La linea que separa a un valiente de un cobarde está trazada con cinismo.

diciembre 20, 2006

Correrías

He andado poco por acá y tengo muchos motivos al respecto. No pienso reparar en todos ellos, pero debo decir que la vida no deja de sorprenderme y eso, aunque me guste en un plano general, tiene sus matices y sus bemoles y sus definitivas aristas filosas y filosóficas. No todo lo súbito es bueno: Están los infartos, las muertes, los accidentes y los pleitos para comprobarlo.

Sin embargo, hay cosas que sorprenden bien. La mirada de un extraño, las lágrimas de un colega al que le duele tu partida, los encuentros improbables, las seducciones más impensadas, los besos sin facturas ocultas, los abrazos y las despedidas sentidas y reales, convivir y comulgar con los antiguos enemigos, los brindis espontáneos. Pequeñas sorpresas que ayudan a vivir sin la capucha puesta, y sin abrazar esa rigidez emocional acalambrada a la que continuamente nos aferramos cuando nos hemos introducido en la "vida adulta". Indulto a mi adultez siempre que me encuentro volando, soñando despierto, sonriendo estúpidamente cuando debiera estar mal y de malas. No hay nada como poder seguir jugando y tener buenos amigos en el barrio de la vida para hacerlo. Esperar la tarde para ir hasta su puerta, aunque ya no sea tan puerta y sea más electrónico y celular ese golpeteo de nudillos, e invitarlos a jugar a que no hay problema, a que la vida es gozable a pesar de nosotros mismos y nuestra infalible manera de sufrirla y despreciarla.

Y en los últimos días he tenido harto tiempo para invitar a mis amigos, los nuevos, los viejos y los que van agregándose entre azares, y gozar de su compañía. Fui súbitamente despedido de un trabajo que hacía bien y con ganas, y cuyos frutos estaban ahí y que, para colmo, no le importaron a quienes más se habían beneficiado de ellos. Es la paradoja de las instituciones: entregar tu tiempo y tus "capacidades" al deseo de otros. Y así como en la vida, o el amor, no funciona al 100%. Porque abandonas el deseo propio y además corres el riesgo de dejar de importarle a quienes te entregas por amor o por dinero. So be it. Que sea así. Ya he recorrido suficientes caminos como para dedicarle más lágrimas o berrinches a ese tipo de frustraciones tan anunciadas y obsoletas.

Así que me pongo a pensar, y salgo al barrio a tocar puertas y aprovechar el tiempo libre. Grito en casa del amigo al que hay que gritarle desde fuera, toco el timbre en la otra, hago llamados telepáticas en otras más. Y me encuentro finalmente aquí, dos años después de haber abierto esta bitácora tan pública como bizarra y honesta y minuciosa, escribiendo desde otra persona muy distinta a la que empezó este viaje. Dos años que podría adjetivar como muy cortos o muy largos según me convenga mirarlos. Lo cierto es que, gracias al blog que pudiera parecer tan exhibicionista y desdeñable, también soy capaz de mirarme a mí mismo y recapitular en lo mucho que van cambiando mis temas mentales y mis prioridades, mis estilos y mis dramas telenovelescos, mis posturas y mis ganas, mis amores y mis desprecios. Y así, en tan pequeña retrospectiva, me logro alentar a mí mismo con la certeza de que, pase lo que pasa y pase lo que pase, nunca sigo siendo un yo mismo monolítico y aferrado a una sola estructura vivencial o discursiva. Voy mutando como cualquier virus decente, voy adaptándome como buen insecto, voy a secas como todo ser humano, pero siempre voy.



Y no sé cuando escriba de vuelta algo en este sitio, seguro que pronto, si no hay sorpresas desagradables que me lo impidan. Pero le quiero agradecer a una larga lista de personas el que salgan a jugar conmigo. Aquí o en la vida real. Incluyendo a las que desprecio visceralmente. Incluyéndome a mí. Y me evitaré la lista. Todos sabrán perfectamente que me refiero a ellos.


Por todos ustedes, salud.



