La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

junio 07, 2007

Palomar mirando el mar...(el océano mar).

Feliz cumpleaños, gemas geminoides.


El juego del amor es la cosa más rara del mundo. Es, primero que nada, una palabra. Y es una palabra de las más putas a la redonda. Ya me lo dije a mí mismo hace cierto tiempo. (y ahora que lo reveo, me parece curioso haberle llamado "versos del recuerdo". Quizás por su poder recordatorio). Pero antes de eso también me lo dije, también lo sabía. El amor es una palabra puta, puta palabra al fin y al cabo. Pero lo importante es lo otro. Cómo la vivimos. Cómo la vivo. Cómo la perdono y la recibo nuevamente en el reino de mi vocabulario, a sabiendas de su prestanza inmoral y deliciosa, y cómo una vez más la colmo de adjetivos (joyas y regalos para la meretriz), y cómo eso termina por importarme un pito. Y cómo vuelvo a empezar: El amor, el juego del amor, o el juego del juego del amor, o el jugar el juego, lo que sea, es -entonces- la cosa más rara del mundo.

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Y es más rara aún cuando sabes que juegas y que es rara. Cuando sabes que no es un "amor" como el que pronunciaría una colegiala excitable y conformista. Cuando sabes que cada vez sabes menos de aquello que se esconde en el disfraz de la palabra-meretriz, y más de los aullidos que te provoca verla bailar frente a tu sapiencia y tu supuesta agudeza mental. Es más rara cuanto más la piensas y -por ende- menos la sujetas. Es más cosa que amor. Es más raro que todo lo demás. Pero ES. A pesar tuyo. A pesar del itinerario y de todas las cosas que en el cuello le cuelgas. Esperanzas, albedríos, futuros que nunca se alcanzan, orgullos mustios, racionales alabanzas. Es, tan sólo. Es, tan solo. Ya si culpas al frankenstein lingüístico o te dejas aturdir por el frenesí, no importa. El amor, nuevamente, es la cosa más rara del mundo. Y existe muy a pesar de si lo nombras.

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A veces se hacen cálculos y mediciones muy prolijas. A veces se construyen molinos de viento y otras metáforas que no pretenden otra cosa que enjaularle. Otros días cae como un rayo y te revienta las entrañas como un veneno infalible y puntiagudo. Unos más te decepciona y le exilias con todas las fuerzas que te imprime la rutina hasta el punto que -casi- no lo piensas. Pero como buen fénix, como buen círculo, como buen sinsentido, como buen manantial, siempre, léase: Siempre, resurge. Unos días como callo o como costra. Otros días como la mirada indulgente de todos tus amigos. Ciertas noches como piel de un torbellino. Otras más como una puta. Como una puta palabra. Como una meretriz que gobierna y decide sobre todo el sinsentido. Y entonces te arrodillas, nuevamente. Te arrodillas frente a la Magdalena, frente al mare magnum, frente al apocalípsis, frente a su implacable ruido. Y concedes. Y le llamas la cosa más rara del mundo. Y prosigues bajo esa gigantesca sombra, andando a pequeños pasos: turbio, terco, vivo o muerto pero feliz. Feliz de ser falaz y andar rumbo a la muerte junto al amor, hacia el amor pero bien coludido.

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Hoy, creo, es el cumpleaños de dos grandes amores que no estan aquí conmigo. Y si no, es en unos días, pero es ahora o es pronto. Es ya porque ya lo siento y ya me tomé el tiempo de creerlo en esta noche de hartazgos tranquilos remojados en vino. Son apenas las 3 y todavía no hay nada que me nuble suficientemente la cabeza como para no pensar en el amor -el juego o la cosa más rara(o) del mundo- o que simplemente me quite las ganas de querer abrazar a estos personajes y arrancarles -al mismo tiempo y de una vez por todas- ese asqueroso frío que los petrifica a cada rato, y que los mantiene siempre en esa asfixia complaciente que resulta ser de sí mismos su propio hastío.

