La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

octubre 02, 2005

¿Pero qué chingados espera uno?

Era la fiesta de mujer-enamorada. Mujer-enamorada me lo había advertido mucho tiempo atrás: Es mi fiesta, debes venir. Vendrá quien yo quiera que venga. Y a mujer-enamorada la conozco hace mucho tiempo. Forma parte de la lealtad que le tengo a mis propios sentimientos. Así que obviamente debía acudir, doliera lo que doliera.

Cuando llegué a la casa de mujer-enamorada había poca gente. Estaba ella, obviamente, y también estaba su hombre-de-buen-corazón. Conté también a prestidigitador-del-verbo, niña-lista y total-desconocido entre los que ya servían copas y reían risas. Todo asequible, todo aguantable. Mi dolor lo había dejado en casa, aunque se me notara en el semblante (ronchas rojas, me dijo prestidigitador, cuidado, deja las drogas, son las causantes). Le creí aunque no le creí. Y de todos modos no me importaba. El plan era una pronta huída.

Poco podíamos hablar todos juntos. En realidad, casi nada. Prestidigitador, desconocido y buen-corazón hablaban entre sí. Claro, me dije, ellos hablan su propio idioma. Niña-lista , mientras tanto, escuchaba los arduos intentos comunicativos de mujer-enamorada, y ponía atención, o al menos lo aparentaba firmemente. Yo y mi mal semblante permanecíamos tímidos en una esquina, apurando el primer güisqui para lograr entrar en cualquier materia.

Y la noche sucedió sola, sin mayor ayuda. Total-desconocido y yo, en un momento que no puedo reubicar, llegamos a una conclusión hilarante y culturosa: "Los apelativos son inversamente proporcionales, en extensión, a la majestuosidad o envergadura de sus referentes". Apa mamada tan chistoretosa.

Lo que se quería decir, es que los nombres de las cosas grandes, son pequeños. Y los nombres de las cosas pequeñas, son grandes. Ejemplo simple: Un perro enorme normalmente se llama Satán, Zeus, Goliat. Un perro pequeño se llama Azuquitar, Pinpirrín, Chiquitito. Mientras más silabas, menos majestuoso, y viceversa. Risas incrédulas. Claro, no se puede generalizar, pero sí que sucede a menudo.

En fin. La cosa es que suena el teléfono:

- BRRRRRINGGGGGG

Mujer-enamorada corre y contesta. La veo desde mi posición "estratégica" (según niña-lista). La escucho decir palabras suaves, repetir la dirección, la veo mirarme y sonreir (por qué sonríe, me pregunto, si ya sé quien habla). Cuelga la bocina.

- Era mujer-que-todavía-amas, me dice, viene para acá y no tarda.

Apuro el güisqui que me queda de un sorbo, e inmediatamente sirvo otro. La escasa concurrencia ríe. Llevan horas haciendo nada sutiles bromas sobre mis ex-amores y mi proclividad a enamorarme de toda mujer que conozco. Descarto cualquier pelea. Sé que casi todos saben que en realidad me he enamorado pocas veces (y que conozco, en el real sentido de la palabra, a pocas mujeres). Los dejo divertirse conmigo. No estoy de humor para pleitos.

- Tengo que tomarme al menos tres güisquis antes de que llegue -afirmo-.
- Apúrate, cabrón -dice hombre-de-buen-corazón-, porque seguro que no tarda.

Y le hago caso.

Mujer-que-todavía-amo llega, irremediablemente, y toca la puerta. Todos me miran como si yo fuera el encargado de abrirle. Mujer-enamorada tiene un poco de piedad y se encarga del hecho. Ella entra, sonríe como siempre, brilla como siempre, saluda como siempre, sigue hermosa, como siempre, y saluda, rigurosamente, a cada uno de los pocos. Yo, que era el más cercano a la puerta, resulto ser el último. No importa. Estoy ya embelesado y mi tragedia no tiene remedio.

Total-desconocido pregunta de pronto: ¿Y tu nombre es?

- Un-dos, contesta ella. Apenas dos sílabas. Un nombre pequeño para una persona majestuosa.

Total-desconocido dice, como si nada: Ah, seguro. Tenía que ser un nombre pequeño.

Y yo lo miro, y río, y concuerdo, y luego le digo: "Te pesqué, no creas que no".

Él me mira y ríe conmigo. Y el resto de la noche no tiene mucha importancia. O sí la tiene, pero no es una importancia publicable.

Hablé durante horas con Niña-lista. Hablamos de mil cosas, entre ellas el amor. Yo le decía que el amor es como "Los 39 escalones", de Hitchcock, donde uno es el responsable de hacer posible cada paso. Ella insistía en que el amor verdadero llega montado en un corcel blanco, y si no, uno lo monta en el corcel, etcétera. Luego me enteré que Niña-lista nunca había vivido sola. Ni tampoco con nadie que no fuera su familia. Y, sin pretender mamonería, le dejé claro que la vida cambia, drásticamente, cuando no hay nadie con quien hablar-interactuar-proseguir-pelear, etcétera, al llegar a casa. Niña-lista se calló y se fue. Era lista, pero le faltaba vivir.

Y lo demás es innombrable. Fue tan hermoso y tan triste que no puede describirse. Un final digno de una semana inexplicablemente extraña.

Espero poderla resumir, pronto, y usar menos palabras. Pero ya lo ven: Siempre necesito abanicarme con la atmósfera. Sin ella, no se entiende nada. O cuando menos, yo no.



Salud.

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