Y, finalmente, los aforismos y epitafios de temporada. Disfrútenlos o sáltenselos (lo cual sería muy estúpido si ya llegaron hasta aquí):



Aforismos:

"Deja de sorprenderme cuando menos me lo espero"


"Cuídate de la paranoia pero sobre todo, de la gente"


"Me voy, me voy, no me quiero ir"


"Si me ves antes de ayer, recuérdame no enamorarme"


"Eso estuvo delicioso. Tenemos que discutirlo."


"Ni lo pienses."


Epitafios:

"¿Y que tú no te sientes mal también?"

"A ver a qué horas"

"Te juro que tenía ganas pero no me dio tiempo"

"Su gran logro fue morir más feliz que el idiota de la tumba de al lado. Y vaya que se tardó en encontrarlo."

"A ti también te quise"

"Esas lágrimitas irían bien con un vodka"

"Ya ni me digas"

"Ya pa qué"

o como apuntaría Luis Ricardo: "Y se jactaba de nunca terminar todo aquello que

diciembre 18, 2006

Preguntas para el copiloto. (Hit the road, Jack)

¿Qué se le dice a los remolinos?. ¿Y cómo se convence a las más tiernas avalanchas?. ¿Qué tanto podría pedírsele a las catástrofes o a las hecatombes, y cuánto podrían someterse los derrumbes y los puentes, y las dobles rayas, y los autos, y la gente? ¿Cómo es que todo luego acaba y se convierte apenas en nombre, luego en frío, y luego en cal, y luego en brizna mustia que se esconde entre el paisaje? ¿Cuánto más puede uno enamorarse de lo que zumba, de lo que piensa, de lo que existe, de lo que es y que luego reacciona -fiera o dulcemente- y nos revienta dos neumáticos en franco sabotaje? ¿Y qué tanto ese paisaje se deja mirar como queriendo ser espejo, o travesura hecha galleta, o pócima imperativa (bébeme, bébeme), o reloj de bolsillo, o prisa entre las manos de un conejo inalcanzable?

¿Y cómo es que todo esto ES cual si lograra ser casi sabiéndose libro, o apenas creyéndose ola, o rábidamente y rápidamente asumiéndose como una historia que no pregunta nada a nadie?

***
¿Cuánto poder podría quitársele al silencio? ¿Cuántas puñaladas podrían dársele a los malos entendidos? ¿Cómo podría asesinarse a la lingüística, a la estética, a la lógica de la ilógica, al océano de las posibilidades y su fauna de argumentos implacables? ¿Cómo desbaratar lo que ya se ha desmoronado y permanece -bellamente- en cierta pausa embriagada de quietud? ¿Y cómo asumir que todo aquello no es otra cosa que un enjambre de abrazos en reposo acidulado, o una calma que espera, solamente, a que el terco carboncillo de la vida le dibuje con paciencia para que sobre el papel, línea tras línea, el retrato en opalina culmine siendo aún mejor de todo eso que dibuja y que respira?

***
¿Cuán posible sería tocar en mi violín un suavifuerte pizzicato al que no le importunasen ni los icebergs ni el naufragio, y mucho menos los antes o los luegos, o los alegros y los adagios? ¿Qué tan factible resultaría abalanzarse sobre el amor más tremebundo y papirofléxico sin convertirlo nuevamente en otras nuevas migajas inconexas, rebeldes y diminutas? ¿Cómo se podría amanecer siendo dueño de más de dos ojos y tres oportunidades? ¿Hasta cuándo la poesía podría ser suficiente excusa para no tener que amarse bajo la ducha descarnada de lo propio y lo social? ¿Por qué las tormentas, por qué los botes salvavidas, por qué las distancias y por qué las gélidas asincronías? ¿Quién pidió ser lloviznado? ¿Quién quisiera permitirse otra media y suavísima tarde, lejos del humo, del musgo, del trapecio y del alambre, frente al fuego, cruzando manos, anudando cuerpos, sembrando aciertos, matando el hambre? ¿Cuánto costaría semejante remedo del más libre, amoroso y cínico peaje?. Y peor aun: ¿Qué tan certero será el cuento, si al retornar no existen más las viejas calles, ni las letras están ahí donde siempre, tomando el té y alzándose las faldas sobre los viejos pergaminos de las aulas y sus asiduos ocupantes? ¿Qué tan verdad es que no hay hogar más cierto que el que dura más allá de la media tarde, y qué tanto duele que el camino es -realmente- lo único que queda, lo único que nace, lo único que ocurre y lo último que sabes?

