La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

marzo 28, 2007

Ermitaniedades

Sí. Estoy en reclusión voluntaria. Mirando por la ventana, como si esperara algo. Tratando de transitar hacia cierta tranquilidad perdida. En recuentos electorales caseros y autoinflingidos. Gozando, a ratos, de la calma. La soledad. El extraño recomienzo.
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Reparo un segundo en lo cierto que resulta pensar en la vida occidental como un cuarto que se encoge y se encoge con cada decisión. Es como la caja del mimo, en la que cada gesto de reconocimiento del arlequín va empequeñeciendo su mundo. Cada gesto es una decisión. Y la vida nos pide cientos, a diario. Y de cuando en cuando, nos pide algunas importantes. Y entonces me abrazo a ciertas doctrinas, con todo y mi desdén por la certeza, considero ciertísimo ese asunto de no decidir. Y prefiero dejar que las decisiones se tomen a sí mismas lo más posible y abandonar la idea de que el deseo occidentalizado es sano. Ya no quiero hacer más pequeña mi jaula. Por el contrario, quisiera empuñar un bat imaginario y escapar de la caja de cristal imaginario, cuidándome de las heridas imaginarias, descalzo -sí- pero seguro de mi inseguridad.
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Estoy escribiendo un libro. Es un libro raro. Un libro que no decide ni se decide a sí mismo. Comenzó como fragmentos y continua fragmentario. No pretende la unidad ni la coherencia. Sólo le interesa ensanchar un poquito mi celda y vomitar -literariamente- todo lo que no puedo vomitar mientras camino por la calle.

No huele mal, por el momento. Y cada vez se hace más grande, como mi jaula. Aunque sea en los "burdos" territorios de lo imaginario.
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Y confirmo y reconfirmo y reconozco y ya no reniego de mi fascinación por las mujeres y la capacidad que tienen para delimitar los perímetros de mi mundo. Lo mucho que me alimenta lo femenino, con todo y su implacable incoherencia esencial expresada en esos cambios de humor, o en esos caprichos de temporada que tanto mal-inspiran a los publicistas.

Adoro la complejidad de cada mujer que conozco. Valoro profundamente los últimos ocho años de mi vida, y que han sido nada más y nada menos que los años en los que he conocido a las mujeres sin el sesgo materno o enfermo de las relaciones codependientes. Ahora las mujeres son un paisaje, un cuadro expresionista, un ser intuible pero no adivinable. Un placer tanto como un castigo, pero siempre por las buenas. Aunque todo salga mal.
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Y me extraña muchísimo pensar cómo considero equivocadas tantas teorías psicológicas, psicoanalíticas o cientificistas en las que los hombres se ubican en el hemisferio racional y discursivo y las mujeres en el emocional y creativo.

¿Qué no resulta obvio que semejante abismo es una falacia? Los hombres, incluyéndome, y muy a pesar de su inclinación por el lenguaje, el choro y los cuentitos, resultan ser muy proclives al neandertalismo. Unga-unga, tengo hambre, unga-unga, quiero sexo, unga-unga, tengo frío. Y de ahí parte su construcción racional para obtener lo que quieren. Las mujeres, por el contrario, llevan en la mente infinidad de historias, infinidad de poemas que aun no han leído, infinidad de sensaciones (tan amplias como complejos son sus orgasmos) y de ahí es que parten hacia sus danzas, sus guiños, o esas sutiles señales que buscan las palabras (o las mordidas) que las lleven hacia esa iluminación momentánea. Ellas son el director en busca de guionista, y no viceversa. (Una noche con una mujer que ha sobrevivido su terror primigenio puede comprobarlo.)

¿Así que quién es el cavernícola y quién el puente hacia la evolución? La respuesta es fácil, con todo y lo que duele asumir el matriarcado, juar.
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Y el dinero, el puto dinero. A mí, toda esta historia sobre el dinero sólo me reconfirma que dios no existe. Gracias al dinero (o a su escasez) es que me doy cuenta que el "don señor barbitas blancas, montado sobre esa judeocristiomusulmana nube en el cielo" es nomás una chaquetita mental creada por y para los débiles.

¿Por qué? Porque si don barbitas blancas existiera sabría lo maravillosos que son casi todos mis amigos. Y sabría de mí o de muchos de esos amigos. Y sabría que una brizna de la lotería, el melate, el lotto o el éxito económico garrafal significaría que la vida de todos esos seres con genuinos deseos cambiaría mucho, si a cuando menos uno de nosotros lo inscribiese en esa lista. Así que gracias, dios, por crear al hombre que creó al dios que creó al hombre que creó el dinero que creó al hambriento de dios y de dinero que, al final del día, no cree en ninguno de los dos.

