Por si la epidemia de influenza no fuese suficiente, el dios cristiano decidió recordar a sus feligreses chilangos -y de paso a sus detractores también- su infinita lección de amor y piedad, propinándole a la ciudad un terremoto de 6.0 grados Richter (5.7 según los instrumentos mexicanos, que en últimas fechas tienden a maquillar cifras -paradójicamente- a la baja).
Obligados por la necesidad -y la necedad- muchos tuvimos que salir a la calle. en manojos multitudinarios escasamente recomendables por la OMS, para escapar del pánico telúrico y luego -inmediatamente- acceder al epidemiológico.
Somos el epicentro del apocalípsis. El corazón del mal. El ojo del huracán que se llevará el mundo. La raíz del bien bautizado por Renato, Aporcalípsis.
El que nace y crece en esta ciudad siente que cabalga en el lomo de los cancerberos del infierno. Acostumbrado al terremoto, a la tragedia, a los contrastes, hoy el habitante de este limbo polimorfo está preocupado. Y por justa razón.
Sin embargo, no todo es oscuridad o incertidumbre. El terror de morir suele hacer a la gente resignificar su experiencia de vida. Valorar fugazmente, con una puntualidad cinematográfica digna de su propio cliché, lo importante que es vivir y gozar de la vida. Un hedonismo-golpe-de-realidad que sólo sobreviene cuando el mundo se está derrumbando. (Y es que, cuando lo piensa más de dos veces, resulta un tanto patético temerle la muerte cuando la vida no te satisface).
Es así que la epidemia no sólo ha desatado la tranquilidad en las calles, el silencio en las tardes, la hueva como un opiáceo favorecido por el gobierno, aterrado de su propia negligencia, sino que también la gente se toma más de 2 pensamientos al día, y en ocasiones se declara el amor, la amistad o la simpatía con la menor provocación.
Como en un cuento de Boris Vian, en el que la ciudad está cubierta de niebla y limo, y todos -ciegos como en otra historia posterior de Saramago- vencen su miedo a no verse y comienzan a tocarse, la ciudad está afinada en otra nota. Salir a la calle es una aventura. Ir al supermercado es una experiencia extrema. Besar a tu mujer, cuando llega del trabajo, es un acto de riesgo mortal pero con un sentido implacable. Imposible no hacerlo, más cuando el mundo se tambalea en su tripié de entelequias progresistas, líderes tuertos y futurismos esperanzados por la propaganda.
Coquetear en la caja registradora es un acto doblemente clandestino y canibalístico, y por eso, imagino, la chica del supermercado, como el resto de la ciudad, parecen algo desatados por compartir más de un par de miradas de desprecio con sus semejantes. La gente quiere hablar. La gente se habla, se cuenta cosas y se solidariza. Extraño de ver. Más extraño aún, de vivir. Una especie de Amelie meets 28 days later que no me había tocado ver en la edad adulta, pero que recuerdo de 1985, a pesar de que los terremotos ocurren en minutos y las epidemias tienen este elemento de suspense tan desagradable.
Y así, empujados al pánico por una recombinación genética que sólo podría haber empezado en un sitio tan desorganizado -y libre- como es el México profundo, navegamos a la deriva en espera de las cifras correctas, las muertes finales, la hora de salir a la calle.
Ojalá que alguien tenga una gran idea y -cuando todo esto acabe, si acaba bien- se organice una gran fiesta. Que se honren a los que mueran -o muramos, si nos toca- y que celebren los supervivientes. Y cuando pase el bailongo y se curen todos la cruda, ojalá que los mexicanos se tomen esos mismos dos pensamientos para indagar en los porqués y en los cómos. Y que los negligentes se vayan. Y que los que esconden las escasas 3 millones de dosis de antivirales disponibles en el país, paguen lo que deben. Claro, todo ello después de la fiesta, como en un cuadro de Shakespeare en el que nadie se espere el final.
Será curioso ver a la gente volver a su habitual pudor o a su habitual desprecio juicioso. O quizás, aún mejor, verla no volver. Verla caminar por otra vía y, en el universo del esperanzado,
cambiarle el rostro a este país de máscaras y cicatrices, tan hermoso y también, tan en peligro.
Salud, esta vez con más sentido que nunca.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
abril 27, 2009
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6 comentarios:
lindo post...
bien dicho!!
Ojala Te lean muchos!!
Imposible ke sólo tengas dos comentarios. Me encantó, y para mí ke ya era hora, esto de vivir en el país donde no pasa nada ya me tiene harta, era justo para el hermoso pedazo de tierra donde nacimos, la ciudad necesita un descanso, un recorte de personal. Y sí, como todos, espero no ser yo, pero ya sabes ke cuando te toca...
Muy bueno, ojala se pudiera difundir un poco mas, es excelente...
Hermoso.
Tienes razón, y aunque no la tuvieras, tu aceptación de la realidad de forma tan metaforica es suficiente.
Las crisis sacan, despues el shock, lo mejor de las mentes y almas fuertes que saben digerir los sucsos.
Tal vez este tipo de hechos sean los que despierten a la gente finalmente, del letargo consumista, de la pasividad, de la inercia, de que otros decidan su moral y sus leyes. Los que sobrevivan seran mas fuertes, mas vivos, libres de miedos y necesidades inducidas.
Tal vez los neoliberales no se dan cuenta, y sus experimentos se les rgresan como boomerang en formas peculiares.
simóooon, aquí dice que fue de 6 http://earthquake.usgs.gov/
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