***

Afable, hermoso, doliente. Tremendo, sangriento, paciente. Tras la mente yace todo y tras el todo un frío ardiente. Y no malquepo ni incomodo en ese trance. Se está entre ríos, se está sin guantes, sin ardor y sin torrentes o estornudos, se está con bríos y con sueños y con hambre. Juntos pero sin tocarse las literas, las cobijas o las fauces. Cada quién su estío y cada quien su martes. Tras la mente las historias y las medias, las mordidas y las tardes, los sultanes-las princesas-los eunucos, y -también- todas las tibias cortesanas despeinándose de carne. Tras la mente las respuestas que no hacen ruido: las más bellas, las más simples, las más rampantes. Tras la mente todos se callan, bendición sin apellidos, y finalmente se inclinan sin mayor necesidad de tibios y estúpidos alardes.

***

No hay más cordura que la que tiembla sobre algún tímido estambre que juega a ser cuerda floja, lenta e indemne, sucia y solemne, débil, tenue y maravillosa. No existen manos que no ensucien el agua con la que aprenden a lavarse, ni promesas impolutas que resistan salvas los hedores de la tierra y los colmillos de la carne. Lodo gris que se yergue feroz e implacable. Y tampoco hay otra respuesta que no sea la de persistir siendo mirada, sobre la choza, tratando de no manchar nada con las pupilas, renegando de hacer mapas y silbar las coordenadas. Ah, mirada milagrosa, resabio de la gloria y juguete de la calma: La mirada hermosa. La miraba hermosa. Sobreviviente de sí misma. Suave, sí, pero también rugiente. Agua fugaz, sed salvaje, carretera. O no: mejor aún. Una gran Curva Peligrosa.

diciembre 11, 2006

Moscas, moscardones y mariposas (un texto sobrio que parece ebrio)

Para Juan Carlos

Ha sido, como siempre, una conjunción de casualidades que arremeten contra la aleatoriedad de la vida. Siempre he preferido pensar en que la espiritualidad es una excusa para aquellos que no soportan la inefable llegada de la muerte. Dios, y sobre todo el dios judeocristiano, me resulta más parecido a un juego de canicas con el que la gente prefiere entretenerse para no sentir el rigor de la soledad y de la muerte, que un viejito bonachón y riguroso que nos espera en el séptimo cielo, para juzgarnos por el modo en que vivimos nuestras incipientes vidas. Como leí el otro día en el blog del siempre fabuloso tio nasty, la gente tiene que creer en algo para poder descreer en todo lo demás.

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Sin embargo, y sin recular de mi postura, ha habido muchos momentos en los que mi vida, o "la" vida, si se prefiere, parece no ser del todo aleatoria. Desde luego, cuando se está en sintonía con alucinógenos y otras menudencias, eso puede fácilmente serle atribuido a la droga en cuestión, y no a un verdadero tejido de causas y efectos sobre el que sucede la realidad. Pero cuando estas causalidades, que no casualidades, ocurren en la vida cotidiana, y durante largos e indistintos eventos, me gusta pensar que estoy equivocado. Y que no hay un dios observador y partícipe, pero sí que existe una red que supera nuestras capacidades cognoscitivas y perceptuales, y que está ahí, flotando todo el tiempo, mientras que nosotros, a través de la mente y otras de nuestras herramientas biotecnológicas, ocurrimos sobre ella, dentro de ella y a través de ella.

