Es viernes. La tarde sigue siendo cálida y apestosa en esta cloaca de ciudad. Todo transcurre cual lo previsto.
Después de unos viajes de ida y vuelta a la colonia Morelos, hermoso cagadero ubicado al oriente de la ciudad, suena mi teléfono:
- Soy yo, pendejo. (un buen cuate que quería un upgrade para su computadora)
- Ah, ¿dónde andas?
- En División del norte. Dentro del Sanborn's. Tragando.
- Puta madre...¿qué haces ahí? Habiendo tantos lugares para tragar...
- Pos tenía hambre, andaba cerca. ¿Qué pedo, te veo aquí?
- Ta bueno, voy para allá.
En el camino me acordé de porque me acordaba del puto Sanborn's en cuestión. Fue el último lugar en el que vi a una antiquísima adolescente por la cual babeaba lodo hace un buen chingo de años. "El Sanborn's de los pajaritos..." -iba pensando- (porque dentro del restaurant hay árboles con pajaritos, no vayan ustedes a malinterpretarme) "al menos este guey no escogió uno tan pinche...". Y me lancé.
Por azares del destino, había un tráfico de la chingada. Lo hubo todo el día. Vuelta y vuelta llegué como 40 minutos después al susodicho Sanborn's y me senté a comer lo único comestible en esos lugares: Enchiladas Suizas. (a todo esto, nunca he entendido el apelativo de "suizas"...¿será porque traen queso?...¿el queso es privativo de Suiza?...¿en Suiza aprecian las enchiladas?...)
Como ven, pensaba en cosas de una profundidad inconmensurable. Instalado, como me había propuesto tras el último vergazo, en la absoluta y más superficial de las levedades, anduve todo el largo trecho desde Tepito hasta la Del Valle sin pensar en nada importante, o al menos rebuscado. Verdaderamente he estado consagrado a la estupidez, para fines de mi curación amorosa.
Llego al lugar, como mis enchiladas, hablo tres pendejadas, escupo sobre el "Milenio Diario" que compró mi amigo, hablo mal de los articulistas, deploro las enchiladas pues no pican, escucho a los pajaritos, me tomo dos naranjadas sin azúcar (la segunda tenía azúcar y la devolví), me traen el repuesto, sigo bebiendo. Todo sin fallas. Todo perfecto.
Llega la cuenta y nos levantamos a pagar. Caminamos hacia la caja. SAco el boleto del estacionamiento de mi bolsillo trasero, se lo doy a mi amigo y en eso, como de la nada, escucho una voz de mujer, que me resultaba SUMAMENTE conocida.
- ¿Holaaaa, cómo estáaaas....?
En una ciudad de 20 millones de habitantes (algunos dicen que 30, no se sabe), después de 11 años de no ir al Sanborn's de los pajaritos y sin que nadie me pueda rendir cuentas de lo acontecido, giro la cabeza y veo venir hacia mi, como si nada, a la mujer que acabo de dejar hace unos meses y que inspiró todos mis lloriqueos de las últimas semanas. Rampante, contentita, sonriente, guapa, con una bandita naranja alrededor del cuello (misma que le rogaba que se pusiera porque, por alguna razón, le quedaba muy bien).
Me sonríe. Me pregunta como estoy. Mutis. Miro al suelo. ¿Qué tienes? me pregunta...Nada, no quiero mirarte mucho. Apenas me estoy quitando.
Me estoy quitando.
Me estoy quitando.
Ja!
20 millones de habitantes, chingo de millones de lugares para una puta coincidencia. Otra más.
Luego no digan que la ley de Murphy no es más que una hipótesis fatalista para los que quieren quejarse.
Hoy no me quejo. Más bien no se me quita lo perplejo...y lo pendejo, claro, tampoco.
Salud.