La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

junio 25, 2005

Declaración de Guerra (que el miedo se prepare)

Gracias a J.

A mi miedo siempre le tiendo la cama. Le hago el desayuno. Le rindo culto, a escondidas, cada noche. Le llamo a diario, le pido consejo, le lavo los pies, le cuento historias, le quiero como a un hijo. Le estimo en demasía, a mi miedo le amo sin miedo. Le soy más leal que a mi valentía. Le soy más fiel que a mi coraje. Le entrego mis causas. Le cedo en ofrenda a mis doncellas, le sacrifico mis amores. Soy más esclavo de mi miedo que de mi hambre o de mi sed. Soy más mi miedo que yo mismo. Y eso, sin que explique ningún por qué, sucedió un día que no recuerdo, en que nos conocimos para amarnos grandilocuentemente y sin ataduras. A mi miedo le hago el amor todos los días, y aun no sé quién penetra a quién. Es ahora que lo confieso. Es ahora que lo lamento, sin misericordia, sin autocomplacencias, sin más treguas posibles.

Y todo por una mujer. Aunque, eso sí, no cualquier mujer. Una mujer que me ama al punto de haber descubierto, con una prontitud digna de los mejores torbellinos, al verdadero comandante de mi eterna desgracia autocompasiva. Una mujer capaz de desmantelar, sin hacerme la guerra, todo el aparato de espionaje dictatorial que el miedo opera en mi vida y en mi discurso. Una mujer generosa y guerrera. Una mujer ilegible, en cuyos ojos respiran los enigmas de las flores, las batallas de los sueños y, al mismo tiempo, la tranquilidad y la ternura de los días sin mañana. Una mujer que no es por qué, ni le importa. Domadora de chimpancés, terodáctilos y pulgas, pero indómita ella misma. Una mujer que es un gracias a. Un despertador, tan grande como el Bigben, y tan frágil y tierna como cuando se recuesta, sin claudicar, y dice te amo, como quien dice sólo la verdad. Llena la boca, llenos los ojos, pero eso sí, de puro presente. Nada más (y nada menos).

Una mujer se ha levantado en armas contra mi miedo. Con ella, las huestes más beligerantes de la certeza y la coherencia. Contra ella, los muchos años de cicatrices, derrotas y rendiciones que el miedo ha tomado de mi vida. Y sin embargo, cuando camino colgado de su mano, y caigo en cuenta que el miedo no sólo podría quitarme de sus ojos, sino de los míos propios, encuentro en su boca, tan roja y tan ácida y tan dulce, el recordatorio de que no he de perderme más en ningún tonto terror que me prive de vivir, nuevamente, lo que es estar vivo.

Pero ah, el miedo es siniestro y hábil como un gato sigiloso: Cada vez que despierto a esa verdad, me susurra, lentamente, todo el dolor que me espera en la vida. Todo lo que perderé cuando mañana se hayan esfumado las causas hermosas. Todo lo abruptamente sólo que estaría cuando ella se haya marchado. Todo lo que debiera importarme seguir sintiendo miedo. Hijo de Puta. Grandísimo Hijo de Puta.

¿Cómo demonios ensordecerme a las palabras del miedo, sin dejar de oir las mías, las de la mujer que ahora amo y las del coraje emancipador que puede acabar con tanta batalla exhaustiva? ¿Cómo hacerle entender al miedo que, por ahora, el dolor no es y no importa, y que el trayecto junto a sus ojos y el camino a los míos vale más que mil pequeñas muertes venideras? ¿Cómo explicarle a ella que, detrás del regimen opresivo y asfixiante que el miedo parece operar en mi, está mi corazón, dulce y despierto y directo y pasional, amándole mientras sucede, y nada más (y nada menos)?

Hoy dormiré sin miedo. Y dormiré también sin ella. Pero dormiré conmigo. Y juntos, yo y mi multiplicidad, buscaremos entre sueños alguna respuesta. Y si no se dignan a aparecer, nos iremos todos juntos a buscar su boca, que, entre sueños, es aun más aliada y exquisita.

3 comentarios:

the drop dijo...

Si tu miedo te sigue chingando, dile que se sufre mucho menos cuando se vive plenamente, porque se entiende lo que se vive. Si se entiende, por ende, sufrir menos. Se sufre de lo que no se entiende, del sinsentido, de lo incoherente...

Suerte.

Anónimo dijo...

Una mujer es puerto de llegada. Con todo tu equipaje, tus apéndices, tu estela. Con todo y sus piedras, montañas y óxido.

El miedo apresura el oxígeno, nos hace palpitar más rapidamente, vivir extremadamente, o, por el contrario, paraliza el latido hasta el entumecimiento de los sentidos y perdemos, perdemos.

Estoy segura que contigo (con ustedes) será lo primero...a vivir, joder!

Alfredo Mora dijo...

Y que dijiste???
Me pongo suavecito y todos se ponen así.
Ni madres.

Eres un cabron enculado hasta el pinche tuetano.

Pero a como da gusto.

Saludos