Te la dejamos en el mar de Mazunte, como acordamos.
Queridísima y terca Aura:
Hace un año, cierta ola que no estaba en el libreto, llegó a este lugar, donde tú estabas, y te tiró salvajemente contra el suelo, hasta quitarte la vida.
Estuve molesto. Estuve buscándote en el cielo el mismo día en que ciertos héroes te trajeron hasta casa, sólo para verte morir después. Estuve loco. Estuve cuerdo. Estuve, mes con mes, día con día, sueño tras sueño, tratando de regresar la realidad hasta el punto en el que tú estabas viva, quejumbrosa, con un pañuelo en la cabeza y una olla repleta de agua hirviendo y toneladas de Vick Vaporub dentro de ella, mientras la aspirabas, tranquila, luego de ver cierta película de Won Kar Wai que jamás había visto. Recuerdo, brevemente, que me gustó mucho.
Hoy estoy mirando la misma arena y la misma playa que te engulleron hace un año. Quizás no la misma ola, y –es más- quizás tampoco la misma arena o la misma playa. Porque las playas, así como todas las palabras, perdieron su significado en el momento en el que te declararon muerta, y tuvimos –casi todos- que encontrar un nuevo nombre para las cosas. Te fuiste, sí, y luego yo tomé un avión, pero otros se quedaron y miraron tu cuerpo muerto mientras yo miraba todas tus cosas, congeladas en el tiempo, y entonces –sin lugar a dudas—supe exactamente que no había otra cosa qué hacer más que recoger tu mundo y guardarlo en ocho valijas. Y luego traerlo de vuelta. Y luego aprender a vivir el mundo y las palabras, y el mundo de las palabras, y las palabras del mundo: Todos, todas: sin ti.
Ha pasado un año entero desde que te tomó por sorpresa ese mundo y sus vaivenes. No hay más ni mejores vaivenes que las olas. Ni hay más olas que los vaivenes, ni tampoco se sabe cuánto ni cuánta sangre se sacrifica con cada sonrisa, con cada muerte, con cada momento que no se va a vivir, y que se queda sobre el tintero.
Pero tu muerte, Aura, amiga mía, amada amiga mía, nos trajo tanta y tanta realidad frente a los ojos, que no hay manera de no mirarla. Es un dolor de 70 milímetros, es una pantalla panorámica a la que no puede no verse salvo si se cierran los ojos. Y cerrar los ojos, Aura, es algo que tu vida nos enseñó a no hacer nunca más.
Nos vamos, Aura. Todos nos vamos. Tarde o temprano, te alcanzamos, Tarde o temprano, nos sentiremos encontrados o perdidos, arrebatados o secos, como un roble, el roble que era tu vida, tu espalda, tus sueños (nuestros sueños) y nuestros horrendos y crudos –o muy muy crudos despertares- mañanas sin remedio que se van, siguen, se fueron. Días en los que uno quisiera no vivir si no es contigo, o en los que se busca un contigo para entender lo que es vivir.
Flores, Aura. Plegarias. Días, noches. 24 o 36 horas. 2 o 3 minutos. 1 o 2 nociones más. Epifanías de lo que es el mundo desde hace un año, cuando lo dejaste. Certezas de que nada es nunca más lo que solía ser, tras la última decisión. Y sí: Lo jodido acerca de tu partida, es que no fue decidida por nadie. Que nos esforzamos por buscarle sentido, a pesar de que lo carezca. Que odiamos al dios que no existe, y al que sí, y al que quiensabe, o a la realidad que –como ese Marx que tú adorabas decía—es siempre necia.
Y los odiamos porque no estás, porque nadie dijo y porque nadie decidió. Y lo único, amada amiga nuestra, que nos queda, son estas flores, estas plegarias a la nada, estos arrebatos odiosos a las olas. Estas ganas de que estés aquí. Esta implacable certeza de que no lo estás. Ni lo estarás. Y que todo está dicho. Y que te extrañamos, uno, dos, tres años después.
Y que nada: ninguna palabra será jamás lo mismo. Sin tu boca de Aura, sin tu Aura, sin ti. Sin que la digas a nuestras orejas, a gritos, a dentelladas. Sin que lo sepas, jamás, porque quizás no lo dijimos a tiempo o porque no lo sabíamos hasta que te fuiste.
Pero el tiempo es ahora. Y ahora es aquí: La playa, la arena, quizás la misma ola. Quizás no.
Esperanzadamente, llegará el machete que la mate. El cuchillo de mantequilla que mate a esa ola, puta ola.
-Hey man, let’s stab the sea with that butter knife, ok?
Eso dije -sin pensar- luego de desayunar equivocadamente unas enchiladas, en el mismo sitio donde desayunaste un año antes, frente a tu silla vacía, llena de flores amarillas, rojas, morada. Junto a Frank, a Fabiola, a Vanessa y junto a ti, de algún modo. Junto a esa memoria.
Y así nos fuimos hacia el mar. Persistimos sin la calma, que –aún ahora—no se presenta del todo, después del beso y del abrazo. Después de recordar y olvidar y hacerlo todo sin orden ni sincronía. Pero dejándote nuestro amor, otra vez.
A manera de un adiós.
2 comentarios:
Hoy me mandaron la convocatoria del premio Aura Estrada. Aunque había oído mucho del premio y leído los discursos de Auster y demás, cuando leí su semblanza supe que había oído algo de eso en otra parte.
Y fue aquí. Como llegué aquí es otra historia, soy amiga de Alfredo Mora y bastante curiosa, lo demás se explica solo.
En definitiva, me hubiera gustado conocer a Aura. Pero no se mueren quienes nos revelan la eternidad.
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