Aunque tal vez sólo haga falta escribirlo (a falta de rezos inútiles) Venga el nuevo papanuestro:

"Oye, pendejo, señor don Dios, Don Pendejo: ¿Qué no te das cuenta? Mándanos el melate del domingo y, aunque fuera el premio más mierda de todos, ya sabríamos qué hacer con él. Te prometemos que nadie se irá corriendo con el botín, ni se lo quedará para sentirse un Mister Scrooge deseoso de poder. Lo repartiremos entre todos los que tenemos deseos genuinos (a pesar de procurar no desear mucho) y haremos maravillas con el presupuesto. No te preocupes: Pagaremos impuestos. Nos mantendremos lejos del estupro y la pedofilia. Descansaremos un tiempo, sí. Pero luego construiremos un enorme laberinto de galletitas (cada quien su sabor favorito), y -para que no digas nada- te lo dedicaremos a ti. ¿Cómo ves?"


Vamos: Un Olimpo de galletitas a nadie se le niega.

Gracias.
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Mientras, como no creo en dios, solamente me congratulo del azar y/o de mis pobres decisiones. Me encanta lo mismo que me angustia estar aquí, así, sin haber escrito nada en el escaparate de mis pensamientos (el blog), pero feliz por todo lo demás que ocurre. Adoro a mis amigos (pocos), a mis amigas (muchas) y a mis examores (muchas...menos). Y adoro poderlos encontrar a todos en un momento del espacio-tiempo, léase una fiesta de cumpleaños o un aleatorio encuentro sobre los campos de batalla de nuestro bar favorito. Adoro adorarlos, tanto como desprecio el verbo adorar al que tanto recurro (igual que al numeral "tanto"). Pero es que adoro reconocer nuestra colectiva fragilidad y nuestra perpetua necesidad de respuestas. Adoro los mínimos conflictos en los que nadamos mismos que creemos tan máximos.

Y al final, adoro como los días suceden uno a uno, hora a hora, de quince en quince minutos, de mirada en mirada y de palabra en palabra, y cómo, aunque pocos lo piensen, todos lo saben: No nos queda otro recurso mas que el de ocurrir. Discurrir, abrazarnos, llorar si es preciso, bailar si todo va bien (aunque algunos no sepamos cómo), escapar poco a poco de nuestro momento de catarsis y llegar hasta donde nos toque dormir.
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Curioso es hablar de ermitaniedades en conjunto. Así es el mundo ahora: Una bolsa de solitarios que se descubren y se reconocen en el fondo del costal. Luego -algunos- simplemente se toman de la mano a pesar de la cursilería, y transitan juntos. Y luego se van a dormir, solos aún si acompañados. Como cuando mueren.

Dispuestos a ocurrir dentro de todo lo que prosiga, para luego proseguir. Para poderlo.

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Amigos míos: Somos una manada feliz de pertenecerse entre sí. Aunque a veces no lo sepamos.

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Salud!

marzo 14, 2007

Joum, suit joum.

De pronto hay muchos desequilibrios entre lo que nos sucede, lo que deseamos, lo que no queremos y lo que finalmente acaba ocurriéndonos. Hay épocas en las que se está muy bien de la mente pero muy mal de las vísceras, o muy a gusto con la genitalia y muy mal con el corazón, o de maravilla en la cartera y de la chingada en todo lo demás. Es raro. Parece difícil lograr ese punto en el que se está medianamente bien en todo y uno puede recostarse y navegar sin que le angustien las tempestades, ilusorias o francamente reales, fumarse un cigarro, servirse un buen trago y darse de besos con un ser humano y no una polaroid falaz que mantenemos dentro de sus límites a puro golpe de fantasía.

Hoy no me ocurre nada de eso. No estoy bien en todo, ni mal en todo, pero tengo un joum suit joum otra vez. Justo aquello que se encontraba tambaleante en los últimos muchos meses hoy está resuelto, mientras todo lo demás se vuelve a desmoronar. Así parece ser la dialéctica de estos marcianos cinéfilos que dedican su existencia a filmar la nuestra, e injertar conflictos donde no los hay. (Si ahora les llamo los marcianos, mañana voy a terminar creyendo en dios, qué terror).

Pero tengo casa propia otra vez. Y es un placer. Dormir en una cama suculenta, levantarse, prepararse un espresso, hacerse de desayunar una omelette con perejil, beber un poco de jugo de naranja, sentarse en la computadora con toda calma, y pensar en todo lo que anda mal. Un preámbulo perfecto para atacar las imperfecciones y desajustes de la vida. Mucho mejor que el sillón o las relaciones tormentosas que se suceden unas a otras. Hoy estoy, nuevamente, solo conmigo. Contento de lidiar con mis demonios desde la comodidad de mi hogar. Jodido por todo aquello que no caminó, no funciona o no tiene remedio, pero, en el fondo, a gusto de estar aquí., otra vez conmigo mismo. Aunque pase frío por la noche. Resuelto un lado, el otro se echa a perder.

