La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

junio 10, 2009

La futilidad de lo aleatorio.

De alguna manera, probablemente aleatoria y biológica, el ser humano se convirtió en una entidad regida por el lenguaje. De eso, hace mucho tiempo. Pero son tantas y tantas las generaciones que han sido engendradas bajo el poder de otorgar nombres, que ya ni sabemos cuántas deberíamos nombrar. Primera ironía: El poder de nombrar lo infinito, y sin embargo, persistir en las ganas de enumerarle.

Nos empecinamos en nombrar, y luego lo llamamos naturaleza humana. Nacidos sabiéndolo, crecemos entusiasmados con fantasías que no tienen perímetro ni posibilidad. Dios, para algunos. Santa Clós, para otros. Horóscopos y Zodiacos acompañan nuestro tránsito hacia la edad adulta. O a veces, incluso, la ciencia. Todos nombres para explicar otro nombre, aún más absurdo que sí mismo: La realidad de lo aleatorio. La aleatoriedad. The randomness. Or the futility of its very thought.

Evidentemente resulta frustrante aceptar que no hay una explicación para nada de lo que nos rodea. Siempre es mejor poder acudir a nuestros porqués de temporada. Es que es el clima, es que es que soy Tauro. Es que Darwin nos hizo capaces de abstraer y nombrar: Ni madres. No sirve para nada. Somos la especie intergaláctica de hormiga rabiosa que vino con la misión avanzada de nombrarlo todo. O no. O quizás, no somos nada. ¿No será eso precisamente lo que nos aterra?

Nadie, sino el ser humano, tiene mayor injerencia o responsabilidad en la explosión demográfica que nos ha llevado a nacer en donde nacimos. Somos tantos y queremos ser tanto mucho, que por ello nos aterra equivaler lo mismo que cero. Pero no hay problema: para eso está la realidad sociopolítica. La necesidad de trabajar. La naturaleza olvidadiza de los pueblos y las sociedades. Basta echarse un clavado en cualesquiera de ellas, para desvanecerse en una multitud amorfa que algunos llaman solemnemente "historia": Y está bien. O mejor dicho: Es necesario.

El problema -mi querido Watson- es que una vez que has atisbado el otro lado del camino, no existe retorno posible. Si eres esclavo de tu propia angustia existencial -y nada parece calmarla- tú sólo cálmate: Nada la podrá calmar (sic).

Como un libro malhecho de Carlos Castaneda, yacemos multitudinariamente en la misma certeza: No existe cura para la ansiedad de poner nombre a las cosas. No hay manera de librarse de la tarea de querer librarse de la tarea. El lenguaje es un laberinto circular cuyo rumbo y salida está sólo en sí mismo.

Desnudos, absortos, ciertos de que no seremos supermán, Mozart o ningún otro estereotipo que alivie nuestra ansiedad egóica, transitamos como zombies sobre la vereda de los tibios. Y salimos a trabajar, con la neurosis bien puesta, y el afán de que mañana

y sólo mañana (aunque tal vez pasado)

quizás o perhaps, o precisamente puede ser que mañana

es el día que esperamos eso mismo...

pero -claro- sin esperar nada.


Salud.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Varias de estas cosas las habia pensado alguna vez...Si el lenguaje es parte del paradigma de la razón, que despues de todo son funciones del cerebro enfrascado a la percepción (finita) del homo sapiens.
Debe haber mucho que no percibimos, ni concebimos y si pudieramos nos aplastaria, nos parecerian cosas absrudas. Como a un simio que intentaras explicarle algebra.

Esas formas mas sutiles de comunicación, que a veces por momentos se nos ocurre. Si...tal vez la música, el baile, algunas señales, sucesos -sin la interferencia del pensamiento - nos puedan dejar entender de otra forma la misma realidad. Tal vez eso nos libere de ciertas neurosis, delirios, deseperación, etc.
En unos siglos podrian vernos como unos primitivos confinados a los conceptos verbales y ortograficos, que no sabian entender bien las emociones, la energia...