La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

julio 22, 2011

Escapista huidizo busca...

I.

Imaginar un personaje como ese: Alguien que escapa de las escapatorias. Alguien que sólo le teme al hecho de escapar. Escapar de la vida. Escapar del continuo, irredento, la malconstrucción de lo perpetuo. Tradición, decían el otro día. La tradición -decía Woody Allen (quién sino él)- es sólo la ilusión de la permanencia. Pero a él también le neurotizan los escapistas. Para ello, muchas muestras: Historias de Nueva York, por ejemplo. Un ilusionista con una caja china en dónde escapan todos aquellos que ingresan. Él, desde luego, "ingresa a su madre" (no, no es insulto). Y su madre, evidentemente, termina apareciendo en las nubes de New York, profiriéndole órdenes y comandos a su atormentado personaje. Lo hizo de nuevo en Scoop. Y lo disfrazó estupendamente en Shadows and Fog, aunque la escapatoria era la misma: la ilusión, la adivinación, la superstición. Ese bonito coctel.

II.

Escapar: o pretender que se escapa. Ponerle nombre al lugar a donde uno va cuando realmente escapa. Luego: seguir escapando. Muy a pesar de que el Gran Hermano te tenga ubicado perfectamente en su GPS universal o imaginario. Pretender que en realidad se puede (o se tiene a donde) escapar. De la muerte, del próximo deadline, de la estación más cercana: esa en la que hay que bajarse del tren con los pantalones abajo, pero sin dejar de ser. Seguir siendo, ni pedo -como diría ese maldito documental- y luego proseguir.

Seguir no es igual que proseguir. Seguir es ciego y proseguir implica un pequeño tropiezo o una pequeña pausa. Una pequeña asunción de lo vivido. Admitir algo: quizás que se es mortal, o que mañana es mañana, o que algo duele de forma estúpida y desproporcionada, pero aún así duele.

Y luego seguir después de eso: Proseguir. Pocos verbos tan lúcidos y elocuentes como ese. Pocas cosas tan importantes en la vida.

III.

Cambiar de opinión. El cliché mierdero dice que "es de sabios". Yo no tengo ni puta idea lo que "sabio" significa en el diccionario de nadie. Pero comparto el cliché. Y lo comparto porque comparto también el proseguir, el escapar y el imaginar que se escapa.

Y estoy de acuerdo que virar salvajemente el timón no siempre es resultado de alguna inestabilidad mental que pueda curarse con pastillas y drogas: Virar el timón puede ser -indudablemente- cosa sabia. Sabia en los términos que la vida nos deja respecto a la sabiduría: Sabio porque duele, o sabio porque hace falta, o quizás sabio porque no hay resabio (valga la cacofonía) en el alma de ese-quien-vira-aquel-timón en donde pueda, realmente, sentirse en SU lugar y adecuado a las circunstancias del mundo.

Virar el timón es -y generalmente involucra- muchos cambios abruptos y no por ello menos deliciosos o aterrorizantes. Parar la rutina sin siquiera detenerla: hacer algo por uno mismo y que por añadidura es hacer algo por los otros: Quererse.

Desear dejar. O dejar de desear eso de conocerlo todo. O de saberse todos los caminos. Descubrir nuevos. O desearlo -otra vez, sí- y al menos. Y ello, no por onírico, deja de ser válido. Ergo, todo lo anterior. Léase detenidamente y luego repita la operación.


IV.

Aterrizar.

Y dicen que para aterrizar hace falta una pista: ________________________________. Ahí va de regalo.

Una larga-larga-larga pista. Quizás repleta de miedo. Depresión. Necesidad de validarse a toda costa. ¿Por qué tomé tal decisión o tal otra? ¿Por qué se me ocurrió que virar el timón era tan fantabuloso, así, tan de repente? ¿Por qué no puedo asirme a esa emoción de entonces, ahora mismo? ¿Dónde está esa certeza? ¿Quién se la llevó? O mejor dicho: ¿Quién COJONES se la llevó de aquí?

V.

Incertidumbre. Es quizás la parte más terrible de toda esta aventura: El momento más dubitativo de todos nuestros ciclos. Dudar de nosotros mismos. Dudar de todo. Dudar de todos. Doblarse ante la angustia y redoblarse ante su compañera, la ansiedad.

Obviamente no he descubierto (ni aterrizado) sobre la forma en la que uno puede librarse de todas estas indefiniciones. Aún las padezco. Persistentemente, si se pudiera decir. Y sin embargo, hoy me queda claro que es sólo mi necesidad de "destino" la que me empuja a sentirme angustiado o ansioso frente a todos esos (voluntarios o involuntarios) virajes de timón (o de caminos). Y claro, también frente a todos sus inherentes aterrizajes. Toda vez que asumo que esa angustia es sólo otra parte de mí y que me exige el que quisiera estar -de vuelta- en alguna patria del comfort, entonces -y sólo entonces- me dejo ir.


VI.

El cielo, que hasta ese momento era un ladrillo gelatinoso y repleto de nubes despreciables, suele disponerse a bailar. Baila-baila-suavecito, a veces. Y otras, las más irónicamente sofisticadas, le da por el tap o el cante hondo o el baile flamenco o cualquier otra disciplina inalcanzable para mi cuerpo y mi alocución espiritual: Realmente no importa. Cuando el cielo se parte con un cuchillo, ese es un día nuevo y una angustia nueva. Y entonces tengo que abandonar mi moral -y dejarme de creer dueño de la ética, por ende- para que la dicha de nacer de nuevo se logre apoderar de mí. Y sin moral, y sin ética grandilocuente, me tengo que dejar ser revomitado encima del timeline de mi existencia.

Y luego nada: Luego ahorita. Me hallo en otro cliché: el de "flojito y cooperando", como dirían los 20,000 dichos mexicanos que tenemos pre-preparados para cada cosa que vivimos.

Y luego nada: Te desdices en abandonar tu blog puñetero por una simple idea. Y luego la expones torpemente. Y luego te vas, sin ver. Y luego piensas: "no lo sé: mañana vemos".

2 comentarios:

Karen Bitran dijo...

que bueno que no desististe del blog. un beso graaaaande...

Karen Bitran dijo...

que bueno que no desististe del blog. un beso graaaande...