Llega el día de tu cumpleaños y tienes el pésimo gusto de celebrar que eres más viejo. Hay cosas que no entiendo de la cultura, y esta es una de ellas.
Suponiendo que fuera una de esos dichosos individuos que aman la vida y vivir (en especial la vida sobria, religiosa, voluntariosa, consistente y sin vicios), tampoco tendría mucho caso celebrar el hecho de haberme gastado un año más de esa insuperable experiencia.
En fin, imagino que hay mil maneras, desde las más autocompasivas hasta las más ingeniosas y verdaderas, de refutar mi amargura y mi pendejez de estos días cumpleañosos. Y aunque me resulte estúpido, siempre lo celebro. Celebro mi fracaso constatable el día en turno. Es como con todo: escupo sobre Dios cuando quiero parecer un hombre, pero en el fondo le pido milagros cada vez que juego al melate o me lanzo a una nueva relación sentimental, soy peor que las hormigas huevonas (si es que existen). Pinche es y seguirá siendo mi ambivalencia. Qué haría sin mis amados paliativos.
Esta vez continué una ya instituida tradición: Celebrar en el tugurio más lúgubre de la colonia más In de la ciudad más apestosa de nuestro meridiano. 4 años de sostenido alcance etílico confirman lo acertada que resulta esta práctica, principalmente porque así me evito pagar por los tragos de mis amigos alcohólicos (ni que decir de la comida, las drogas y demás ahorros).
Este año casi logro llevar a cabo una redituable versión de JUANETON, con el único fin de recabar fondos para que mi casero no me eche a los granaderos la próxima semana. Nota para todo el que lo intente: Procure no darle mezcal fino a la concurrencia antes de pedirle dinero o trabajo.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
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