Sí. Estoy en reclusión voluntaria. Mirando por la ventana, como si esperara algo. Tratando de transitar hacia cierta tranquilidad perdida. En recuentos electorales caseros y autoinflingidos. Gozando, a ratos, de la calma. La soledad. El extraño recomienzo.
***
Reparo un segundo en lo cierto que resulta pensar en la vida occidental como un cuarto que se encoge y se encoge con cada decisión. Es como la caja del mimo, en la que cada gesto de reconocimiento del arlequín va empequeñeciendo su mundo. Cada gesto es una decisión. Y la vida nos pide cientos, a diario. Y de cuando en cuando, nos pide algunas importantes. Y entonces me abrazo a ciertas doctrinas, con todo y mi desdén por la certeza, considero ciertísimo ese asunto de no decidir. Y prefiero dejar que las decisiones se tomen a sí mismas lo más posible y abandonar la idea de que el deseo occidentalizado es sano. Ya no quiero hacer más pequeña mi jaula. Por el contrario, quisiera empuñar un bat imaginario y escapar de la caja de cristal imaginario, cuidándome de las heridas imaginarias, descalzo -sí- pero seguro de mi inseguridad.
***
Estoy escribiendo un libro. Es un libro raro. Un libro que no decide ni se decide a sí mismo. Comenzó como fragmentos y continua fragmentario. No pretende la unidad ni la coherencia. Sólo le interesa ensanchar un poquito mi celda y vomitar -literariamente- todo lo que no puedo vomitar mientras camino por la calle.
No huele mal, por el momento. Y cada vez se hace más grande, como mi jaula. Aunque sea en los "burdos" territorios de lo imaginario.
***
Y confirmo y reconfirmo y reconozco y ya no reniego de mi fascinación por las mujeres y la capacidad que tienen para delimitar los perímetros de mi mundo. Lo mucho que me alimenta lo femenino, con todo y su implacable incoherencia esencial expresada en esos cambios de humor, o en esos caprichos de temporada que tanto mal-inspiran a los publicistas.
Adoro la complejidad de cada mujer que conozco. Valoro profundamente los últimos ocho años de mi vida, y que han sido nada más y nada menos que los años en los que he conocido a las mujeres sin el sesgo materno o enfermo de las relaciones codependientes. Ahora las mujeres son un paisaje, un cuadro expresionista, un ser intuible pero no adivinable. Un placer tanto como un castigo, pero siempre por las buenas. Aunque todo salga mal.
***
Y me extraña muchísimo pensar cómo considero equivocadas tantas teorías psicológicas, psicoanalíticas o cientificistas en las que los hombres se ubican en el hemisferio racional y discursivo y las mujeres en el emocional y creativo.
¿Qué no resulta obvio que semejante abismo es una falacia? Los hombres, incluyéndome, y muy a pesar de su inclinación por el lenguaje, el choro y los cuentitos, resultan ser muy proclives al neandertalismo. Unga-unga, tengo hambre, unga-unga, quiero sexo, unga-unga, tengo frío. Y de ahí parte su construcción racional para obtener lo que quieren. Las mujeres, por el contrario, llevan en la mente infinidad de historias, infinidad de poemas que aun no han leído, infinidad de sensaciones (tan amplias como complejos son sus orgasmos) y de ahí es que parten hacia sus danzas, sus guiños, o esas sutiles señales que buscan las palabras (o las mordidas) que las lleven hacia esa iluminación momentánea. Ellas son el director en busca de guionista, y no viceversa. (Una noche con una mujer que ha sobrevivido su terror primigenio puede comprobarlo.)
¿Así que quién es el cavernícola y quién el puente hacia la evolución? La respuesta es fácil, con todo y lo que duele asumir el matriarcado, juar.
***
Y el dinero, el puto dinero. A mí, toda esta historia sobre el dinero sólo me reconfirma que dios no existe. Gracias al dinero (o a su escasez) es que me doy cuenta que el "don señor barbitas blancas, montado sobre esa judeocristiomusulmana nube en el cielo" es nomás una chaquetita mental creada por y para los débiles.
¿Por qué? Porque si don barbitas blancas existiera sabría lo maravillosos que son casi todos mis amigos. Y sabría de mí o de muchos de esos amigos. Y sabría que una brizna de la lotería, el melate, el lotto o el éxito económico garrafal significaría que la vida de todos esos seres con genuinos deseos cambiaría mucho, si a cuando menos uno de nosotros lo inscribiese en esa lista. Así que gracias, dios, por crear al hombre que creó al dios que creó al hombre que creó el dinero que creó al hambriento de dios y de dinero que, al final del día, no cree en ninguno de los dos.
