La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

enero 09, 2009

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El verdadero poder de las palabras yace en el silencio. En la ausencia absoluta de las mismas, las inoportunas. Tal como en una buena película en la que -de repente- desaparecen los diálogos. De pronto, y sin más, la niñera virtual que nos había llevado a lo largo de toda la historia, deja de ser importante (al menos para el director) y todo lo que vemos son una y otra y otra imagen, todas explícitamente colocadas, consecutivamente, tras de la otra: Y todas, claro, camino al delirio.

Delirio...o normalidad: Ejes horizontales de una brújula que no responde. Adjetivos abandonados por cualquier significado manoseable. Caballitos intergalácticos -je- que se empecinan por montar el carrusel de nuestras ideas.

Vivo...o inerte: Ejes verticales que dan sentido a una cordura tan frágil y pusilánime como supone ser el mal vicio de hablar de sueños a las piedras rodantes. Regar de historias a los yermos prados que -sin embargo- ya han sido masticados por la iguana que advirtió el enorme y perdido y podrido ojo de García Lorca, antes de ser ajusticiado por los suyos:

"Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros"
Y sin embargo, aparentar cordura es sumamente sencillo. Aunque no así de fácil resulta sentirse (o aparentar estar) satisfecho entre los brazos de la tibia

normalidad.

***

Son cuatro los años -tejidos como una medida desafortunada- que me he atrevido a pautar el rumbo de mis soliloquios. Cuatro veces doce. Doce veces treinta, treintaiuno, o a veces hasta veintiocho (o veintinueve). Muchas veces veinticuatro. Veinticuatro veces sesenta. Sesenta veces otras sesenta pequeñísimas veces. En fin: es mucho tiempo.

Miro atrás y todo parece distinto. Es ahí -quizás- donde reposa el tibio valor de llevar una bitácora como esta. En el fotograma, como dijera la muy sabia -y desconocida- Virginia. En la facultad de reírse a diente abierto de lo que apenas hace mil ochocientos minutos nos preocupaba. En dejarlo firme y asentado sobre un montón de piedras que no se parecen -ni de lejos- a las de Chichen Itzá, Machu Pichu o Stonehenge. Pero que ciertamente guían, lideran, engañan y pierden mientras encuentran. Leer para escribir. Recordarse para no repetirse. Sí: así de Freudianamente, es que nos encontramos condenados a soñar. O a callar. O a las dos cosas (como mejor dijera Netzahualcóyotl)

"Sólo venimos a dormir,
sólo venimos a soñar
¡No es verdad,
no es verdad
que venimos a vivir en la tierra!
Como hierba en cada primavera
nos vamos convirtiendo;
está reverdecido,
echa sus brotes nuestro corazón,
algunas flores produce nuestro cuerpo,
y por allá queda marchito"


***

¿Es entonces (o no es) ese preciso

trayecto

lo único que nos queda?


Ay de mis amores hipotéticos, hipatéticos,
hepáticos o -quizás-
Quizás hasta poéticos.
De soñar conmigo mismo ya me canso.
Yo sólo vine a dormir.
Yo sólo vengo soñando.
Si pasaste por aquí, bien.
Y si nunca te conozco
¿para qué me levanto?


***

Yo no lo sé.

Pero siempre,
por alguna razón,

otra vez me levanto.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Voto para que tus silencios sean más cortos. Extrañé y esa es mi palabra menos favorita. Besos. V.