La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

septiembre 11, 2005

Cosas de las que de pronto se da uno cuenta

Sí. Otra vez denso. Otra vez impenetrable. Ni modo.

De pronto me doy cuenta de muchas cosas. De pronto me doy cuenta de que valgo. Valgo enormidades. Valgo un chingo. Valgo verga, también. Y valgo lo mucho que yo crea que valgo. Así está la cosa. ¿Y qué?

De pronto me doy cuenta de que sí se amar. De pronto me percato de lo mucho que sé dar, aun si no me lo sé dar a mí mismo. Vale verga. Sigue siendo. Sigo dando. Sigo prevaleciendo como algo importante. No matter what.

No se trata, ni nunca se tratará, de andar examinando al otro. De andar testeando al que de veras te quiere. No debe jamás tratarse de eso. O lo sabes o no lo sabes. Punto.

He amado muchas veces. He fracasado otras tantas. El punto no consiste en andar queriendo balancear lo uno con lo otro. Todo se reduce a entender algo muy simple: O sabes porque es que quieres a alguien o simplemente no lo sabes. Y si resulta que no, mejor te vas moviendo. La duda ofende. El que es amado siempre quiere saber por qué. Eso es irreductible. Y el que ama casi siempre debe saber porque es que ama. Jamás vivr dudando. No hay que cuestionarse el porque es que alguien se atreve a amarnos. Tampoco hay que dudar de todo aquello que de verdad amamos. Ahí es donde la frase de "aguantar vara" cobra sentido. O se aguanta o no se aguanta. En el amor no hay puntos medios. Sabes o no sabes. Quieres o no quieres. Vives o no vives.
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Todo me resulta clarísimo cuando lo pienso en términos de mi propia vida. Entiendo por qué es que me duele el hecho de ver a mi mejor amigo (mal término, lo sé), o a mi más viejo amigo, el mas gay de todos, el más humano de todos, el más amigo de todos, yéndose a la vil chingada, o sea, 3200 kilómetros más lejos de mi tristeza. El dolor es obvio. Aunque de verdad sepa que le va a ir de poca madre. Me duele a mí. Mi dolor siempre es el más grande de todos.

Todo me resulta clarísimo cuando admito lo mucho que la extraño. Lo mucho que la quiero. Lo mucho que se me antoja morderla y besarla y tenerla y luego, simplemente, perderle el respeto para que sólo luego (luego entonces), entienda todo. Entienda lo mucho que mi amor significa. Lo mucho que la deseo. Lo mucho que sé callar. Todo eso.

Y sí. Todo resulta clarísimo. Todo igual de claro, igual de perpetuo, igual de fugaz. Todo debiéndole todo a lo fortuito que resulta seguir vivo. A lo suertudo que termina siendo no estar muerto, no estar pendejo, no estar dudando, no estar sufriendo sin razón. Nada de eso. Sencillamente vivos. Complejamente viviendo. Inexplicablemente solitarios. Absurdamente dejando de existir, tarde o temprano. Es así. Ni modo.

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