, la misma que me mantuvo despierto toda la noche, alimentando una hoguera, manteniendo despierto el fuego, manteniéndome a la vez dentro de ese sueño y esa resurrección. Diré que todo está mucho más claro ahora pero que, curiosamente, no tengo palabras para decirlo todavía. Y cuando las tenga, tal vez ya esté prostituyendo mi delirio. Y no quiero. Me rehuso terminantemente.
Me declaro carente de enunciados y repleto de contento. He vuelto a nacer. Me tomará todavía un cierto tiempo poder recobrar el uso de la lengua, la garganta, las palabras, las bocanadas de aire fluyendo sobre las cuerdas vocales. Y no llevo prisa. Por ahora sólo quiero seguir temblando de incertidumbre.
Pero sucede que no nací en un entorno anglófono. Crecí hablando con una boca, femenina, ayudado por una lengua, también femenina, expulsando el aire desde una garganta, femenina igualmente, entonando las sílabas con las cuerdas vocales (o bucales??), femeninas de cualquier modo. El habla, per se, resulta ser una acción femenina, cuando menos gramatical y sintácticamente. Y he ahí que cuando alguna vez dije que las palabras son putas, semejante improperio pudo ser interpretado como un revuelco misógino. Pero no lo era. Sencillamente quise decir que, dado el contexto posmoderno, salvaje y desinteresado en el que vivimos, las palabras, que resultan propiedad de quienes las dicen, sirven así a los intereses de nosotros, los padrotes del lenguaje. Y la verdadera responsabilidad recae en quienes las emitimos, sin duda alguna. Las palabras, como el aire, como las flores, como la propia música o el propio silencio, resultan no ser nada si no les escucha, se les lee, se les acaricia o se les muerde. Nada si no se emiten o se consuman bajo el fuego de sus escuchas. Objetos inanimados que flotan en derredor de nuestra interacción cotidiana. Mariposas esperando ser cazadas y destripadas sin remedio. Víctimas inocentes de lo que queremos hacer con ellas.
Todo este preámbulo es para llegar hasta una nueva prostitución del lenguaje y que supone ser la premisa de este breve texto. Parte proviene del viaje, parte no. Reduciéndome a mi conmoción emocional, debo decir que esta vez descubrí estar harto. Harto de descubrirme (sic) escuchando y diciendo abstracciones a diestra y siniestra. Harto de utilizar adjetivos a falta de mejores sonidos o semblanzas. Harto de decir "hermoso" como quien dice "pan tostado". Harto de decir "amor" como quien dice "buenos días, buenas tardes, buenas noches". Harto de usar las gafas de la grandilocuencia. Harto de navegar pegando de gritos y sin pudor para decir cualquier cosa. Harto de la exarcebación, harto de la solemnidad. Harto de mis propias expectativas pero también, paradójicamente, harto de mi propia desesperación. Harto, precisamente, de mi carencia de esperanzas. Harto de mi conflicto. Harto de la complejidad. Harto de las palabras, aunque no, y definitivamente no, de lo femenino.
Y no es que me atreva a despojar de significado a la hermosura, ni mucho menos de hermosura al pan tostado. No se trata esta vez de esa constante rebeldía-afrenta a la que juego cada que me siento tembloroso. Esta vez es muy distinto. Esta vez es humildad.
No me atrevo a asegurar que esta es la gran digestión de mi reciente viaje. Estúpidísimo sería aseverar semejante cosa. Digamos que este es el breve terremoto que tocó a mi puerta. Diré que lo hermoso se vistió de colores indecibles y de palabras que no existen todavía. Diré que enmudecí al mirar el sol derretirse dentro del horizonte. Diré que miré todo por primera vez, otra vez. Diré que respiré nubes y nubes de alivio y que luego me inundó un montón de fuerza, la misma que me mantuvo despierto toda la noche, alimentando una hoguera, manteniendo despierto el fuego, manteniéndome a la vez dentro de ese sueño y esa resurrección. Diré que todo está mucho más claro ahora pero que, curiosamente, no tengo palabras para decirlo todavía. Y cuando las tenga, tal vez ya esté prostituyendo mi delirio. Y no quiero. Me rehuso terminantemente.
Me declaro carente de enunciados y repleto de contento. He vuelto a nacer. Me tomará todavía un cierto tiempo poder recobrar el uso de la lengua, la garganta, las palabras, las bocanadas de aire fluyendo sobre las cuerdas vocales. Y no llevo prisa. Por ahora sólo quiero seguir temblando de incertidumbre.
febrero 01, 2006
Road Trippin' (II) - Lugares y consecuencias
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