1.- Me encantaba su bailecito. Ese bailecito jocosón que acostumbraba. Ambos puños a un lado de la cara. Era como entre falso y cierto. Un gran bailecito.
2.- Madagascar. Y junto a ese pedazo olvidado del mundo, todos los otros viajes que planeamos para nunca hacerlos. Cómo gozábamos adivinando lo que nunca sería. Era re-sabroso.
3.- Ese acento italo-americano adquirido que usaba cuando me leía "Memorias de Adriano" o "Lolitah". Y junto a él extrañaré las mismísimas lecturas. Ninguna otra mujer me había leído en voz alta antes que ella. Qué gran privilegio.
4.- El futuro. El futuro inexistente, pues. Valga la rebuznancia. Extrañaré, sin duda, a nuestras amadísimas hijas que nunca llegaron. Qué bonito sonaba decir XXXXXXX mientras pensaba en dos niñas, las que ella quería con sus treinta encima, pero repletas de sus ojos. Primera vez que me atreví a pensar tan en plural como con ella. Y nuestra eterna e inútil pelea por los nombres, resultó ser igual de innecesaria. Ahora no importa si las llamamos Valentina o Sofía. Sara o Fabiola. Da igual. Nunca existirán esas personas.
5.- El presente. La dura y cruda realidad. Los celos asquerosos pero ciertos. Duele un chingo recordar cuánto te amaron. Duele más pensar que cualquier otro es el que ahora satisface ese espacio tan bien ganado. Y más duele todavía cuando sabes que quien reconoce a ese que ama no lo hace a lo pendejo. Está cabrón, la mera neta. Niéguenlo y mueran, ja!.
6.- Lo más cabrón es pensar en el recomienzo. La reinvención. La otra vuelta de esa tuerca tan llena de miserias. El "ser adulto" (cosa en que no creo fehacientemente) implica el validar que existe una evolución. Es decir: cada amor que se abandona (o se sacrifica) implica cierta fe en que aquel que le prosiga será más manejable. Creemos, aun sin quererlo, que la experiencia nos va enseñando a no descagalarnos con cada derrota. Pero es una enorme y estúpida mentira. Cada derrota duele más que la anterior. Y resulta peor pues nos sentimos, equivocadamente, más preparados cada minuto. Puras falacias.
7.- Y de eso mismo trata lo último. De lo inútil que resulta olvidar el dolor. ¿Por qué? Porque siempre vuelve para repetirse y dictar nuevas cátedras. Regresa y nos demuestra lo insalvables que somos. Lo ingenuos que resultamos. Lo predecibles que podemos ser. Lo incapaces de defendernos que también seremos.
Pura neta reatuda.
Otras lámparas viejas que siguen brotando como por arte de magia:
8.- Las noches en el bar. Los días previos, los encuentros fortuitos que precedieron nuestra historia. Los viajes que sí hicimos. Pie de la Cuesta. Su panza tostada, sabrosa y retacada de pescado a la talla y ginebras ponedoras.
9.- Los días de hueva deliciosa en el departamento de Celaya e Insurgentes, la señora de la tienda, la fondita de abajo. Las miradas de los vecinos curiosos. Los celos de su ex-ex-novio (JA, alguien debe estar gozando de esto también ahora).
10.- Sus lassis de frutas a las 11 de la noche. Su fresez irrepetible. Era una buena compensación. No era una de las otras locas peligrosas y deliciosas con las que he compartido historias tremebundas, eso es verdad. No era una mujer que sirviera para personaje de Bukowski ni para una road movie chaquetera nacional. Pero tenía, por otro lado, una suavidad chingona, una tranquilidad y una soltura que me hacía sentir muy a gusto con ella. No tenía que andar rehabilitándola ni rehabilitándome cada dos días de nuestro desmadre. Eso, for a change, fue algo crucial y que la hacía muy diferente a las femmes fatales que siempre me gustaron.
