A la memoria de Olivier Debroise (1952-2008)
Todo lo que no era:
taciturno, na.
1. adj. Callado, silencioso, que le molesta hablar.
2. adj. Triste, melancólico o apesadumbrado.
Hay adjetivos que me gustan y me disgustan. Y entre ellos, hay algunos con los que me identifico regularmente, o -como suele pasar conmigo- con los que más bien me identifico de forma intermitente. Y es que mi relación con "el mundo" o "la realidad", es asquerosamente estroboscópica: Se enciende y se apaga con una aleatoriedad verdaderamente exhaustiva. Minuto a minuto me agrada y me desagrada y, como diría la extraordinariamente rara película que vi anoche, lo único que no concibo es "How can't i be myself?".
¿El optimismo significante o el pesimismo recalcitrante? Ya sé que sueno asquerosamente culturoso y parecido a mi querido amigo hlk, pero es que esta disyuntiva patética me sigue pareciendo tan cercana (y tan lejana) como todas las absurdas dicotomías maniqueístas que tenemos que vivir a diario, que ya no sé si estrellar mi cabeza contra el muro repetidamente, o simplemente persistir en el on/off de placer y dolor hasta que un día la vida decida marcharse, y mi paso por el mundo sea tan significativo o infinitesimal como cualquiera de las cosas que estoy escribiendo ahora mismo. Creo que necesito acudir a los detectives existenciales, sí, y resolver de una vez por todas lo que no tiene solución. Vivir.
Hoy es el cumpleaños de cuando menos 4 personas que conozco. En estricto sentido he mandado las respectivas muestras de felicitación y/o recordatorio a cada uno de los involucrados. Y sin embargo, me siento invadido por ese adjetivo, digno de una caja de cerillos Talismán, y que es con el que empieza la diatriba existencial de hoy. Taciturno: silencioso y molesto de hablar. Apesadumbrado y melancólico. Y sin embargo, peligrosamente cercano a mi otro yo, el que grita fuera de control, habla por deporte, hace lo que tiene que hacer, dice lo que le da la gana, y con eso se compra el desprecio o la aceptación de quien sea.
Entonces, (y espero que me entiendan), ¿cómo se comprende que los que no son taciturnos, y dicen siempre, y tienen algo que decir, se mueran, y se mueren y se siguen muriendo, mientras los que nos cansamos de decir, los que no sabemos cómo, y no tenemos qué, seguimos aquí, presenciando cómo el mundo pierde a sus voceros más brillantes, poderosos y geniales?
Pero hoy soy taciturno. Absolutamente. A pesar de los abrazos y de los cumpleaños. Aunque tenga mucho que decir y la parte poética se esfuerce sin tener resolución posible. Taciturno porque el mundo hoy es más negro que blanco. Las grietas son más anchas que lo que nos conecta a todos. El vacío es más importante que los átomos.
Un hueco en mi corazón, uno más. Se murió uno más de los grandiosos y aquí, en el sopor, persistimos los prescindibles. Hígado, corazón y cerebro en mano: camino al mismo lugar, pero a un paso tan rápido como lento.
¿Dónde reside la justicia poética, el equilibro, la homeostasis, la normalidad? ¿Será que ese equilibro biológico y científico y mesurable, no conoce de metáforas ni de poderes abstractos ni de adjetivos?
Quizás. Quizás el equilibrio no requiere estrofas ni versos. La muerte tampoco sabe, ni le importa, si una boca besa bien, habla bien, o recita la verdad en haikús perfectos que valen más que dos segundos de grisaciedad cotidiana. Los adjetivos -para vivos y muertos- son habitantes de otro mundo. Un mundo en el que nadie vive o se muere. Un mundo platónico -si se quiere- donde las ideas nos miran desde la gradería, a carcajada abierta, mientras nosotros pretendemos darles con un palo, viles piñatas, y esperar a que un día nos lluevan encima, y lo ideal -el gran detergente de nuestras pendejadas- lave de una vez por todas esa eterna estupidez que nos conduce a ser nosotros, todos los días.
Y sin embargo, ¿cómo podríamos no ser nosotros mismos?
3 comentarios:
Buen hombre,
Ha sido de las mejores cosas que he leído en los últimos tiempos. Quizá se deba a tu exquisita manera de escribir, o bien la crudeza de la realidad, o que me siento así. Precisamente en estos momentos, hasta teclear me cansa.
Es como ser ambivalente... todo el tiempo. Con ganas y sin ganas, viviendo y no.
Los más tonto es que suena muy cursi todo esto... ser taciturno es tanto un poco más dramático que doncella enamorada, porque al fin y al cabo, somos protagonistas.
De una historia... de un momento, en el cual deseamos solor ser nosotros.
Eres tan existencialista a veces... leo con frecuencia tus escritos. Y siempre llego a la misma conclusión. Me ecanta tu gris, casi que me enamoro de tu sombra. Porque agarras mis emociones más profundas, y las azotas contra la pared.
Un beso.
Hola, buscando información sobre Oli (querido amigo que echo mucho de menos...) me encontré con tu blog, curiosamente tienes una liga a mi sitio anterior (perravida.com) Curiosa coincidencia. :)
Muchos saludos...
Ric
En efecto, mi estimado Cucamonga. Sí, se le extraña al Oli, más en estos días.
Y sí, soy fan de tus monitos. De hecho tengo un post dedicado a cierto cartón y era comentarista asiduo de tu antiguo blog.
El mundo ácaro sigue siendo la onda, jeje.
Saludos.
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