Hay una mujer que es un talismán. Un nido de coincidencias. Un centro del remolino. Una mujer que trae consigo un poder casi cósmico, una mujer con la que me han ocurrido las cosas más extrañas e improbables de la vida. Una duquesa de Morphy. Una mujer didáctica y con quien reirse y gozar de un buen whisky, una tarde, una noche, una vez al año, puede ser una experiencia mortal, flamígera, orgásmica, pero siempre -siempre- memorable.
Y siempre una vez al año. O de otro modo se pierde la magia.
No puedo verla mucho tiempo. Es una mujer que concede un número limitado de deseos, por lo que vale mucho la pena pedirlos con toda calma. Gozando hasta el límite de lo posible, reviviendo viejos cuentos que siempre -siempre- suenan como nuevos. O tomándola del brazo por la calle y caminando por la ciudad para inaugurar con su mirada docenas de nuevos tugurios y lugares improbables en cada barrio, a toda hora. Volviendo locos a los meseros, a los barmans, a las mujeres recelosas, a los hombres hambrientos, a las rockolas, las pistas de baile y los caballitos de tequila. A la mujer talismán el pavimento le hace reverencias, la oscuridad la reconoce como ama y señora, los vinos y los manjares -caros o baratos- la orbitan, la circundan, nos circundan. Una vez al año hacemos rugir a las calles. Porque sabemos -muy bien- que cuando estamos juntos se desatan fuerzas extrañas y las coincidencias comienzan a sucederse misteriosamente. Por eso siempre es un ratito, nada más. Antes de que lluevan meteoritos.
Mujer talismán siempre llega a torcerme el mundo, unas cuantas semanas al año. Y desde que se marchó, desde que dejó de ser mía (aunque creo que nunca lo fue, y que esa sensación de pertenencia siempre fue más una deliciosa ilusión que un vínculo convencional y aburrido), ha repetido sus visitas con una religiosidad refrescante. Porque es suave y dura, como nuestra historia. Pero nunca, nunca nos exigimos nada. Todo es siempre dar. Y ahora, como cada vez, cada año, vino a hacerme añicos la cordura y el aburrimiento. A hacerme recordar por qué y cuánto quiero a quienes quiero. A escaparse conmigo, darle una vuelta a nuestro mundo y encelar a quienes se dejen encelar, pues son muchas las horas que pasamos juntos y que nadie entiende. Nadie nos entiende. Y no importa: Tenemos un mundo propio.
Un mundo para dos. Un mundo de mucha suerte. Un mundo que me visita una vez al año.
Y que trae puesta encima la mirada filosa de una mujer talismán. Esta mirada. Y no diré más
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
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7 comentarios:
Ah, la felicidad es ese instante con la mujer talismán...
La mujer talisman es lo menos que deceo de una mujer. tener un complice a la hora de hablar, poder reir sin cuestionar solo deajrte llevar por lo que sientes, sin el miedo de ofender al contrario usando la risa como valvula de escape a todo lo que nos oprime o entristece. ¡¡¡ quiero una mujer talisman que nunca sea mia, que me necesite por quien soy, un perdedor.
¡Que post tan pendejo!
pues felicidades... ese tipo de amor es grande.
llegue hasta aquí leyendo un post de hace siglos de cuando juan pablo II murío.
me gustó mucho lo directo que eres y que dijiste lo que muchos pensábamos.
sabes... en ese tiempo no tenía blog pero bueno... ese es otro tema.
saludos.
leer tu historia me recorda lo que viví por unos varios años...
Xamiru...ese ah que puse me suena ahora horrible:
:) es la relectura, creo que escribí ese comentario, con los párpados entrecerrados. En fin, lo que quiero decirte es que sí, esos amores de instantes suelen ser inolvidables por contraste con los amores rutinarios...
y ¿ves? otra vez te escribo pasada la medianoche.
Chao.
Qué pues boxito?
Cuándo te dés cuenta de dónde viene este comment te vas a empuar :-D pero recuerda que de eso vivo.
Gracias por el mns :-D
Un abrazo fuerte igual :-*
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