He viajado sólo para constatar que lo disfruto muchísimo. Que debería hacerlo más seguido y dejar de perseguir fantasmas. La realidad me lo ha vuelto a poner delante: no es momento de buscarme pretextos, chava o chamba, rumba o mambo. Es hora de juntar unos cuantos centavos y hacer las maletas. Y dejar bien guardada esta casa nueva, llena de luz y de energía (no abstracta, sino energía: gas, luz, teléfono, comodidad, je), para poder regresar cuando me plazca.

Ayer terminé un libro fantástico, escrito con una maestría desconocida y novedosa. Un libro que me habían regalado hace tiempo, cuando algo también terminaba y empezaban otras cosas. Todo está terminándose y empezando todo el tiempo. Es parte de ese latido existencial que puede verse a simple vista dentro, sobre y a pesar de todas las cosas . El libro, además, trata un poco sobre eso mismo, sobre qué empieza y qué termina y dónde está la línea milimétrica entre esos dos momentums existenciales. No se sabe si es perceptual, no se sabe si es ontológica, no se sabe si es real o imaginaria o sujeta a la interpretación. El punto es que ayer terminé de leer Océano Mar, de Alessandro Baricco, y comencé a vivir otras cosas. Ya no me importa dónde se termina el mar. Ahora sólo quiero decirlo. Decir el mar. Soy un converso. No tengo remedio y no me importa. No vine aquí a curarme sino a tener prisa. Mucha prisa. Antes de que el mar me engulla.

Ya tendré tiempo de escribir cosas pseudoprofundas o semisuperficiales. Ya tendré ganas de hacerlo de nuevo, lo siento venir. Mientras tanto, y poco a poco, voy haciendo esta mi casa y llenándola con mis poquitas cosas. Muy pronto también invitaré a quienes quieran conocerla, beber un trago, cenar un poco de buena pasta y divagar en sus tapetes. Hace un día increíble y lo único que se extraña, en esta ciudad tan estrepitosa, es el mar. Pero el mar está en todas partes. Todo es, sin equívocos, una especie de mar. Voy hacia él.


Salud.

marzo 06, 2007

Oaxaca (sin acentos cortesia de Mac)

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Podria enamorarme del sol que te viste, o del viento que te barre la espalda y las enaguas cada que le place y sin aviso. O podria odiarte por no haber llegado antes, por no haberme dicho todo eso que terminaste susurrandome tan quedo y tan bonito, o porque en tus calles los semaforos cuelgan discretamente al lado de las casas, y no me miran como esperando que les grite voz en cuello las ganas locas que tengo de ignorarlos. Podria beberte otras diez mil veces, con gusano o sin gusano, en tacita de porcelana o en cristal cortado o en plastico irredento. Podria recostarme sobre las mesas o sobre las calles de cantera verde, sobre los puestos de frutas o sobre las trenzas de cada Maria embelesada con tu aroma. Podria gozarte como se goza un beso y lentamente despegar mi boca de las diecisiete millones de sonrisas que me regalaste sin factura. Podria doblarme ahi en tu frente y simplemente parar. Parar el mundo. Hacer la pausa necesaria entre la sonrisa de Helena y la calidez de Fabrizio, la risa de Oscar y la masa crujiente de una desubicada pero monumental pizza de anchoas en el centro de tu centro. Y luego rendirme. Entregar las armas del temor para solo sentarme a escribir sobre ti, desde ti, para ti.
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Una pausa larga y un sinfin de nombres. Tiempo para pensar. Para pensar si quiero o si no quiero. Para averiguar si de verdad la vida puede dar virajes de timon voluntarios y radicales. Tengo veintiocho anios apenas pero a ratos me siento, entre arrebatos narcisistas, el hombre mas viejo de su mundo. El hombre dentro del hombre dentro del ninio dentro del loco mas loco e inexplicable del mundo. Y me he detenido a pensar que mi vida no es un caudal que no pueda contenerse y suspirar medio segundo. Me he detenido para detenerme, escuchar la musica, reinventar mi teatro, aguardar al nuevo lienzo y degustar la pintura. Se avecinan cambios que espero deseoso y libre de todo panico. Quiero montarme en una motocicleta por primera vez. Quiero dejar de sentir la prisa incomprensible de las ciudades y sus mitos. Quiero tomar el volante un rato y dejarme salir despavorido en la proxima curva. Aqui llevo mi paracaidas. No pasa nada.

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Estoy de vuelta. De vuelta en vuelta. Para rato.