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Esto me pasa, por ejemplo, cuando hablo durante un mes con seis o siete personajes importantes de mi vida, de distintas edades, de círculos sociales diferentes, con distintas mentalidades, ideologías, aproximaciones hacia la vida, o como la gente prefiere decir, formas de ser. Y de pronto, como por arte de magia, todas las conversaciones sostenidas terminan por llegar a puntos similares, miedos parecidos, angustias que se asemejan. Claro que, dirán algunos, nuestra condición humana nos predispone a hacernos esos cuestionamientos en algún punto. Todos compartimos verdades fundamentales: comemos, bebemos, orinamos, defecamos, tenemos cinco sentidos, poseemos una mente, hablamos una lengua, vivimos en un contexto social y político, etcétera. Digamos que esto ciertamente acota los pensamientos que podemos capturar en esa trampa-red para mariposas que llevamos instalada dentro del cráneo. Pero cuando las similitudes son tan sorprendentes y los individuos tan distintos, permite pensar que las ideas están ahí, flotando como moscas, moscardones, mariposas y hadas diminutas. O avispas, buitres y cuervos, según ocurran las cosas. Y nosotros alegremente nos creemos nuestro libre albedrío y las pensamos, como si fueran nuestras, y las compartimos, como si no estuviéramos todos condenados a saberlas de antemano mientras nos son dichas.

***

Sé que todo esto suena horriblemente raro y complicado. Es simple: mucha pero mucha gente en las últimas semanas ha sostenido conversaciones, frente a mí o conmigo, en las que ha hablado de angustias muy parecidas. En una búsqueda de sentido verdaderamente preocupada y realista, les he visto y escuchado llegar a argumentos similares, conclusiones parecidas. Decisiones terminantes o resoluciones que los alivian. Cuestionamientos que yo mismo traigo pegados como un halo, como un mosquitero invisible, y que hasta hace poco no me permitía ver con claridad lo que pienso o pensaba de muchos temas: muerte, amor, vida, tiempo, ganas, voluntad, fortaleza, lo bello, lo crudo, lo rudo, lo tenue, lo intenso, lo soez, lo solemne. Todos temas gigantescos e ilimitados, moscardones irresolubles, maravillas de la mente pero -al mismo tiempo- laberintos insalvables.

***

Y he ahí que la realidad de la realidad golpea contra el mosquitero. Sirve para despertar. Sirve para arrancarse esa débil tela de alrededor de las orejas y escuchar: Escuchar el timbre la vida. Vivirla. Estar en lo que ocurre y no en lo que parece. Estrechar manos, abrazar cuerpos, cantar a grito pelado canciones en una barra, dejarse querer y no dejarse morir. Obviar a los obviables, odiarlos si es preciso. Y dejarse de canicas, y de pavadas, y de intrigas otras que en las que ya estamos inscritos gracias al estúpido deber de acomodarse en el mundo y no morir de hambre. Las demás, sobran. Como sobran las palabras. Y por eso aquí las dejo.


Salud.

diciembre 06, 2006

Análoga y Digital

Para el que quiera leer mi post político, ahí está fresquito en el nuevo blog.


La vida se ha vuelto un poco así. Se lo decía a un buen amigo la otra noche, y discutíamos encarnizadamente con otros buenos amigos (Para eso son los mejores, para poder discutir encarnizadamente y luego despedirse con un buen abrazo). Y es que ciertamente, casi a manera generacional, habemos los que logramos gozar un rato más de la vida análoga antes de que nos cayera encima la marejada de información y enajenación high-tech en la que vivimos ahora. Y, aunque claro que no todos, sí muchos logramos escapar al total sometimiento al mundo de lo electrónico.

Y es que hay tantos chavitos, cada vez más pequeños, que viven en una oralidad consumista y virtual permanente, y que son incapaces de producir otra cosa que no sean quejas, eructos y otras secreciones, que la cosa se vuelve preocupante. La tecnología se está terminando el hambre de crear, en una vorágine posmoderna y apendejante, en lugar de darle nuevas armas a las personas, nuevas formas de decir y de hacerse escuchar.

