Héctor (o quizás Julián), léase un mamón probablemente más mamón que yo, o probablemente menos -no importa- me ha mandado un "meme". Y -parafraseándolo- un meme es " una unidad de transmisión de información cultural" que mejor es respetable y no prescindible. Y nomás por eso -o sea, así nomás-, heme aquí respondiéndola en lugar de despreciándola. Y vaya pues.
El "meme" en cuestión consiste en reproducir -originalmente- la página número 123 del último libro que se haya leído. Convenientemente, Héctor (o Julián, como se prefiera), ha decidido que no debe tratarse de la 123, sino de cualquier otra página que a uno le resulte reproducible. Es decir, "a reproducir se ha dicho". Por el bien del meme.
Salud.
El libro es "Leviatán", de Paul Auster. El párrafo habla de mi envidia. De mis ganas. De lo mucho que quisiera crear sin editar.
Y nada más.
Ahí está tu meme, Librepensador.
Salud entonces.
"Siempre me asombraba la rapidez con que trabajaba, su habilidad para pergeñar artículos bajo la presión de las fechas fijas, de producir tanto sin agotarse. Para Sachs no era nada escribir diez o doce páginas de una sentada, empezar y terminar todo un artículo sin levantarse ni una sola vez se la máquina. El trabajo era para él como una competición atlética, una carrera de resistencia entre su cuerpo y su mente, pero puesto que podía abatirse sobre sus pensamientos con tal concentración, pensar con tal unanimidad de propósito, las palabras siempre parecían estar a su disposición, como si hubiese encontrado un pasadizo secreto que fuera directamente de su cabeza a la yema de sus dedos. "Escribir a máquina por dinero", lo llamaba a veces, pero eso era solamente porque no podía resistir la tentación de burlarse de sí mismo. Su trabajo nunca era menos que bueno, en mi opinión, y con mucha frecuencia era brillante. Cuanto más le conocía, más me impresionaba su productividad. Yo siempre he sido lento: una persona que se angustia y lucha con cada frase, e incluso en mis mejores días, no hago más que avanzar centímetro a centímetro, arrastrándome sobre el vientre como un hombre perdido en el desierto. La palabra más corta está rodeada de kilómetros de silencio para mí, y hasta cuando consigo poner esa palabra en la página, me parece que está allí como un espejismo, una partícula de duda que brilla en la arena. El idioma nunca ha sido accesible para mí de la misma forma que lo era para Sachs. Estoy separado de mis propios pensamientos por un muro, atrapado en una tierra de nadie entre el sentimiento y su articulación, y por mucho que trate de expersarme, raras veces logro algo más que un confuso tartamudeo. Sachs nunca tuvo ninguna de estas dificultades. Las palabras y las cosas se emparejaban para él, mientras que para mí se separaban contínuamente, volaban en cien direcciones diferentes.
Yo paso la mayor parte de mi tiempo recogiendo los pedazos y pegándolos, pero Sachs nunca tenía que ir dando traspiés, buscando en los vertederos y en los cubos de basura, preguntándose si no había colocado juntos los pedazos equivocados. Sus incertidumbres eran de un orden diferente.
Pero por muy dura que la vida se volviese para él en otro sentido, las palabras nunca fueron su problema. El acto de escribir estaba notablemente libre de dolor para él, y cuando trabajaba bien, podía escribir las palabras en la página a la misma velocidad que podía decirlas. Era un curioso talento, y como el propio Sachs apenas era consciente de él, parecía vivir en un estado de perfecta inocencia. Casi como un niño, pensaba yo a veces. Como un niño prodigio jugando con sus juguetes.
La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.
mayo 29, 2007
mayo 26, 2007
Mujer Talismán
Hay una mujer que es un talismán. Un nido de coincidencias. Un centro del remolino. Una mujer que trae consigo un poder casi cósmico, una mujer con la que me han ocurrido las cosas más extrañas e improbables de la vida. Una duquesa de Morphy. Una mujer didáctica y con quien reirse y gozar de un buen whisky, una tarde, una noche, una vez al año, puede ser una experiencia mortal, flamígera, orgásmica, pero siempre -siempre- memorable.
Y siempre una vez al año. O de otro modo se pierde la magia.
No puedo verla mucho tiempo. Es una mujer que concede un número limitado de deseos, por lo que vale mucho la pena pedirlos con toda calma. Gozando hasta el límite de lo posible, reviviendo viejos cuentos que siempre -siempre- suenan como nuevos. O tomándola del brazo por la calle y caminando por la ciudad para inaugurar con su mirada docenas de nuevos tugurios y lugares improbables en cada barrio, a toda hora. Volviendo locos a los meseros, a los barmans, a las mujeres recelosas, a los hombres hambrientos, a las rockolas, las pistas de baile y los caballitos de tequila. A la mujer talismán el pavimento le hace reverencias, la oscuridad la reconoce como ama y señora, los vinos y los manjares -caros o baratos- la orbitan, la circundan, nos circundan. Una vez al año hacemos rugir a las calles. Porque sabemos -muy bien- que cuando estamos juntos se desatan fuerzas extrañas y las coincidencias comienzan a sucederse misteriosamente. Por eso siempre es un ratito, nada más. Antes de que lluevan meteoritos.
