One FLU over the cuckoo's nest: Atrapados sin salida.
Mi ciudad de tibios tiene la boca tapada. Mi país de ambivalentes está paralizado por la maquinaria de la mordaza. Atado por un miedo racional, aunque inexplicable. Un terror estúpido a morirse en el tintero. (Y es que, si gran parte de tu vida todavía no se consuma ¿qué tanto puedes perder?)
Mi país de automedicados, mi colonia de vendedores ambulantes y taqueros líricos. Mi calle de edificios plagados de cicatrices: Todos juegan, atentamente, la misma sinfonía de terror y de resguardo.
El tapabocas -finalmente- se ha materializado. Lo que 500 años de sumisión habían concebido como una realidad puramente metafórica, hoy es perplejo pedazo de tela azul (placebo) que se acomoda y estira sobre las bocas de millones de nosotros: La eterna mordaza, la sonrisa tras escondrijos, el gesto velado y la hipocresía de la máscara epidemiológica.
Tímidos espectadores del "enciende la peste/apaga la peste", los chilangos guardamos un ramadán cibernético, una vida cuasifuturista detrás de la pantalla, enganchados como nunca al internet o la caja idiota, que con los ratings por los cielos nos sigue alimentando con la papilla estupidizante del terror y el amarillismo. Y nosotros, temerosos de morir sin haberlo vivido todo, nos quedamos quietecitos: atentos únicamente a lo racional, y acordándonos de nuestro cuerpo cada que hace hambre, o hay que desechar lo ingerido.
He salido a la calle unas cuantas veces desde que este cataclismo abstracto estalló en locación aún indeterminada. Nuestra ciudad, súbitamente ordenada y obediente, transita montada en un estupor surrealista, sin ambulantes y sin gritos, sobre una armónica carretera de especulaciones e histeria muda. Los amigos se sugestionan y cada ardorcillo en la garganta es una señal de alerta o un momento de contemplación y duda: ¿Me estaré muriendo? ¿De verdad seré yo el elegido por esta peste informática? ¿Viviré para contarlo?
Me pregunto si la guerra del golfo o el 9/11 provocaron situaciones similares. Me pregunto si la "doctrina del shock" de la imponente Naomi Klein es una hipótesis plausible para explicar esta metamorfósis súbita de la geografía urbana. Me pregunto si valdrá la pena engancharse al cateter informativo y continuar en un encierro que cada hora se vuelve más tedioso.
El mezcal sigue casi intacto sobre la mesa del comedor. Carstens habla en la televisión sobre la gripe porcina y jura no haber tenido nada que ver con la recombinación genética del virus (ni él ni su esposa, la pájara Peggy, tienen tos alguna). Nuestro secretario de salud, connotado médico de provida, todavía no ha sugerido que nos abstengamos de respirar para no contagiarnos del virus. Y Calderón, jocoso como siempre, nos sugiere comer puerco para expiar a la industria del marrano volador (Carstens on a jetpack).
Cuando Philip K. Dick imaginaba escenarios aPORCAlípticos, hace ya unas cuantas décadas, no contaba con el elemento surrealista del híbrido chilango. Un imaginario frankensteiniano, como el propio virus, y en el que el encierro ha puesto énfasis y acento en esa deliciosa y epidémica locura de vivir...en la Ciudad de la Fluria.
Seguir esperando, pues.
Salud.