Mis muchos años de psicoanálisis ecléctico todavía no me han provisto de una sana respuesta. Y es que, por más que pretenda alejarme de lo que el universo del cliché persiste en llamar "las femme fatale", dichos personajes siguen siendo los que más provocan mis reacciones, conocen mis botones, y me llevan al delirio.
Atrás quedó el tiempo en el que supedité a mis congéneres (entendiendo esta palabra como se debe. es decir, compartientes de género sexual, ergo, hombres, varones o changos con pito entre las patas). Y es que hace mucho proclamé mi fascinación por mis no congéneres y su cuasigenética capacidad para construir laberintos pertinentes. Más allá de lo freudiana que podría ser la explicación, yo simplemente hallo a las mujeres mucho -pero mucho- más interesantes que a los hombres (y por ende, que a mi mismo). Sin calificativos de bien o mal. Sin maniqueísmos, pues. SImplemente más interesantes.
Pensé en escribir un post lisonjero, apapachador, suave. Y no por que ella necesite menos, sino porque en mitad de la noche me resultaba adecuado. Y todas las imágenes y los abrazos metafóricos que se suscitaron en ese punto, no dejan de tener validez, pero tampoco van aquí.
Aquí sólo mi propia fustigación. Mi pequeño instrumento de tortura. Por lo menos hasta mañana. Mañana -con ella, quizás, o sin ella, lo más probable- habrán reposado todas las lisonjas. Y se habrán despojado de cualquier elemento cursipendejo whatsoever.
Esperaré hasta entonces. Sin contar los minutos. Pero eso, claro, no es gracias a mí o a la noche. Ahí habría que agradecerle a Pfizer y su adorado Alprazolam. El mismo que me pondrá a dormir en breves minutos, y del que quisiera tener -algunas veces- un cierto ducto pirata para ordeñar de las benzodiazepinas, toda la calma que me hace falta.
Espero que el ostracismo al que estoy a punto de suscribirme, haga las veces de semejantes drogas. Y si no, pues
les pido
Ayúdenme a callar. (Pero no por fuera).
Mejor por dentro.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
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