Aunque tal vez sólo haga falta escribirlo (a falta de rezos inútiles) Venga el nuevo papanuestro:
"Oye, pendejo, señor don Dios, Don Pendejo: ¿Qué no te das cuenta? Mándanos el melate del domingo y, aunque fuera el premio más mierda de todos, ya sabríamos qué hacer con él. Te prometemos que nadie se irá corriendo con el botín, ni se lo quedará para sentirse un Mister Scrooge deseoso de poder. Lo repartiremos entre todos los que tenemos deseos genuinos (a pesar de procurar no desear mucho) y haremos maravillas con el presupuesto. No te preocupes: Pagaremos impuestos. Nos mantendremos lejos del estupro y la pedofilia. Descansaremos un tiempo, sí. Pero luego construiremos un enorme laberinto de galletitas (cada quien su sabor favorito), y -para que no digas nada- te lo dedicaremos a ti. ¿Cómo ves?"
Vamos: Un Olimpo de galletitas a nadie se le niega.
Gracias.
***
Mientras, como no creo en dios, solamente me congratulo del azar y/o de mis pobres decisiones. Me encanta lo mismo que me angustia estar aquí, así, sin haber escrito nada en el escaparate de mis pensamientos (el blog), pero feliz por todo lo demás que ocurre. Adoro a mis amigos (pocos), a mis amigas (muchas) y a mis examores (muchas...menos). Y adoro poderlos encontrar a todos en un momento del espacio-tiempo, léase una fiesta de cumpleaños o un aleatorio encuentro sobre los campos de batalla de nuestro bar favorito. Adoro adorarlos, tanto como desprecio el verbo adorar al que tanto recurro (igual que al numeral "tanto"). Pero es que adoro reconocer nuestra colectiva fragilidad y nuestra perpetua necesidad de respuestas. Adoro los mínimos conflictos en los que nadamos mismos que creemos tan máximos.
Y al final, adoro como los días suceden uno a uno, hora a hora, de quince en quince minutos, de mirada en mirada y de palabra en palabra, y cómo, aunque pocos lo piensen, todos lo saben: No nos queda otro recurso mas que el de ocurrir. Discurrir, abrazarnos, llorar si es preciso, bailar si todo va bien (aunque algunos no sepamos cómo), escapar poco a poco de nuestro momento de catarsis y llegar hasta donde nos toque dormir.
***
Curioso es hablar de ermitaniedades en conjunto. Así es el mundo ahora: Una bolsa de solitarios que se descubren y se reconocen en el fondo del costal. Luego -algunos- simplemente se toman de la mano a pesar de la cursilería, y transitan juntos. Y luego se van a dormir, solos aún si acompañados. Como cuando mueren.
Dispuestos a ocurrir dentro de todo lo que prosiga, para luego proseguir. Para poderlo.
***
Amigos míos: Somos una manada feliz de pertenecerse entre sí. Aunque a veces no lo sepamos.
***
Salud!
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Reparo un segundo en lo cierto que resulta pensar en la vida occidental como un cuarto que se encoge y se encoge con cada decisión. Es como la caja del mimo, en la que cada gesto de reconocimiento del arlequín va empequeñeciendo su mundo. Cada gesto es una decisión. Y la vida nos pide cientos, a diario. Y de cuando en cuando, nos pide algunas importantes. Y entonces me abrazo a ciertas doctrinas, con todo y mi desdén por la certeza, considero ciertísimo ese asunto de no decidir. Y prefiero dejar que las decisiones se tomen a sí mismas lo más posible y abandonar la idea de que el deseo occidentalizado es sano. Ya no quiero hacer más pequeña mi jaula. Por el contrario, quisiera empuñar un bat imaginario y escapar de la caja de cristal imaginario, cuidándome de las heridas imaginarias, descalzo -sí- pero seguro de mi inseguridad.
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Estoy escribiendo un libro. Es un libro raro. Un libro que no decide ni se decide a sí mismo. Comenzó como fragmentos y continua fragmentario. No pretende la unidad ni la coherencia. Sólo le interesa ensanchar un poquito mi celda y vomitar -literariamente- todo lo que no puedo vomitar mientras camino por la calle.
No huele mal, por el momento. Y cada vez se hace más grande, como mi jaula. Aunque sea en los "burdos" territorios de lo imaginario.
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Y confirmo y reconfirmo y reconozco y ya no reniego de mi fascinación por las mujeres y la capacidad que tienen para delimitar los perímetros de mi mundo. Lo mucho que me alimenta lo femenino, con todo y su implacable incoherencia esencial expresada en esos cambios de humor, o en esos caprichos de temporada que tanto mal-inspiran a los publicistas.
Adoro la complejidad de cada mujer que conozco. Valoro profundamente los últimos ocho años de mi vida, y que han sido nada más y nada menos que los años en los que he conocido a las mujeres sin el sesgo materno o enfermo de las relaciones codependientes. Ahora las mujeres son un paisaje, un cuadro expresionista, un ser intuible pero no adivinable. Un placer tanto como un castigo, pero siempre por las buenas. Aunque todo salga mal.
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Y me extraña muchísimo pensar cómo considero equivocadas tantas teorías psicológicas, psicoanalíticas o cientificistas en las que los hombres se ubican en el hemisferio racional y discursivo y las mujeres en el emocional y creativo.
