Para J. (y sus tentaciones gastronómicas)
El esteta negador
Esto sería un mandamiento inútil para alguien que insistiera, casi esquizofrénico, en no poder ver la carne. Alguien que negara la existencia de la propia carne:
- ¿Cómo me puedo comer la carne si no está...? Ya dame mi postre
- Psst...psst...llámale al doctor Ojeda. Está delirando de nuevo.
- Sí, pero, ehm, ¿me puedo comer su carne?
- Seguro. Y te espera el postre.
El idealizador insalvable
Imagino que sería imposible querer comerse un concepto, ya fuera para llegar al postre o para saciar cualquier tipo de hambre:
- ¿Carne? ¿Qué es carne? ¿Es ésta la carne, mamá? A mi modo de verlo, la carne es algo más sublime y trascendental que este trozo de chuleta de segunda que pones ante mí. La carne que esperaba, la esperaba suave, sin hueso, sin implicaciones de "sí y sólo sí..."
(Cachetada)
- Cállate ya y cómetela escuincle pendejo. Y te chingaste, ya no hay postre.
El tramposo redentor
A sabiendas de la putiza (probable autoflagelación también) que le espera en caso de negarse a comer la carne, el tramposo siempre encuentra la forma de no comerse la carne, llegando al postre sano y salvo. En términos prácticos esto funciona para muchos (pero en esta ocasión, quisiera descubrir los innumerables matices favorables que pueden aparecer si se come la carnita -hasta el tuétano-)
- (jugueteando con la carne en el plato) Uhm, sí. Ahorita me la como. Es que...en realidad no tengo hambre...¿Qué hay de postre?
- Trufas de chocolate, zoquete.
- ¿De verdad? ¿Me las enseñaaaas?
- Nada más para ver si te animas a comerte la carne...
(Al voltear la espalda de la autoridad divina, toma la carne y la esconde como puede, en sus calcetines...poco después está atiborrado de trufas, claro, pero algunos se preguntan si en el fondo los tramposos merecen tantos placeres)
El eternizador de los sentidos
Huele la carne. Ya la está paladeando. Es más, la paladea desde hace horas. Quizás días, cuando se enteró que la cocinarían en esa ocasión. Lleva preparándose mentalmente para este momento desde siempre, el momento sublime de atacar con fiereza, para finalmente morder el hueso hasta quebrarlo. Espera enardecido y loco el ángulo ideal para succionar el tuétano hasta que los ojos casi se le salgan de tanto placer malsano. Hasta que, finalmente, está ahí: La mira, sobre el plato. Humeante. Sudando ese jugo de una opacidad casi cristalina. Y la carne, nerviosa pero orgullosísima de ser real, expectante (no es cualquier pinche carne, no).
- ¿Vas a estar viendo el plato toda la pinche tarde? Si se enfría no va a saber igual. Y si luego no te gusta, ya sabes, no hay postre.
- Mira esta carne: tan perfecta, tan (huele) histórica, tan (la remueve un poco en el plato) consistente, tan (sus ojos siguen el contorno magistral del platillo) única...comerla sería una transgresión, una atrocidad, una afrenta a todas las otras carnes...¿Qué tal, por ejemplo, si al masticar resulta estar demasiado dura, o demasiado blanda? ¿Qué tal si te pasaste con la pimienta, o si la salsa de mostaza sencillamente te quedo dulzona y sin chiste?
- Si no te la comes, no vas a averiguarlo. Apúrate, se está enfriando.
Evidentemente, jamás consigue convencerse de maltratar esa imagen (suya y absurda) de perfección. Es capaz de olvidar el postre, la carne e incluso, convertirse al vegetarianismo. Por supuesto, escribe un ensayo magistral: "La carne de un día de Junio", donde pretende metaforizar y eternizar el momento inspirador al que lo llevo dicha contemplación del platillo, mismo que que (él cree), murió inmaculado (mentira, terminó siendo engullido por el cocinero, un neanderthal de poca monta, unas horas después). Por supuesto, el ensayo resulta un fracaso. Patético.
El coleccionista de humo
- Detengan el rotativo. Alguien que mire esta carne.
Los comensales absortos, no paran de comer. Bien, sí, la carne parece ser una pieza única, un verdadero portento entre las carnes. ¿Pero eso importa acaso? ¿Está hecha para comerse, no es así? ¿A quién podría ocurrírsele hacer tanta alharaca, en lugar de simplemente degustarla lentamente, como debe hacerse cuando la comida es buena...?
- Señor, ¿sería tan amable de tomarnos una fotografía?
- ¿Cómo? (tose) ¿A usted y...?
- Sí, a mi y a la carne. Por favor. Esto debe pasar a la historia.
- Si usted lo dice...