Pero es así que los que alcanzamos a vivir la vida análoga, sin gadgets ni celulares ni internet ni todas esas "maravillas" tecnológicas, alcanzamos un pedacito de hambre. Hoy, casi todos los bloggers pertenecen a ese espacio generacional en el que no estamos totalmente sometidos al consumo electrónico, estamos queriendo decir algo, diciéndolo, o aún convencidos de que el mejor interlocutor, es siempre el humano. Como los amigos. Como los amantes.


Y por hoy, le doy punto final a mi descanso bloguero con esta reflexión de petatiux. Hay mucho trabajo que hacer y me esperan unas vacaciones formidables.




Salud. Y nada de andar persiguiendo el sexo análogo. Ese es materia de otras reflexiones.

diciembre 04, 2006

Angels with dirty faces

Para D.



Porque todos nos ensuciamos con el lodo de las cosas, de la vida, de ser farsantes cuando es necesario y cuando no lo es. Porque no se puede ir sin la máscara por ahí, y menos cuando ya te han encontrado sólo, en algún callejón, y a cien manos te han querido arrancar lo poco que te quedaba de cierto.

***

Porque todos ensuciamos el agua con la que nos quitamos el lodo de la cara. Porque todos tememos algo, y nadie quiere morirse sobre el tintero. Algunos ya tienen la hoja, las plumas, los dibujos en la mente. Otros nos recostamos sobre los ojos de otros. Otros siempre. Nunca nosotros. Nunca uno.

***

Porque cuando se mira y se escucha algo refulgente, algo que centellea, algo que emite una melodía que conocemos sin haber oído jamás, el tintero tiembla, el codo le roza todo el tiempo, y eventualmente, antes que someterse a la noción de realidad: el dibujo no habrá de salvarnos, tampoco las palabras, tampoco la melodía, la resplandescencia, la maravilla. Pero es mejor transitar de la mano de ese terror, que lanzarle el tintero encima y pretender que nunca existió, o que todo era mentira, o que no se es meritorio de un transito dulce y sin trampitas, al lado de un igual.

***

Conociste al ángel, y siempre supiste que lo era. Preferiste mirar la tierra en su cara, en un acto de retaliación frente a tanto de su silencio. El ángel sólo guardaba silencio porque estaba a punto de marcharse, porque no quería creer en lo que finalmente no debía. El ángel se guardó para no pensar. La retaliación no es más que un boicot. La venganza no es la vendeta. La venganza es estúpida y autodestructiva. La vendeta es contra quienes, justamente, nos quitaron la posibilidad de hablarnos con el rostro limpio, desde el principio; no contra los ángeles, aunque no traigan las alas puestas, la ropa adecuada, el momento preciso. No contra uno mismo.


***

Y lo lamentas. Hoy, lo lamentas. Porque cuando tienes el cadáver del ángel en tus brazos, y te arremangas un poco la estupidez, y le limpias la cara y lavas el rostro de un ángel al que mataste por equivocación, sólo logras mirar cómo desde sus fauces y sus mortajas, el error se te lanza sobre el rostro y te lo arranca a dentelladas. Y luego prosigue con tu corazón y tus sandalias.

***

Pero no lamentes otros instantes. Caminando con el ángel, aunque fuese desde lejos, fuiste feliz. Fuiste digno, por un instante, de mirarle. Y tomándole la mano caminaste junto a el cuando aun eras ciego. Sólo puede quererse a un ángel así, si no se le mira con los ojos del humano, del falible, del negador de ilusiones. Hay que andar ciego y no tirar de bastonazos. Y durante unos días puede lograrse. Durante unas semanas. Hasta que el polvo de los días se mete entre los párpados y te obliga a mirar, y tu humanidad rota sólo te permite ver el rostro del pánico.

***

Has cavado una tumba para el ángel. Le has depositado, y ahora sí, mandril locuaz, estúpido capaz de estúpidamente hermosas historias, le dejas unas flores, y escribes un epitafio tan maravilloso como inútil. Y te vas por ahí, andando un rato sin cara. Y empuñando tu corazón, para ver si puedes hacerlo germinar la próxima luna. No sabes si podrás perdonarte. Ni si los ángeles de verdad son inmortales, y todo haya sido un mal sueño. Y si te lo volverás a encontrar.