¿Qué no resulta obvio que semejante abismo es una falacia? Los hombres, incluyéndome, y muy a pesar de su inclinación por el lenguaje, el choro y los cuentitos, resultan ser muy proclives al neandertalismo. Unga-unga, tengo hambre, unga-unga, quiero sexo, unga-unga, tengo frío. Y de ahí parte su construcción racional para obtener lo que quieren. Las mujeres, por el contrario, llevan en la mente infinidad de historias, infinidad de poemas que aun no han leído, infinidad de sensaciones (tan amplias como complejos son sus orgasmos) y de ahí es que parten hacia sus danzas, sus guiños, o esas sutiles señales que buscan las palabras (o las mordidas) que las lleven hacia esa iluminación momentánea. Ellas son el director en busca de guionista, y no viceversa. (Una noche con una mujer que ha sobrevivido su terror primigenio puede comprobarlo.)
¿Así que quién es el cavernícola y quién el puente hacia la evolución? La respuesta es fácil, con todo y lo que duele asumir el matriarcado, juar.
***
Y el dinero, el puto dinero. A mí, toda esta historia sobre el dinero sólo me reconfirma que dios no existe. Gracias al dinero (o a su escasez) es que me doy cuenta que el "don señor barbitas blancas, montado sobre esa judeocristiomusulmana nube en el cielo" es nomás una chaquetita mental creada por y para los débiles.
¿Por qué? Porque si don barbitas blancas existiera sabría lo maravillosos que son casi todos mis amigos. Y sabría de mí o de muchos de esos amigos. Y sabría que una brizna de la lotería, el melate, el lotto o el éxito económico garrafal significaría que la vida de todos esos seres con genuinos deseos cambiaría mucho, si a cuando menos uno de nosotros lo inscribiese en esa lista. Así que gracias, dios, por crear al hombre que creó al dios que creó al hombre que creó el dinero que creó al hambriento de dios y de dinero que, al final del día, no cree en ninguno de los dos.
Aunque tal vez sólo haga falta escribirlo (a falta de rezos inútiles) Venga el nuevo papanuestro:
"Oye, pendejo, señor don Dios, Don Pendejo: ¿Qué no te das cuenta? Mándanos el melate del domingo y, aunque fuera el premio más mierda de todos, ya sabríamos qué hacer con él. Te prometemos que nadie se irá corriendo con el botín, ni se lo quedará para sentirse un Mister Scrooge deseoso de poder. Lo repartiremos entre todos los que tenemos deseos genuinos (a pesar de procurar no desear mucho) y haremos maravillas con el presupuesto. No te preocupes: Pagaremos impuestos. Nos mantendremos lejos del estupro y la pedofilia. Descansaremos un tiempo, sí. Pero luego construiremos un enorme laberinto de galletitas (cada quien su sabor favorito), y -para que no digas nada- te lo dedicaremos a ti. ¿Cómo ves?"
Vamos: Un Olimpo de galletitas a nadie se le niega.
Gracias.
***
Mientras, como no creo en dios, solamente me congratulo del azar y/o de mis pobres decisiones. Me encanta lo mismo que me angustia estar aquí, así, sin haber escrito nada en el escaparate de mis pensamientos (el blog), pero feliz por todo lo demás que ocurre. Adoro a mis amigos (pocos), a mis amigas (muchas) y a mis examores (muchas...menos). Y adoro poderlos encontrar a todos en un momento del espacio-tiempo, léase una fiesta de cumpleaños o un aleatorio encuentro sobre los campos de batalla de nuestro bar favorito. Adoro adorarlos, tanto como desprecio el verbo adorar al que tanto recurro (igual que al numeral "tanto"). Pero es que adoro reconocer nuestra colectiva fragilidad y nuestra perpetua necesidad de respuestas. Adoro los mínimos conflictos en los que nadamos mismos que creemos tan máximos.
Y al final, adoro como los días suceden uno a uno, hora a hora, de quince en quince minutos, de mirada en mirada y de palabra en palabra, y cómo, aunque pocos lo piensen, todos lo saben: No nos queda otro recurso mas que el de ocurrir. Discurrir, abrazarnos, llorar si es preciso, bailar si todo va bien (aunque algunos no sepamos cómo), escapar poco a poco de nuestro momento de catarsis y llegar hasta donde nos toque dormir.
***
Curioso es hablar de ermitaniedades en conjunto. Así es el mundo ahora: Una bolsa de solitarios que se descubren y se reconocen en el fondo del costal. Luego -algunos- simplemente se toman de la mano a pesar de la cursilería, y transitan juntos. Y luego se van a dormir, solos aún si acompañados. Como cuando mueren.
Dispuestos a ocurrir dentro de todo lo que prosiga, para luego proseguir. Para poderlo.
***
Amigos míos: Somos una manada feliz de pertenecerse entre sí. Aunque a veces no lo sepamos.
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Salud!