La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

agosto 04, 2007

Sobre lo dudoso.

Hay una parte mala en el escepticismo. De hecho, es muy mala. Es más mala que cualquier cosa. Es malísima. Es tremenda. Y su maldad tiene que ver con cómo es que lidiamos con las cosas, con la vida, con la muerte. Con esas "cosas" que no son cosas. Con esa "muerte" que nunca acaba de posarse sobre sus víctimas, ni termina tampoco siendo muerte. ¿Qué demonios podríamos hacer todos los que no tenemos dioses para explicarnos como es que algo vivo puede dejar de estarlo de un momento a otro? ¿Cómo, sin un dios, es que mi cuerpo podría explicarse algo? ¿Y cómo, finalmente, es que cualquiera podría creérselo?


Soy un escéptico consagrado y consumado. Soy un absoluto renegado de toda esperanza. Soy un minuto que desprecia, argumentativamente, todo aquel otro minuto que se suponga a sí mismo existiendo más allá de la muerte. Soy un desesperanzado. Soy una línea en blanco sobre la página 4 de la burocracia de la muerte. Soy la vil y más mundana huella de la desaparición. Soy un pedazo de nada que, por supuesto, tampoco tiene nombre. Soy la negritud y el espacio vacío. Soy el fotograma, velado por el hambre y sin sentido, y al que este mundo quiere darle sustantivos además de historias. Soy la muerte, que siempre es muerte de otros. Soy la nada, que siempre es nada ajena y que trasciende más allá del punto y aparte.

Soy la rendición. Soy el eterno contrario de todo milagro. Soy la negación que no se niega. Soy el vil final que nadie quiere y que nadie tampoco riega. Soy yo, el cero. Heme aquí, el cero absoluto. El "no soy" que, por lo tanto, es nomás la nada. Soy quien no soy. Soy el que de mí mejor habla mi viejo hermano el silencio. Soy sin ser nada.


Desde el lado de los hombres todavía puede verse un montón de humanidad. Todavía hay mil afanes. Todavía se revienta en sus pestañas la injusticia. Siguen húmedos. Siguen sin mirar atrás. Siguen reposando en el prodigio de sus mentes y persisten todos repletos de una intensa rabia. Siguen, sin más, atornillados a cierta e irrefutable desdicha. Prosiguen, y lo hacen buscando explicaciones: como si lo inexplicable tuviera realmente una salida.

No les importa: siguen relinchando. Siguen irascibles y rabiosos. Siguen retorciéndose. Siguen sin ver brisa. No hay un lugar donde haya nombres que ayuden a aliviarse. No hay resonancias que no duelan. No hay resquemores que se salven. Este es un hogar escéptico, y para los escépticos no consuela ningun dios, ni tampoco resisten o persisten esas menores coincidencias, cuasimísticas, cuasibellas. Todos los sin-dios están sometidos al escrutinio de la crueldad, realidad, camino sin señales ni designios. Y desde que están vivos simplemente lo están hasta que desaparece la carne. No hay tregua. No hay destino. No hay sentido más grande que el que ofrece el albedrío.


Pero supongamos que nadie sabe nada. Supongamos que todos aquí estamos igual de despojados. Y supongamos que todo el frío es nuestro frío. ¿Qué podríamos esgrimir frente a la muerte de un ser vivo? ¿Cuál de todas las historias podría aguantar el poder de la nada? ¿Quién se atrevería a renunciar a estar vivo?

2 comentarios:

Jessica Sosa Echagaray dijo...

a mi me suena pesimista, monsieur
encantador, pero pesimista
saludos

Anónimo dijo...

la existencia nos demanda sobriedad y locura por igual. una patada en los huevos para luego disculparse civilizadamente. los escépticos tienen eso: la certeza de la patada, de los huevos, y de la máscara con que se vive en el mundo. esa debería ser la recompensa, el dios, el shinny day, de los escépticos.

dudar implica la opción de que una alternativa sea cierta y otra no. entonces dudamos. si nos olvidamos de que hay algo cierto, entonces ya no hay lugar a dudas. creo. je. anyway...

me gustó reharto su post.

saludines