La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

enero 16, 2008

Acumuladores (que no servicio eléctrico)

Sí, no es ninguna novedad que soy una persona a la que fácilmente puede considerársele deleznable e impertinente. Mi trabajo -no por el que sobrevivo, sino el que hago voluntariamente después de vender mis horas al mejor postor- ha sido siempre el de ser intolerable e incómodo por puro deporte. El de decir la verdad que me pase por la cabeza en el momento. El de no traicionar esa postura de cinismo honesto, honestidad cínica, o sincera fragilidad. La misma por la que tantos años he pagado para poder acuñar.
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Es así que soy un asco cuando siento que tengo que ser un asco. Soy terrible, soy certero -aunque también muchas veces equívoco-. O soy paternal o soy un abandonador de hogares. Siempre soy lo que sea. Lo que pueda. Y me importan un carajo -casi siempre- la validación o los aplausos. Rompa lo que rompa. Duela o no duela. Y no es que me enorgullezca: es sólo que no conozco otra forma para mantenerme vivo.
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No me interesa abonar a las expectativas de nadie. Ni tampoco resuenan en mí los reclamos o las réplicas. Soy un asco de egoísmo y supervivencia. Me revuelco entre la estupidez y la hermosura. Me confieso imbécil y genial. Salado y agridulce. Vibrante como también fofo y desparpajado, sobre todo si ese día o esa noche decidí -sin saberlo- no hacerle caso al mundo, y borrarlo a golpe de drogas y absurdos.
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Y que ni se preocupen de rezongar: la factura que pago por hacer todo aquello es obvia y es ancha. Nadie, en verdad, me soporta. Salvo mis amigos y eso a veces. Y, por lo regular, las mujeres de mi vida siempre prefieren ser mis amigas a seguir siendo mis parejas. Y aunque no me quejo -ojo- sí que reparo en pesar todo eso que doy y todo aquello que obtengo. Hacer las cuentas y sufrir. Pero sólo un ratito. No más.
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No pretendo adueñarme de nadie, ni ser poseído por el deseo de ninguna mujer o quimera que tampoco sepa lo que quiere. La historia puede ser siempre peor. Sobre todo si se deriva del momento en el que decido desconectarme del mundo y lanzarme de boca contra la realidad que no soporto.

Pero sólo así es como puedo ser, siempre. Y quien se compra el avión, se lo compra completo. Aunque no lo sepa. Aunque se entere en mitad del camino, y luego se acobarde a la hora de pedir respuestas, y se escude en una normalidad en la que no cree, y entonces se crea -por un instante- una "persona ordinaria", capaz de juzgar a otra que le increpa y le incomoda por el puro hecho de cómo decide vivir.
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Y nada. Acumulo horas, días, semanas de inquietud y eras geológicas de calma. Divago como siempre. Como puedo. Como me dejan los días. Y escupo -muchas veces- en el lugar incorrecto, y de cuando en cuando, aunque luego me arrepienta, descubro después que desmoronarme así (allí) era lo único que -entonces- podía ser correcto.

No me da miedo ni me incomoda el ser estúpido, feo, gordo, pendejo, solitario o sencillamente autista y catatónico. No tengo alternativa: El hígado comanda y el cerebro viene luego. La voz, el tiempo, el cansancio de hacerse viejo: Todo es lo mismo. Todo está hecho.


A mí me sigue importunando acumular, aunque acumular es lo único que puedo.

Y entonces transito, idiota o genial, endeble o completo. Y no importa.

Mañana será mañana. Ahora es cuando ahora, y jamás de los jamases hay un luego.


Salud.