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No me importa. Esta noche les añoro. Una es una orquídea apanicada y burbujeante, una flor que no encuentra jardín ni otra aldea meritoria en donde reposar su pánico para explotar en paz y recoger luego sus propios sonidos. El otro es un hermano grande, un esclavo del nombre Héctor y de la beligerancia que implícita contiene el llamarse como se llama un gran guerrero que nunca deja de ser niño. Esclavo, como todos. Esclavos ambos, como todo. Ya del amor-palabra o del amor-meretriz. Ya de la circunstancia y ya también de "las" circunstancias. Vástagos ardientes de las ganas de escapar a donde sea, pero también -ay paradoja (sí, la hay)- de la cárcel del temor a no ser la historieta o la cantata épica que uno cree pero no cree VER en sí mismo. Pero basta de descripción y narrativa. Basta de amuletos en el cuello de la gran meretriz. Basta de adjetivos y de biblias que no alcanzan a ser libro. Yo nomás quisiera verlos, aquí mismo, junto conmigo. Verlos y abrazarlos como se abraza algo vivo. Como se quiere al amor, a la gran puta, la gran sombra. La noche que junto a sí trae anclados a todos mis amigos. Esta noche. Todas.

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El amor, no, el amor no. El "juego del amor" (sí, eso sí) es la cosa más rara del mundo. No me alcanzarían los párrafos ni las horas para seguirlo desdoblando hasta que uno de los dos perdiese el sentido. (Y claro, ya sabemos quién cae siempre primero.) Pero el amor, no, el juego del amor sigue desubicándome y haciéndome -a la vez- más fuerte. Cada vez creo menos en los mapas y más en la ceguera del que no tiene camino. Cada vez me seduce más, por ejemplo, el deseo de decirle a una mujer muralla un centenar de palabras que son dardos y dardos de caricias pero que al final no le digo. Cada vez me convence más que el amor que yo concibo es una puta herrumbrosa a la que nadie le hará el mismo caso que el que yo le preciso, y sin embargo, y esto como un GRAN "sin embargo", sé que algunas de esas mujeres muralla lo alcanzan a ver todo aunque se callen redonditas y hasta el ombligo. Y me deleita, y me aromatiza la existencia, y me retuerce de placer leerlas o escucharlas diciendo un simple "hola" que saluda mi terror y mi desesperanza como la gran caricia que realmente es. Un buen "hola" puede terminar siéndolo todo. Un buen "hola" luego de alguno de mis arrebatos de cordura honesta y cínica, o de algunos versos sin trampa ni motivo, vale más que los cientocincuenta (mil) besos bajo cero que en alguna boca todos hemos dispendiado a lo pendejo y sin sentido. Un "hola". Algunos "holas". Ciertas olas. Olas que no son nunca la misma ola. Ni el mismo "hola". Porque todos somos boyas y no faros (y aunque todos andemos chupándolos) -sic muy chilango e iluminador-. Y en el mar de las palabras nos buscamos, día a día, aunque mientras naveguemos totalmente a la deriva, y aunque la ruta a la que nos ancla el presente, termine siendo siempre un sinsentido.

Si te encuentro, no te dejaré. Si ya estás aquí, quédate. Si no piensas venir, tan sólo avisa. Porque nadie sabe a dónde conduce la próxima ola. O el próximo "hola". Y por eso, el mar es el mar. El océano mar.

***

Así que

-Hola. Hola ola. ¿A dónde me llevas esta noche? ¿Ahí? ¿A ese cruce de caminos?-

(dubitativo)

-Hmmm, vale. Vale, ola. Hola. Vámonos ya. Vámonos que se está haciendo tarde...


-¿Ola? ¿Sabes qué? Mejor nos regresamos.-

***

¿A dónde?





7 comentarios:

Pinky dijo...

Ha sido un profundo placer nuevamente navegar por el oleaje de sus letras, Sr. Y percibir la brisa que regalan sus lamentos y sus momentos… disfrutar del olor a mar que regalan sus recuerdos y saborear la sal del sentimiento, del desvelo y del deseo.

Buenos tiempos…

Saludos.

hlk dijo...

¡Puta madre!

El concepto, la idea que se desprende del "juego del amor" es casi útil y eso hoy por hoy se agradece.

Un abrazo.

hlk

Chamirú dijo...

Siempre que le sirva a alguien, será útil. ¿Y mejor pensarlo en juego que como verdad, no crees?

Un saludo.

Anónimo dijo...

nomás te falta usar delineador, das pena, cuasitreintañero emo! jaja

alejandra dijo...

Buenas letras muy tan buenas letras que ya lo agregué en mis links pa leerlo más seguido

las olas siempre regresan iguel que el maldito juego ese... tanbelloyqué

- Sánchez Villa - dijo...

Chido el texto.

Alvar Monroy dijo...

Un beso mongo

^_^