La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

julio 26, 2011

Cuatro

Para nuestra Aurita en el 2011...

Esta vez no hubo tanta solemnidad y tengo que decirte que eso me dio algo de miedo. Todas las veces anteriores nos detuvimos en muchos momentos a pensar en ti. A leer tus cosas, públicas o privadas, no importa, y a rememorar tu nombre bajo el sorbo del siguiente trago de vino o lo que fuera. Sé que la parte de comer hamburguesas y beber vino nunca te habría molestado, aunque dudo que te hayas cuestionado respecto al tipo de rituales que deberían seguírsete en caso de morir súbitamente a los 30, por culpa de una ola estúpida o alguna piedra que nadie vio en su momento. Sólo sé que no hubo esa mentada solemnidad y que eso me provocó un buen trozo de miedo. Lo fácil que puede diluirse la extinción absoluta de un ser humano luego de cuatro años de haberse muerto trágicamente. Y digo fácil pero no digo "estúpido", porque nada de lo que hicimos ayer, aquellos que te conocimos o te queríamos puede ser tachado de estúpido. Es sólo que ¿tú sabes? Nos han pasado tantas cosas y hemos circunnavegado tantos pinches abismos en estos cuatro años que llevas ya muerta que cada vez se vuelve más pudoroso y privado el momento en el que cada quien decide llorarte. Y lo que fue, durante tres aniversarios, un incómodo pero solemnte tributo a tu existencia y su súbita finalización, esta vez se ha convertido en algo más suave, más distraido, menos intenso aunque no por ello menos simbólico o importante. No lo sé, te digo, a mí me dio un poco de miedo, pero no me atrevo a decir que por ende ya no le importe a nadie.

Imagino que -como cuando alguien se revienta la madre en un coche- el ver morir a alguien tan joven y tan brillante te deja secuelas durante un tiempo importante y de un modo atroz. A algunos más, a algunos menos, y desde luego que a los más cercanos a ti, de un modo permanente. Pero este estúpido refrán de que "la vida sigue" o de que "el show debe continuar" termina siendo implacable para todos. Y eso, quizás, es lo que más angustia me causó: hace cuatro años tú te nos moriste entre los dedos y eso nos despedazó un buen rato. Y todavía nos despedaza, si nos detenemos a pensarlo, pero el asunto es que ya no sucede a diario. Y por otro lado, es saludable que no sea más así, ¿sabes? Uno no se puede parar todos los días en el cementerio del amor si es que pretende seguir viviendo.

El asunto está en esa sustancial diferencia entre los cuatro años y los cuatro millones de abismos que han desfilado por nuestras vidas desde entonces. El curso de los días es tan ruidoso en esta ciudad -y seguramente en tantas otras- que quizás por ello quienes las habitamos somos siempre percibidos como seres insensibles que no saben detenerse a contemplar los placeres simples (ni los dolores profundos, como en este caso). Son cuatro años pero son muchos más abismos, y entonces tu aniversario se da entre algunos "mismos de siempre" que nos empeñamos en producir el escenario y entre "otros que van pasando" que, si bien pueden reparar un segundo en el propósito, también están llenos de nuevas preocupaciones y nuevos abismos que atender. Y entonces, de ahí la angustia: porque sí, estuviste ahí, y tu libro fue leído y nos pasó por entre las manos como siempre pero -también- no estuviste y nos fuimos a dormir temprano y, en el fondo de mi angustia (pues no me atrevo a hablar por otros) sigue bailando la idea de que morirse es un proceso paulatino pero que siempre ocurre. Y que los años van lavando esa sinfonía de dolor que nos aturde al principio. Y que no importa lo mucho que nos recuerden algunos, en privado, o las muchas estatuas que nos erijan, en público, lo real es que hay un punto en el que volvemos a ser polvo, arena, espuma. Y con la siguiente ola, la cuarta o la decimonovena, nos desvanecemos -entonces sí- para siempre.

Oye, no vayas a pensar que considero que los personajes históricos sufren un destino diferente: porque no hablo de la imagen que pueda quedar plastificada en un libro o un montón de fotografías. Hablo de esas cosas que sólo la gente que te experimentó en vida puede recordar de ti. O de mí, o de cualquiera. Los héroes de la historia, igual que tú, quedarán asentados en monumentos -de piedra o de letras, da lo mismo- pero terminarán desvaneciéndose en el habitáculo privado de quienes les amaron, les odiaron o les experimentaron un segundo tan siquiera. Ni tampoco estoy diciendo que ya nos olvidamos de ti o que "hace falta solemnidad" en tus aniversarios luctuosos. Son ya, cuando menos, una tradición. Una fecha de asueto para la posteridad. Un segundo en el manto de los días en el que nos detenemos para ti, por ti, y por nosotros, embadurnados de nuestros nuevos pedos, desde luego, pero sin olvidarte.

Sólo digo que me da miedo entender a la distancia esto de extrañar. Esto de morir. Esto de desaparecer y existir nomás en el recuerdo de otros. Y ver cómo, dentro del mío y el de tantos más, todos estamos encadenados, juntitos, y de camino a la negrura y el silencio.


(Con razón estos pinches megalomaniacos no se quieren ir solitos y se llevan tanta gente entre las patas...pues has de saber que ayer en Noruega...


Olvídalo.

2 comentarios:

leeleean dijo...

Me encanta leerte, qué bueno que volviste.

Chamirú dijo...

Blush.