La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

diciembre 24, 2010

Por las barbas de Jesús, ¡No mientas!

El abandono de este -y los otros blogs- no es suficiente excusa para quedarse callado esta vez. Ya no es mi apatía la que ejerce el dictado sobre mi voluntad, y menos cuando mi remedo de país se toma la molestia de transitar hacia un territorio aún más inverosímil que el anterior. Y es que resulta que ya liberaron a "don" Diego...

Hace poco más de 2 meses me llegó, de buena fuente, la noticia de que en efecto liberarían al señor, tras el pago de módicos 20 millones de dólares en efectivo. Hoy se dice que fueron 30, en bolsitas de plástico, y que fue hace unos 20 días -y no unos meses, pero tampoco anteayer- cuando los sospechosísimos "desaparecedores" soltaron al susodicho barbón. Y bueno: Esa es una historia creíble, vaya. Porque sólo un subnormal podría comprarse que al jefe Diego lo liberasen la misma mañana en la que llegó -lozano y rozagante- a dejarle rosas a su nalguita eclesiásticamente certificada, conduciendo su Mercedes plata -ahora si bien blindado- y presumiendo una pancita sólo comparable con la finísima perfilación de su blanca barbita. Esa historia, mi despreciable don Diego, no se la creyó ni su chingada progenitora. 

Pero no es eso lo importante, en realidad. Pues ya nos dejaron muy claro los medios masivos, que nadie estará ahí para cuestionarle su fantasía al papanatas en cuestión. Todos replicaron sus "palabras", sus "impresiones" y sus grandísimas misericordias, mientras que apenas algunos repararon en la absoluta carencia de lógica de toda su historia, y aquellos que lo hicieron ya están -par de días después- muy calladitos o "enfocados" en otras cosas. 

Se me ha preguntado que cuál es mi postura. Que si pienso que realmente lo secuestraron o respaldo la teoría del autosecuestro cínico. Que si ya leí los comunicados emitidos por los supuestos captores o sólo me he dejado llevar por la silueta de su barba blanca y sus cabellos parejitos. Y yo, honestamente, no he sabido responder. 

Debo decir, de entrada, que desde el primer comunicado olisqueé un aroma "marxista" en esas líneas. Y entonces, dado lo escueto de los comunicados, sí presupuse que todo era un montaje bien esgrimido por alguien capaz de capitalizarse con la desaparición de un personaje tan nodal como lo es DFC. Pero luego me llegaron otros datos: Que sí estaba desaparecido en verdad. Que sus hijos no conseguían juntar la cifra. Que nadie sabía a quién más recurrir. 

Y entonces sobrevino el 21 de diciembre, y el señor surgió de entre las matas portando un "look" impoluto y señorial. Citando al quijote. Perdonando, cristianamente, a sus captores. Exigiendo que su caso se tratara como cualquier otro. Y luego leí el larguísimo "epílogo" de sus supuestos captores, y ahí me perdí para siempre...

No concibo cómo un grupo que es capaz de redactar semejante documento (mucho más crudo y real que ningún comunicado del farsante Marcos, por ejemplo) sería capaz de apuntar todas esas cosas Y AL MISMO TIEMPO DEJAR VIVO a un Diego que aparece tan evidentemente como un claro instigador de toda esa "violencia" multiforme. Y no es que yo le deseara la muerte más que ningún otro de sus detractores, pero -sin duda- no esperaba verlo regresar con semejante fanfarria. 

Y sí: Yo he denunciado desde hace años que la miseria es -sin duda alguna- una de las peores formas de violencia a las que nos somete el Estado Mexicano (y muchos otros latinoamericanos) y que siempre lo hace desde una cómoda postura pasivo-agresiva, mientras -por ejemplo- denuncia y oprime a quienes activamente luchan contra esa mismísima miseria. Sí: -y lo he dicho hasta el hartazgo- la miseria en la que vive más del 60% de nuestra población incontable (112 millones según el defectuosísimo censo de 2010), es -quizás- la peor de las formas violentas que permite y justifica un Estado como este. O debiera decir un "estado", con minúsculas, pues vive debajo de una Constitución sublime y "ejemplar", pero dedica todas sus horas a perpetuar su amargo incumplimiento. 

Estos, nuestros estados de venas abiertas, parafraseando al maestro Galeano, viven dedicados a perpetuar la insatisfacción, la miseria y la locura. Y mientras nosotros, los distraídos, los oprimidos, los desvalidos, reparamos en todo eso, ellos le declaran guerras a enemigos imaginarios -o más bien muy conocidos- como el "narco" (una bolsa conceptual más, en la que entra todo lo "malo"). Y entonces los noticiosos publican cifras de sangre. Y alguien, algún contador -quizás- recoge todas las ganancias y las organiza, y las distribuye, y luego regresa -tranquilo- a su silla. Padre, perdónalo. Él tampoco sabe lo que hace. Ni para quien trabaja. 

Y es así que no sé. No sé si realmente CREO que esos misteriosos desaparecedores EXISTEN. Tiendo a pensar que no. Y que todo es un delicadísimo texto fabricado por los literatos que -también- contrata el CISEN. Que todo ese larguísimo epílogo -que casi nadie leyó, por cierto-  se fabricó en un cubículo gris de alguna oficina -pública o privada- y que el señor "don" Diego pasó los últimos siete meses muy tranquilito en algún culo del mundo. 

Y es que la única alternativa es que no sea así. Y que todo esto sea real y que exista, en verdad, un grupo inconforme tan bien organizado como para pasar así de desapercibido siendo así de radical. Y que ese epílogo sea verdaderamente una arenga revolucionaria, en lugar de un mamotreto oscuro y recluido por el cerco informativo nacional -como lo es ahora- sin más eco y sin más gloria que la que ya no obtuvo. 

Y es justamente eso lo que me devuelve a la duda: ¿De ser tan poderosos, no habrían podido condicionar la liberación del susodicho a la extensiva y clarísima propagación de ese último mensaje? ¿No hubiese sido mucho más fácil orillar a los donadores del rescate a publicar ese último y corpulento mensaje si en verdad querían vivo a su patriarca don Diego?


Se sabrá jamás. Con su larga, larguísima e impoluta barba blanca, Diego llegó empuñando unas flores, en su Mercedes plateado (y bien blindado), hasta donde lo esperaban sus "amigos" los reporteros. 

Contó su cuento. Maquilló a su caperucita y luego se apeó. 


Entró a la casa y dejó afuera a México. Al bonito -y que se ve muy bien desde la cima de su casa- y al terrible: Ese que sus captores -dicen- que hace falta presenciar. 


Patrañas.