11.- Sus locuras ñoñas. Correr al nevado de toluca 5 horas antes de tenerme que ir a trabajar, solo porque yo no lo conocía. Dejarles recaditos aleccionadores a los automovolistas que bloqueaban la entrada a su casa: "Ciudadano irresponsable...".
12.- Su cara de gozo cuando le escribía algo que sólo ella comprendía, lleno de auto-referencias. Decenas de cartas que dejaba en su computadora escondidas, mientras dormía, y yo me quedaba despierto, merodeando. "No me gusta que andes merodeando en mi casa mientras estoy dormida..." siempre fue su manera de pedirme que le escribiera algo esa noche, porque estaba muy cansada para seguirme la peda.
13.- Un año nuevo bailando con desconocidos en la Bodeguita del Medio, a la cual nos dejaron entrar solo porque iba guapa y le sonrío al gerente con tanto poder, que se olvidaron los protocolos de su cena privada y nos dejaron pasar como si nada.
14.- Las diecisiete mil películas horrendas que tuve que ver con ella. Nuestra total y absoluta divergencia en cuanto al cine. Sus ronquidos en las películas de los Cohen, mis ronquidos en los filmes de animación o en los chick-flicks que nunca volveré a nombrar.
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Ahí va saliendo mi listita, Dr. Mierzwiak. Estas son algunas de las cosas que quisiera olvidar de mi Clementine. Y contando.
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15.- Su amor por todo lo que tuviera que ver con chocolates (sin avellanas) pasadas las 5 de la tarde, y en especial si era domingo. En lugar de micheladas o cualquier otro remedio para la cruda existencial. RAro pero saludable, ja.
16.- Sus fideos secos. Prácticamente lo único que disfrutaba cocinar. (aunque casi todo le salía de poca madre, claro, para mis estándares). ADerezados con chipotles de esos que no pican y bueno, ella les ponía toneladas de crema, yo solo un poco. Quedaban de poca madre.
17.- Su memoria de pez. Podía contarme siete veces la misma historia en un mismo día. O semana, o mes. Sin embargo, no me molestaba en lo más mínimo. Disfrutaba su cara y su interés al volver a escuchar sus peripecias que, con mi memoria de elefante, siempre recordaba con pelos y señales.
18.- Sus múltiples viajes y la correspondencia. Esos mails no los volveré a escribir. Le encantaba ser extrañada porque le escribía con más y más desesperación cada vez. Siempre con cuentitos cortos, pequeñas historias, cosas ñoñas, claro está. Es más, este post es la última ñoñez que escribo (en este blog). Ahora seré rudo, malo, desadaptado e infeliz pero rabioso. Ja!
19.- Sus caderas, las mismas que poblarían el planeta marte. Cómo se lo dije, cómo le gustaba (casi como a todas las chavas) que le dijeran que se veía guapa. Pero ese asunto de las caderas en relación con la capacidad de poblar planetas enteros ejercía un poder enigmático en su humor. Me libré de algunos pleitos con eso.
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Cinco más para sufrir hoy, Doctor. Espero poder seguir borrando (y apurar el paso, pue sno tengo toda la vida para olvidarla).
Y ya quisiera escribir de otra cosa. Nomás que ando tapado con toda esta puta remembranza Funes-ta. Perdone el que lea.
20.- La megapantalla. La primera vez que salimos. El regreso, largo y a pie, desde el bosque hasta la civilización podrida. La lluvia de julio que no daba tregua. El verla quedarse dormida. El leer juntos sus libros de paisajes musulmanes. El encanto de sus ojos
21.- Sus banditas para el pelo. En particular una de color naranja, como su casa y sus trabajos y sus diseños, siempre naranjas. Su melena sin rumbo. Ese pelo quebradizo, ensortijado, raro, que olía tan bien como ella. Su rubor cuando le decía lo mucho que la deseaban incluso las mismas calles, y su asfalto hambriento.
22.- Su afición treintona por Daniela Romo. Verla cantar eufórica mientras bailaba al ritmo de “Lo juro, lo juro”.
