En respuesta a una reflexión ajena
Este no es un mundo de espera. Es un planeta de esperanzas. Y las esperanzas son el arsenal más sutil de los poderosos. Aquí ya nadie quiere esperar. Todos quieren tener esperanzas nuevas a velocidades cada vez más inusitadas. O como bien reza el cliché: ______ a un click de distancia. (Llénese con palabras como: "amor", "salvación", "Jesús", "Seguridad", "Miguel Hidalgo limpia" o lo que se prefiera)
Y es más bien la esperanza que la espera, aunque concuerde en todo lo demás que plantea esta reflexión. Y es que hay que entender que eso que llama espera es más bien la infatuación -fatua desde su propia raíz etimológica- que la sociedad tiene ante la sistemática y estudiadísima promoción mediática de salvaciones desechables. Escapes para no pensar. Salidas silenciosas.
En palabras más pequeñas: Adoramos la esperanza porque desde tiempos inmemoriales ha sido el motor de coerción y coptación que los poderosos han utilizado para sosegar la discrepancia. Para acallar las rebeliones. O, en algún momento, para lograr ponernos de acuerdo y construir lo que llamamos "civilización".
Dios, el comunismo, la doctrina Monroe, Batman y hasta Robin: Todos adalides de los manufactores de la esperanza. Todos producto del hombre a la vez que generadores de humanidad (con su respectiva dosis de fantasía). Algunos más peligrosos que otros, tanto como fuesen las intenciones originales de sus creadores (o perpetuadores). Pero todos -TODOS- forjadores de esperanzas. Alguna vez grandes y longevas. Hoy mismo diminutas y efímeras.
Es en ese sentido en que la humanidad siempre ha caminado con la brújula de la esperanza en la imaginación. Y por humanidad no me refiero a los ostentores del poder, sino simplemente a los ciudadanos de a pie. Consumidores o creadores de sus propias fantasías. Usuarios de la esperanza a gran escala.
Pero no. Ya no somos más un mundo que sabe esperar. Sabemos esperanzarnos con lo desechable, que no es lo mismo. Y sabemos apenas, un poco más.
No somos ya esa humanidad embelesada con salvadores tanto como lo éramos hace 1000, 100 o incluso 10 años. Las grandes esperanzas sucumben -cada día más- a la tonada de la globalización y de lo virtual. Y por ello la democracia siente miedo. Y más cuando sus siervos recurren a la anulación de sus productos esperanzadores tercermundistas, y dejan sus boletas en blanco, o votan por todos y por nadie, o apuntan con bonita letra "Michael Jackson" en el espacio designado para que nadie lo use.
Y no está mal. Finalmente, la democracia fue construida como la única forma viable de homogeneizar lo heterogéneo y mantener los motores de la industria caminando, al mismo tiempo. Y aunque algunos dirán que esa forma de perpetuar el poder -aunque cambie de manos- es la única que tenemos para evitar la anarquía y la barbarie, la realidad es lo suficientemente necia para demostrarles que incluso ese propósito ha sido sobrepasado por la propia anarquía y barbarie que -al menos en México- ha significado este sistema en términos de desigualdad social, criminalidad y sin irse tan lejos, caos y corrupción generalizados.
Es así que comulgo absolutamente con quienes promueven la anulación como un llamado a dejar la espera y cuestionar las bases de la democracia tercermundista de nuestro México conformista. Siempre y cuando entiendan que su llamado tiene que desasociarse de cualquier connotación de "esperanza" y tomar las riendas de todo lo contrario: La acción. Dejar la espera no puede significar más espera. Dejar la esperanza, menos aún esperanza.
Y entender la acción como un fenómeno creativo, volitivo y contundente. No como un cliché de hacer ruido dentro del mismo auditorio de siempre, y con las reglas y los presentadores de costumbre. La acción como un propósito revolucionario contra la displiscencia y la "aceleración vertiginosa de las esperanzas" que supone la era digital, sobre todo en la mente de quienes nunca conocieron un mundo sin homo videns o una vida sin esperanzas autorrenovables con cada película de Harry Potter, primero, o con cada nuevo Harry Potter, después.
La esperanza, que no la religión, es el nuevo "opio del pueblo". Y se solidifica -irónicamente- en puros mundos de humo digital, abonados por los viejos granjeros de la sangre y el amarillismo que representan los grandes medios escritos y electrónicos de la humanidad. Es hora de acabar con ella.
Aun si al final del viaje, no tengamos la más mínima esperanza. Como la que yo NO tengo al escribir estas líneas -si pretendiera que alguien les hará el mínimo caso-.
Salud.