Acto seguido, el coleccionista pide que, cuidadosamente, envuelvan el platillo en un recipiente digno de su perfección. Lo lleva a casa. Ahí toma más fotografías, rueda un poco de filme, incluso graba los micro-sonidos que produce la carne al ser empujada levemente por el tenedor. Eso sí, sin hincarle diente ni de broma. Sin dañar el cuadro inicial en lo más mínimo. Bebe unos vinos. Brinda por la carne. Habla con ella. Entrada la noche, el sopor del vino lo lleva a la cama. La carne se queda quieta, fría y enjuta, sobre la mesita de cristal.
No siente tristeza al tirarla la mañana siguiente. Un archivo fehaciente ha quedado registrado. El coleccionista, en toda su idiotez, prefiere que la roan los indigentes que espulgan el basurero, cada mañana. Menudo objeto de adoración.
El incrédulo enamorado del pavor
(Silencio sepulcral, ruido de cocción)
El plato de osobuco yace ante él. Se esconde tras la silla. Asoma la cabeza, solo un poco. Regresa, aterrado. Vuelve a asomarse. Aspira el dulce olor, saliva. Se paladea. Se esconde de nuevo. Acto seguido se pone de pie: Está a punto de comprobar con su tenedor si ese trozo de fabulosa carne es tan real como huele. Lo es. (El osobuco se retuerce un poco ante los piquetes miedosos de ese tenedor pavoroso). Mira a su alrededor:
- ¿Señor?
- ¿Sí?
- ¿Ya vio usted esa carne?
- ¿Sí?
- ¿La quiere?
-¿Cómo?
- Sí, que si quiere comérsela. Es demasiada carne para mi. Si me la como, seguro me enfermo. O peor aun, seguro me gusta. O quizás ni sea carne. ¿Qué tal si es una botarga de soya?
- ¿Está usted loco? ¿Por qué me habría de comer SU carne?
- ¿Quién le dijo que es mi carne? ¿Acaso usted y la carne se pusieron de acuerdo? ¡Nunca fue mía! ¿Entiende? Nunca. ¡Maldito traidor!
Acto seguido corre despavorido por la calle. La carne se queda en su plato. Se recuesta. El hombre, perplejo, se sienta. Luego toma el tenedor y el cuchillo. "Pobre idiota", piensa.
El despistado con suerte
Iba pasando, sin más, y de pronto siente hambre. Entra en el merendero y pide, como cualquier otro día, el menú regular. Omnibulado por sus pensamientos, come la sopa sin siquiera percibir su sabor. Sigue pensando, aunque no sabe qué piensa realmente. Son tantas cosas sin ser ninguna.
Es así que, de pronto, ante él, aparece el soberbio hueso, rodeado de carne de verdad, aunque no perfecto, no. Pero cerca. Muy cerca.
El despistado continúa absorto y en tanto, el olor penetrante del bocado llega a su nariz. Despistado, mas no insensible, percibe la sutileza del aroma.
- Voy a comer como magnate. Ya era hora.
Dejando a un lado sus pensamientos, olvida las consecuencias e hinca el diente sin pudor. "Cada bocado mejor que el anterior" - piensa - y continúa hasta bebérse todo el plato. Se mancha un poco la corbata, pero sigue. Se limpia los bigotes. Bebe un poco de vino. Goza. Eructa.
Inmediatamente después llega el postre, pero por este día, se encuentra satisfecho.
- Déjelo así: la cuenta, por favor.
Inmediatamente después paga y se marcha. Por la noche, no cena. Sus sueños son espléndidos. Despierta. Comienza un día nuevo. Tal vez extrañe comer tan bien como el día anterior. Tal vez no. Lo sabrá cuando tenga hambre, otra vez.
7 comentarios:
Yummy... Lacan...
carne de mi carne... qué delicia de cerebro que tienes... te invito una arrachera metafísica saliendo de la chamba.
muchos besos.
Quisiera ser un "despistado con suerte", en cambio, mi naturaleza geminiana me ha convertido en un "idealizador insalvable" y un "eternizador de los sentidos".
Esta cabron ponerme de acuerdo con migo mismo.
Vaya indigestión, oye. Me pregunto que habrá podido desencadenar tanta elucubración carnivora...
xamirú: te faltó el más importante, ve a mi blog para ver cuál es...(es que está muy largo y aquí ya parecía rosario)
y este va para erector, por aquéllo de sus personalidades (que, temo decirte, my friend, es algo que pesa sobre los geminianos...carajo, no wonder...yo también soy géminis..):
" Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. hay personalidades en todas partes: en el vestiíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera! Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo -me pregunto- todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto.
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ningun clase de exepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discuciones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuestra un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas todas juntas a la mierda. "
Oliverio Girondo, VIII, de Espantapájaros
claro que ademas de felicitarlo por su blog.. quiero decirle que estoy 100% de acuerdo con lo que escribio en el BLOG de conflictiva.. saludos y buen fin de semana
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