23.- Su espíritu viajero. Lo mucho que conocía el mundo, a diferencia de mi, que soy alguien cuyas fronteras no pasan de Ecatepec y Xochimilco.
24.- Los chocolates del atardecer siempre me recordaron a las trufas. Unas trufas espectaculares. Chocolatosas como nada. Por esas bailamos la única vez que bailamos. Qué ricas. Qué fugaces.
25.- Películas de animación: Realidades aparte. Nada que tuviera que ver con lo horrible que puede ser el mundo: Al contrario. Cosas suaves. Cosas dóciles. Cosas risueñas y enormes como sus sonrisas perpetuas. Ni más, ni menos.
26.- El hecho de extrañarla. Por sobre todas las cosas: Extrañarla a ELLA. Nunca jamás escribí, (ni escribiré), cosas tan pero tan pero tan nostálgicas. Extrañarla era como extrañar la vida. Como extrañar el aire. Como extrañar el extrañamiento. Cosa muy extraña.
27.- Los domingos. Ella los odiaba. Yo los esperaba ansiosamente. Mis domingos acabaron siendo sus domingos. Días para estar. Días para quererse sin importar el sueño que tuviéramos. Así nomás.
28.- Ventanilla coincidió con Marte. Marte cerca, ella lejos. Pero no tan lejos como para no poder ver por la ventanilla. La ventanilla acabó siendo la ventanilla de nuestra historia. Nunca tan abierta, nunca tan cerrada. Siempre expectante.
29.- Los celos que jamás amainaron. Nunca conocí a su padre. Nunca conocí a su madre. Nunca me presentó a su ex novio. Nunca ellos podrán extrañar lo mucho que pudiera significarles. Tanto miedo. Tanto miedo para nada.
30.- Las ciudades invisibles. Sí. Amarla fue exactamente igual que vivir una larga travesía a través de ese mismísimo libro. No por nada me lo leyó tantas veces. Le encantaba la aventura, sí, siempre y cuando fuera sobre papel pautado. Pero qué bonito leía las cosas imposibles. Tal y como nadie.
31.- Su tía. La tía Cecilia, la que nunca conocí tampoco. Ella leyó lo mucho que la amaba. Incluso le dijo, varias veces, que mi amor no era una patraña. Casi a golpes, casi como si fuera importante, casi verdadero. Lástima que no fue suficiente.
32.- Un primer beso memorable: “Oye, mi regadera no sirve, ¿puedes revisarla?”. La revisé hasta que pude besarla con enjundia. Se dejó como nunca. Le encantó como si fuera un beso eterno. Increíble.
33.- Una lluvia larga, larguísima, eterna. La revista Chispa en medio de mis confesiones. La tercera dimensión pintada en un poema que no leyó hasta que se fue, nuevamente, en uno de sus viajes.
34.- Monty Pythons, Woody Allen, Nabokov. Cosas que no se repiten. Recuerdo cuando le pedí “Eternal Sunshine”. Estaba cansadísimo y dormitando mientras ella la veía. Le encantó para siempre. Me la quedé por orgullo.
35.- No quería marcharse de Celaya. Era su sitio. Lo había edificado palmo a palmo. Con todo y Paty P. Con todo y los vecinos, la tienda, la fonda, yo mismo. El miedo enorme que le dio cambiar de rumbo.
36.- Ponte el cinturón.
Me da miedo.
¿Me amas?.
Esas cosas le pasan a la gente como tú, que cree que no le va a pasar nada.
(Dios, dios, dios, espero que me pase muy pronto.)
Algo como ella.
Pero lo dudo.
Xamiru, lei tu comentario en el blog de plaqueta:
"No tendría pedos en vivir en un estado totalitario. Al menos los pendejos como tú estarían hechos carnitas, jabón u otros derivados humanoides."
No puedo decir más que eres un imbécil. Un GRAN GRAN imbécil