La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

abril 28, 2010

Epifanías desechables XII

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Me llegan, súbitamente, tantas ganas de escribir un montón de cosas que no sé cómo decir. Me llegan, súbitamente, un montón de antiguas formas en las que decía y repetía lo que -según yo- me estaba ocurriendo. Y me ocurren, de igual manera, tantas sorpresas que no dejan de ser absurdas, estúpidas y constatables. Y bueno: No tengo idea de cómo ni dónde se encontraría lo que este blog podría ser en la primavera del presente 2010. Ni tengo idea de mí. Ni de cosa alguna.

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Creo que hacerse viejo involucra una inconmensurable tarea de odiarse a uno mismo. Aquello que suavemente llamaba desaprendizaje cuando era adolescente, hoy es una encomienda por demás amarga y cabrona. Y claro: En aquellos tiempos creía saberlo todo. Era un moco categórico como los que hoy mismo desprecio. Y hoy, sin embargo, sólo tengo clara una cosa: Si has de ser un moco -hijo mío- sélo: Pero procura -por el amor de un perro- ser uno de esos mocos que parecen -o se sienten- flexibles.

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Nada de lo que he dicho me gusta. Nada de lo que fui sigo siendo. Poco de lo que he dicho me convence ahora mismo. Y no es mi culpa. Es culpa de la gramática y la ortografía. Es culpa de la numismática y la filatelia. Pero no es culpa mía. Yo sólo atisbo que no sé nada, pero igual y sí se alguna que otra cosa. A la mierda con Platón y su marido. A la mierda con todo: Yo tengo frío y tengo calor como cualquier otra cucaracha. Yo la quiero -y luego no la quiero- "como sube y como baja la marea".

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El amanecer sigue empujándose por la ventana. Eso es algo lindo del amanecer: No te da tiempo a remilgar en lo estúpido que te sientes. Ocurre rapidísimo. Ocurre más rápido que la vista, tal y como los estafadores de las vegas o el metro barranca. Ocurre sin preguntar. Y aquí, aquí mismo, sigue ocurriendo. Pienso en canciones de jazz que me delimitaban la existencia hace cuatro o dos mil años. Pienso en la vida, y en olvidar y en merecer. Y luego olvido lo que pienso y me hago estatua. Y en la estaticidad busco mi nombre y mi núcleo y mi apellido. Y no lo encuentro: Ya no soy más yo mismo.

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Me empecino en dejar algo dicho. Me empecino en ilusionarme con la idea de haber crecido, o de haber sabido, o de haber asimilado algo cierto. Y no es así: porque la calma no es otra que la de hacerse el muerto cuando los ejércitos de la vida ya te pasaron por encima. Y la inquietud es siempre lo mismo: la vieja inquietud, la que nunca te abandona, la que no podrá saciarse jamás.

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Tengo muchos besos pendientes. No es mi historia la que yo me empeño en constatar. Es la historia de otro. La muerte de otro. La vida de otro. Pero no la de yo mismo.

Y es que la vida es muy difícil y aburrida. La vida es muy difícil. Muy difícil. Particularmente, digo yo, cuando la vives sentado.