Mujer talismán siempre llega a torcerme el mundo, unas cuantas semanas al año. Y desde que se marchó, desde que dejó de ser mía (aunque creo que nunca lo fue, y que esa sensación de pertenencia siempre fue más una deliciosa ilusión que un vínculo convencional y aburrido), ha repetido sus visitas con una religiosidad refrescante. Porque es suave y dura, como nuestra historia. Pero nunca, nunca nos exigimos nada. Todo es siempre dar. Y ahora, como cada vez, cada año, vino a hacerme añicos la cordura y el aburrimiento. A hacerme recordar por qué y cuánto quiero a quienes quiero. A escaparse conmigo, darle una vuelta a nuestro mundo y encelar a quienes se dejen encelar, pues son muchas las horas que pasamos juntos y que nadie entiende. Nadie nos entiende. Y no importa: Tenemos un mundo propio.
Un mundo para dos. Un mundo de mucha suerte. Un mundo que me visita una vez al año.
Y que trae puesta encima la mirada filosa de una mujer talismán. Esta mirada. Y no diré más
Y siempre una vez al año. O de otro modo se pierde la magia.
No puedo verla mucho tiempo. Es una mujer que concede un número limitado de deseos, por lo que vale mucho la pena pedirlos con toda calma. Gozando hasta el límite de lo posible, reviviendo viejos cuentos que siempre -siempre- suenan como nuevos. O tomándola del brazo por la calle y caminando por la ciudad para inaugurar con su mirada docenas de nuevos tugurios y lugares improbables en cada barrio, a toda hora. Volviendo locos a los meseros, a los barmans, a las mujeres recelosas, a los hombres hambrientos, a las rockolas, las pistas de baile y los caballitos de tequila. A la mujer talismán el pavimento le hace reverencias, la oscuridad la reconoce como ama y señora, los vinos y los manjares -caros o baratos- la orbitan, la circundan, nos circundan. Una vez al año hacemos rugir a las calles. Porque sabemos -muy bien- que cuando estamos juntos se desatan fuerzas extrañas y las coincidencias comienzan a sucederse misteriosamente. Por eso siempre es un ratito, nada más. Antes de que lluevan meteoritos.
Mujer talismán siempre llega a torcerme el mundo, unas cuantas semanas al año. Y desde que se marchó, desde que dejó de ser mía (aunque creo que nunca lo fue, y que esa sensación de pertenencia siempre fue más una deliciosa ilusión que un vínculo convencional y aburrido), ha repetido sus visitas con una religiosidad refrescante. Porque es suave y dura, como nuestra historia. Pero nunca, nunca nos exigimos nada. Todo es siempre dar. Y ahora, como cada vez, cada año, vino a hacerme añicos la cordura y el aburrimiento. A hacerme recordar por qué y cuánto quiero a quienes quiero. A escaparse conmigo, darle una vuelta a nuestro mundo y encelar a quienes se dejen encelar, pues son muchas las horas que pasamos juntos y que nadie entiende. Nadie nos entiende. Y no importa: Tenemos un mundo propio.
Un mundo para dos. Un mundo de mucha suerte. Un mundo que me visita una vez al año.
Y que trae puesta encima la mirada filosa de una mujer talismán. Esta mirada. Y no diré más
mayo 24, 2007
Vergüenza bloguera.
Sí. Cada vez me comporto peor. Actualizando una vez al mes. Dejando en el olvido mis recuerdos. Debo disculparme con quienes leen este espacio religiosamente. Sé que lo hacen y que -a pesar de mis ausencias- lo han seguido haciendo. Con ustedes siento un poco de vergüenza, a pesar de que prefiero no escribir nada, a llenar la pantalla de tonterías que no tienen pies ni cabeza (como hoy).
La realidad es que he estado abrumado por otras cosas. Unos ojos por allí, unas letras por allá, un trabajo nuevo e interesante, una búsqueda de roommate, dos libros y un guión que caminan cada vez mejor, una separación, un trueque, un poco de jazz, un poco de alcohol. Vida. Vida real pero que -curiosamente- no me ha provisto muchas ganas de escribir sandeces. Pocas historias nuevas que se puedan contar en este blog. Pocas noches en las que haya llegado a casa con la imperiosa necesidad de escribir algunas líneas por aquí.
Así que me da un poco de vergüenza, pero no me arrepiento. Ya vendrán días en los que no pueda dejar de escribir en este sitio y las cosas regresen a su orden normal. Mientras tanto, baste una disculpa, un abrazo público a las princesas sin cuento, un grito salvaje a los cuentos sin princesas y la promesa de que ya prontito, con más dinero y menos obstáculos, estaré de vuelta por aquí.
Salud.
La realidad es que he estado abrumado por otras cosas. Unos ojos por allí, unas letras por allá, un trabajo nuevo e interesante, una búsqueda de roommate, dos libros y un guión que caminan cada vez mejor, una separación, un trueque, un poco de jazz, un poco de alcohol. Vida. Vida real pero que -curiosamente- no me ha provisto muchas ganas de escribir sandeces. Pocas historias nuevas que se puedan contar en este blog. Pocas noches en las que haya llegado a casa con la imperiosa necesidad de escribir algunas líneas por aquí.
Así que me da un poco de vergüenza, pero no me arrepiento. Ya vendrán días en los que no pueda dejar de escribir en este sitio y las cosas regresen a su orden normal. Mientras tanto, baste una disculpa, un abrazo público a las princesas sin cuento, un grito salvaje a los cuentos sin princesas y la promesa de que ya prontito, con más dinero y menos obstáculos, estaré de vuelta por aquí.
Salud.
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