La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

noviembre 07, 2008

Intersticios (Posteo aforístico)

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Mi vida es un caos ordenado y políticamente correcto, o incorrectamente político, según las circunstancias.

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Mi necesidad de escandalizar responde de forma directamente proporcional a la hueva que me produce adaptarme a cualquier partitura rutinaria.

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Creo más de lo que sé. Sé más de lo que digo. Digo lo que alcanzo a musitar. Musito lo que proviene de las ondas primigenias de mi incapacidad para responsabilizarme por mi incorrección política. Soy un cerdo advenedizo y feliz de ejercitar su poética decadencia.

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Soy un hombre de trenes, más que de aviones. Pero vivo en un país sin trenes, y cuyos aviones son casi todos tercermundistas. No escucho el golpeteo de las ruedas contra los durmientes de los rieles. Sobrevivo -apanicado- el espacio entre el despegue y el tercer tequila. Esa es la metáfora más precisa de mi aproximación a los 30 años.

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No quiero aumentar líneas en los párrafos conforme transcurren los aforismos. Aquí -entonces- debiera decir lo mucho que asumo el inefable hecho de vivir en un país de máscaras: Bonitas, sí. Irreales, por supuesto.

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Una vez asumida la simulación, quedan pocas alternativas: Rasparse la garganta a punta de gritos inconformes (una), o aprender la sutileza truculenta de mentir sabia y confortablemente (dos). Ninguna vertiente es expiatoria: Desgañitarse o simular son dos extremos de una misma mentira.

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Debo admitir que aprecio mucho el ser adjetivado (juzgado) o siquiera definido. Encontrarme a mí mismo en una sola palabra, resulta un verdadero alivio. ¿Qué más fácil que jugar a semejante complacencia? ¿Qué más difícil que saberse -en secreto- absolutamente distinto?

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Un paseo por los zócalos de Culiacán resulta ser un verdadero examen para el autocontrol y la memoria. Supeditar el apetito primigenio ante el guerrero control de las pulsiones. Asumirse cavernícola en cada pierna desnuda y en cada pelo bien peinado, mientras aquello que subyace -la sed, el hambre indemne, el apetito turbio- es aplacado por una moralidad que sin embargo no es moralina. Hambre que no es hambre. Sed que no es sed. (Aforismo que ya es muy largo)

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Lo único importante, cuando se trata de aforismos o carreras de automóviles, tiene que ver con el frenar. Saber dónde, saber cuándo, saber las veces. Y -curiosamente- importante es saber también que parar no es detenerse. Y que nada es tan inmenso como para ser infinito, ni que tampoco decir "jamás", es decir "para siempre".

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Todo aterrizaje resulta forzoso. Nadie (casi) quiere dejar de volar para ser un tren. Y nadie quiere dejar de rodar para hacerse pregunta. No hay hambre capaz de saciar cualquier menú. Y no hay sed que se termine en barra alguna. Y es que no hay completud (o complitud, como se prefiera). No existe un "ya estoy bien" sin que le siga un "siento falta".

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Querer postergar el placer equivale a ser tartamudo. O necio. O simple, pero recio. Alargar las palabras no es necesariamente malo. Y es que tartamudear o canturrear sólo es un síntoma del saberse necesariamente en falta: Ni tú, ni yo. Ni nosotros. Ni dios (con minúsculas), ni nada. Justo eso es lo que me hace feliz: nada. Tener nada o (es decir) buscar algo.

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Oremos, hermanos, oremos. Que al espacio vacío, savia de todo aquello que es incompleto, se levanten nuestras incompletas plegarias. Vivamos nuestra mexicanidad mientras se acaba el mundo. Pero vivámosla de verdad: no llenemos el vacío de la muerte con florecitas de cempaxóchitl ni tampoco con calacas de sal o de dulce o de nada. Abracemos el verdadero vacío: ¿Podemos?

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Que sea límpido el silencio, que sea de verdad. Que sea el gran silencio. Que sea un mes después del 2 de octubre, como ya es. O que sea en cualquier mes, y que sea por sobre cualquier ansia. Pero que sea vacío -no lleno- y nunca (nunca) toda la verdad.

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Renuncio a cualquier aforismo que ocupe más de quince palabras (y a todos los anteriores).

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Renuncio a mí mismo y a mis incipientes canas. Renuncio a salvar y a ser salvado. Renuncio a mis ganas.

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- ¿Qué es lo más fuerte que has oído en los últimos tiempos?
- ¿De verdad quieres saber?
- Sí, suéltala...
- Ok. Ahí te va: Un hombre vocifera en algún bar. Cuenta su muy misógina y condechi verdad ante la vida:

"Y es que, ¿sabes qué? A las viejas mexicanas les falta siempre algo. Algo que siempre tienen las cubanas. Aquí, a todas, si les sobran tetas, les falta culo. Es una realidad, mi hermano. Piénsalo bien. Ninguna lo tiene todo en su lugar, como en Cuba..."

Y en una adorable retaliación no solicitada, pero respondiendo a los decibeles de ese irresponsable emisor, se acerca una mujer (hermosa, por cierto, más allá de las tetas y el culo), y replica:

- ¿Pero de qué tú te quejas entonces? Con los hombres mexicanos es lo mismo: Al que le falta cerebro, le sobra pito. Y al que tiene un buen pito, nada más no le alcanza el cerebro. Aunque en tu caso es peor (le dice directamente al hombre): A ti, sencillamente, te faltan los dos...




(Tómala, "chavo". Y ni quién te salve...)


Para aforismos los de la vida.


Y salud por el intersticio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, con este comentario me doy la bienvenida a tu blog... normalmente los escritos autobiográficos no son mis lecturas favoritas, tu caso es mi excepción.
Saludos

Sobrevalorado dijo...

"Se ha habilitado la moderación de comentarios. El autor del blog debe aprobar todos los comentarios."

Mmmm... ¿Acaso no confía usted en la bondad de los extraños?