La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

octubre 29, 2005

Sabina, Gema, Triana, Carolina, Lucrecia, Pesadilla...¿Cómo es que cerró el antro coricio?

¿Cómo es que ahora decides desaparecer?

¿Será que algo acabó por resolverse dentro de ti? ¿Será que te rendiste frente a la probable improbabilidad de ser un número más en cualquier cuenta, otra croqueta estadística para el cancerbero matemático que a todos nos espera? ¿Será que te convenciste de alguna magia y encontraste, por ende, el puente más correcto para navegar a través de tu propia incertidumbre?
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Hasta aquí, puras preguntas. Aunque también coexistan respuestas infiltradas. Códigos de los códigos que nadie más pudiera cabalmente entender. Esperanzas de colores. Bocanadas de oxígeno expiador, sí, y al mismo tiempo incapaces de resolver nada. Elementos preesxistentes. Suavidades necesarias, incomprensibles, gimientes. Continuos que, quieran o no quieran, sucedáneamente reemplazan otros muchos continuos que sólo largamente logran ser asimilados.

Asunciones inesperadas. Afirmaciones súbitas: Asentir ligeramente frente al hecho de aceptar. y entonces permanecer callado. Grietas que acontecen a pesar de sus espectadores, siempre dentro del tiempo, siempre apuntalando los abstractos más terriblemente aleatorios y arbitrarios. Siempre sucediendo, pues. Siempre sin tregua posible. Siempre ausentes de sus embrollos. Presenciando sin estar. Y además gozándolo estúpidamente. Pobre el que no se atreva y persista. Pobre el que se duerma en mitad de la función.
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Y luego escuchar lo más improbable: Gente que nunca admite y que nunca abraza, inesperadamente abrazándote. Gente que nunca suspira, que nunca inhala, respirando tranquilamente y recordándote lo que apenas aprendiste: Tienes mucho para dar. El tiempo no te resulta un problema. Sabes amar y sabes saber ser amado. Tu único deber es persistir. Aprender y luego, nomás de los nomases, sencillamente callar.
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Nadie tendrá nada que decir, obviamente. Nadie dirá nada que le comprometa. Todo seguirá fluyendo impercetible e inexorablemente. El silencio seguirá atravesándote traviesamente. Beberás otra cerveza. Callarás otra palabra. Sentirás la necesidad de morder otro perfume. Mirar otra canción. Escuchar otro dibujo. Oler otro bocado. Paladear otro futuro, otra intuición, otra adivinanza soluble en el siempre infalible cloruro de sodio.
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Y no te importa realmente el que todos entiendan. Y menos el que no entiendan y además repliquen algo. (Palabras sin abrigos, fríos sin antorchas, remedios sin dolores). Que nadie diga nada. No importa. Sólo me importa hablar de ella. O de las ellas que me llevaron a ella. O de lo que no supe, no canté, no reproduje. Ella: El principio de mis ahoras. El final de mis jamases. Ella.

La que ya se ha ido.
La que nunca volverá intacta.
La que habitó mi mente, la que anegó mis cuentos, mis palabras, mis arrebatos metafóricos. Ella.
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Quiero dejar de respirar. Aflojar los músculos de la necesidad y sobrevivir sin aire. Olvidar cualquier aceituna. Olvidar toda coincidencia irremediable. Verla sin hambre. Pensarla sin añoranza. Aprender mientras camino: Eso es. Renunciar a los resúmenes y a las síntesis y a las atrocidades. Callar cuando ignoro. Morder cuando la selva amaine.

Amainar es de sabios.
Amainaré, convencido.

Y mientras me seguiré preguntando: ¿Dónde está Gema, dónde está Sabina? ¿Dónde está el espejo, dónde se quedó Carolina? Bienaventurados los que no miran. Estar ciegos les permite mirar la vida desde dentro.
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Y ya.

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